Que te hagan volar por los aires y tus órganos y tu cepillo de dientes acaben en el océano; eso sí que es ‘invasión de la intimidad’ y no lo otro. ¿Hay mayor ‘invasión de la intimidad’ que la ‘intimidación’ de una amenaza de bomba dentro de un avión? ¿No sale en esos momentos lo más esencial, estructural y pornográfico que tiene el ser humano, o sea el miedo?
No entiendo la indignación que a algunos les despiertan los escáneres que dicen que van a poner en los aeropuertos. A mí, personalmente, me dejan indiferente. No llevo un piercing en las almorranas ni me he puesto tetas de silicona. No tengo miedo a que ningún funcionario se lleve un susto de aupa conmigo y luego tenga pesadillas a costa de una extravagante particularidad corporal. Yo es que pienso que todo este revuelo que se está montando con los escáneres viene de las tetas, de las operaciones que se hacen las tías y que luego no quieren que se sepan. De las tías y los tíos, que también los hay aficionados al quirófano y que son precisamente lo más vergonzosillos, los más preocupados porque una máquina detecte sus liposucciones, sus prótesis, sus siliconas, sus botox, sus parches en los pechos, los morros y los pompis. Yo es que tengo la sospecha de que hay por aquí una peña que teme que la poli se de cuenta no de que es un terrorista islamista sino de que es un robot de padre y muy señor mío. De lo contrario, no veo a qué vienen esas santas y solemnes indignaciones, esos grititos: «¡Esto es una invasión de la intimidad!», «¡Qué parcela nos va a quedar ya de vida privada!»…
Si hay gente a la que le parece que ir apuchurrado en una lata de sardinas volante entre trescientos pasajeros es hacer vida privada, creo sinceramente que es la que menos debe protestar, la que menos vida privada tiene, la que no sabe lo que es la vida privada y la que, por lo tanto, menos tendría que temer perderla. ¿No es el propio vuelo en un avión un escáner? Yo es que, la verdad, esas baratas rebeldías sin causa cada vez me ponen más del hígado con el paso de los años. Estamos acabados si toda la defensa de nuestras libertades y derechos individuales va a consistir en eso, en hacerse el insurrecto en los aeropuertos, en dar el cante en la cola de un control, en insubordinarse ridículamente contra el pobre funcionario que hace un trabajo desagradable como es fisgar en tus michelines y tu cicatriz de la operación de apendicitis. Yo es que prefiero perder antes la vida privada que la vida a secas porque un descerebrado haya decidido vengarse de Occidente metiéndose unos cables por los huevos y recurriendo a la explosiva tecnología occidental.
La verdadera ‘invasión de la intimidad’ es que te hagan volar por las aires, que acaben tus órganos y tus corbatas y tu cepillo de dientes y tu maquinilla de afeitar flotando entre las nubes o aterrizando en un océano. Eso sí que es invasión de la intimidad y no lo otro. ¿Hay mayor ‘invasión de la intimidad’ que la ‘intimidación’ intolerable que supone una amenaza de bomba dentro de un avión? ¿No sale en esos momentos lo más esencial, estructural y pornográfico que tiene el ser humano, o sea el miedo?
Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 18/1/2010