JON JUARISTI, ABC – 15/06/14
· La minoría antimonárquica en el Parlamento –allá ella– sigue confundiendo la política con el vodevil.
Resulta que las escarapelas republicanas de los diputados de Izquierda Plural parecen más bolivarianas que castizamente españolas, al haber sustituido sus diseñadores el morado comunero por un azul joseantoniano. Sustitución que, en principio, no debería escandalizar a los repúblicos puretas, pues los falangistas siempre fueron antimonárquicos, empezando por su fundador. Es más, sospecho que ya no quedan más republicanos en España que los herederos de las tres fuerzas que más hicieron por cargarse la República del 14 de abril, o sea, comunistas, falangistas y secesionistas vascos y catalanes.
El cóctel de comunismo, falangismo y nacionalismo étnico produjo o, cuando menos, catalizó en Iberoamérica lo que se llamó nacionalismo revolucionario en todas sus variantes regionales. El falangismo también, claro que sí. No juego a provocar. O a ver qué se piensa que mamaron en sus años de becarios en los colegios mayores del SEU los jóvenes ideólogos justicialistas o sandinistas tipo Ernesto Cardenal. Ni más ni menos que republicanismo en su modalidad Frente de Juventudes. Aunque fuera republicanismo de salón. O de Salò.
El nacionalismo revolucionario constituye hoy la base ideológica común de Amaiur, Izquierda Plural, ERC y los bolivarianos, como fue antes el nexo entre ETA y Falange. Tampoco me invento nada: Mario Onaindía, antiguo miembro de ETA en tiempos del franquismo que terminó sus días como presidente del PSE-EE y senador del Reino, solía contar que cuando, en diciembre de 1970 y tras ser condenado a muerte en el Consejo de Guerra de Burgos, leyó las obras de José Antonio Primo de Rivera, se quedó de piedra al comprobar lo semejante que sonaba el nacionalismo español del fundador de Falange al nacionalismo etarra si se sustituía el término España por Euskadi.
Lo que sí está claro, tras la votación del miércoles en el Congreso, es que el republicanismo esencialista no vende ya un peine a la mayoría de los republicanos, que se agrupan en el PSOE y siguen siendo tan accidentalistas como lo fueron en 1978. Lo fueron ellos, los socialistas, y lo fueron los comunistas de Santiago Carrillo, que, con todos mis respetos, le habría dado sopas con honda a Cayo Lara. Es cierto que, con Carrillo, el PCE, primera fuerza de la oposición clandestina al franquismo en número de militantes, se vino abajo en menos de una legislatura democrática, pero tampoco parece la actual izquierda antimonárquica vaya a arrasar en breve.
¿Que es ofensivo tratar de frikis a los representantes de la actual izquierda antimonárquica? Según. El pasado miércoles, durante el debate en el Congreso, no hicieron otra cosa que el friki, con sus escarapelas caraqueñas, sus patéticas proclamaciones de la república catalana o el numerito de prestidigitación del portavoz de Amaiur al sacarse del bolsillo una ikurriña desplegable. Se puede hacer política o frikismo, y los defensores del no rotundo a la monarquía han hecho lo último. Y a los que en vez de política hacen el friki se les puede llamar frikis con toda razón y justicia.
Porque una cosa es jugarse el tipo, como se lo jugó Santiago Carrillo el 23 de febrero de 1981 ante los asaltantes armados del Congreso, Mario Onaindía en diciembre de 1970 ante el tribunal militar de Burgos, o Lluís Companys, el 6 de octubre de 1934, al proclamar el Estat Catalá frente a la República del 14 de abril, y otra muy distinta hacer el payaso como don Cayo Lara, don Sabino Cuadra o don Alfred Bosch, el 11 de junio de 2014, en uso legítimo y estúpido de la palabra ante las Cortes de una monarquía parlamentaria. Lo que va de ayer a hoy, de la valentía al gamberrismo y de la tragedia a la astracanada.
JON JUARISTI, ABC – 15/06/14