IGNACIO CAMACHO, ABC 22/10/13
· Si la palabra fracaso tiene un sentido es éste: el de la desolación de la esperanza. El de la lúgubre derrota moral.
Todavía los tendremos que ver de regreso en esos pueblos, jaleados en homenajes de bienvenida como héroes, ongi etorri, como si fuesen astronautas recién llegados de la Luna. Y sobre todo los tendrán que ver los deudos y familiares de sus víctimas, los que dentro de diez días acudirán a dejar en los cementerios las flores de la memoria maldita del desconsuelo. Los que se acostumbraron a vivir la ausencia con el estómago mordido de dolor y de rabia, rodeados del aullido amargo y lúgubre de los perros de la soledad y del desamparo. Los que durante años eternos han sufrido en silencio la condena sumarísima de la orfandad, los que tuvieron que amputar sus vidas del amor, de la inocencia, de la ternura, del aliento. Los que en el negro agujero de la larga noche del sufrimiento jamás han dejado escapar un grito de rencor ni han permitido acomodo en su existencia a un solo atisbo de venganza.
Tendrán que verlo. No basta con cada amanecer de suplicio resignado, con cada noche caída entre las punzadas del recuerdo, con cada semana viendo envejecer a los padres, encanecer a las viudas o crecer a los hijos como árboles podados de ramas sin retorno. Aún les queda asistir a la crecida impune de los asesinos rodeados de un halo infame de victoria. Les espera el escarnio moral de un rencuentro que clavará agujas en las uñas de su aflicción. Les resta la certeza inconsolable de que al otro lado de su esfuerzo sublime de dignidad se ha disipado la noción de la justicia.
Si la palabra fracaso tiene algún sentido es éste: el de la desolación de la esperanza. El de la impotencia ante un triunfo del mal disfrazado de derecho. El de la congoja pesimista de la frustración y el desengaño. El de la tormentosa consternación por el desequilibrio de la suerte. El de la agria punzada íntima del desgarro, el de la agria cosquilla trepadora del desistimiento. El de la clamorosa descompensación de la angustia, el de la evidencia lacerante de una reparación imposible. El de la sensación humillante de una derrota moral, existencial, metafísica.
Ante ese turbión de desasosiego y zozobra ya no valen los argumentos ni los casuismos, las razones de la ley ni la faramalla de la ingeniería jurídica. Sólo prevalece la desazón turbulenta del atropello, el descalabro demoledor de la amargura. Una conjura de estupidez, buenismo, incompetencia o mala fe ha basureado a las víctimas de la mayor agresión colectiva de nuestra reciente historia. Ha mortificado su sacrificio y despreciado su coraje. Ha ultrajado la noble resistencia de las vestales del honor frente a un siniestro delirio de sangre. Europa, la Europa de Nuremberg y La Haya, la que declaró imprescriptibles los crímenes contra la Humanidad, se ha deshonrado a sí misma en esta vergüenza innombrable.
No queda nada más que decir. Ni olvido ni perdón; memoria y dignidad. La justicia ni está ni se le espera.
IGNACIO CAMACHO, ABC 22/10/13