Jon Juaristi-ABC

  • El déspota posmoderno debe reunir dos condiciones aparentemente opuestas (según una larga tradición)

El fin del mundo me pilló en la calle. Mientras buscaba un taxi, canturreaba por lo bajinis, para animarme, el ‘Himno de Batalla de la República’. El americano, quiero decir («Mis ojos han visto la gloria de la Venida del Señor…»), en el que se dice que Dios aplastará en su lagar las uvas de la ira (Apocalipsis, 14, 19-20). Pensé en mi amigo Andrés Trapiello, sorprendido acaso en El Lagar del Corazón, su casa en la Sierra de los Lagares («no debe de ser mal lagar para eludir la ira divina», cavilé: «me alegro por Andrés y por Miriam»). Luego me vino a la memoria una expresión, «viga de lagar», que me llevó a uno de los «enxiemplos» del ‘Libro de buen amor’, aquel en que las ranas piden a Júpiter que les mande un rey. El dios les arroja una viga de lagar, a la que pierden enseguida el respeto. Aburridísimas de que la viga no haga ni diga nada, piden otro rey, y entonces Júpiter les envía una cigüeña que «de dos en dos las ranas comía bien ligera». Esta fábula la tomó el Arcipreste de Hita de Fedro, pero ya Rodríguez Adrados demostró que venía de un relato griego de época helenística, alusivo a los orígenes democráticos de las tiranías.

En la Biblia hay un pasaje semejante, en el que los hebreos ruegan a Samuel, el último de los Jueces, que les dé un rey. Dios consiente en que así se haga, pero ordena a Samuel que les advierta de que el rey –como todo rey– esclavizará a su pueblo (1 Samuel, 8). Que todo rey será, en definitiva, un rey-cigüeña.

A lo largo del pequeño apocalipsis del pasado lunes, y mientras la peña aguardaba en vano que, si no la luz eléctrica propiamente dicha, se hiciera la luz de la información oficial sobre lo que estaba pasando, sus causas y responsables, pensé en el hecho de que los despotismos actuales no requieren solamente un pueblo de batracios desesperados por encontrar un amo a su medida, sino que este debe reunir además las condiciones aparentemente opuestas de viga de lagar y de «cigüeña mancillera», que diría Juan Ruiz. Como la viga, debe permanecer informativamente muerto y mudo (sin renunciar al ruido y la furia, que son las forma tiránicas del silencio), y, como la cigüeña, necesita matar todas las ranas que sea menester para que el resto calle o croe siguiendo la partitura que en cada momento se les imponga desde el nido en el campanario.

Me acordé después de aquellos versos del ‘Cantar de Mío Cid’, en los que uno de los infantes de Carrión, Diego González, huyendo del animal de compañía de su suegro (un leoncito de nada), «tras una viga lagar metiós con gran pavor;/ el manto e el brial todo suzio lo sacó», y eso fue porque, como reza el refrán, «tras toda viga lagar todo el mundo va a ca..r». Viga de lagar es sinónimo de letrina. En fin, un tipo de viga que acumula mucha mi…ga, dígase lo que se diga. «Glory, glory, Hallelujah!».