Ignacio Varela-El Confidencial
Por una parte, hay una divergencia de fondo sobre la estrategia del independentismo. Por otra, la eterna lucha de poder por la hegemonía del nacionalismo, exacerbada como nunca
El movimiento independentista de Cataluña se ha escindido irremediablemente. El 1 de octubre ha servido para exhibir crudamente, primero en la calle y después en el Parlament, el aborrecimiento mutuo al que han llegado sus principales facciones.
La colaboración entre ellos ya es inexistente. La convivencia se hace cada día más escabrosa, porque cada bando ha mostrado sin disimulo su voluntad de aplastar políticamente al otro. Y tras la última bronca, hasta la mera coexistencia está en peligro. Tan feroz es la batalla que no son capaces siquiera de mantener abierto el Parlament sin que aparezcan las navajas.
ERC saboteó en su raíz la operación caudillista de Puigdemont. Que se olvide el fugitivo de Waterloo de someter a los republicanos a su jefatura mediante candidaturas únicas. Junts per Catalunya respondió con una sucia maniobra destinada a forzar a Torrent a hacer un movimiento que lo lleve a acompañar a Junqueras y Forcadell en prisión.
Por una parte, hay una divergencia de fondo sobre la estrategia del independentismo. Por otra, la eterna lucha de poder por la hegemonía del nacionalismo, exacerbada como nunca. Y en tercer lugar —’last but not least’—, un personal ajuste de cuentas entre Puigdemont y Junqueras en el que los peones son Torra y Torrent. El presidente de un Gobierno y el de un Parlamento convertidos en sicarios de la venganza de sus jefes.
El movimiento independentista de Cataluña se ha escindido irremediablemente. El 1 de octubre ha servido para exhibir crudamente, primero en la calle y después en el Parlament, el aborrecimiento mutuo al que han llegado sus principales facciones.
La colaboración entre ellos ya es inexistente. La convivencia se hace cada día más escabrosa, porque cada bando ha mostrado sin disimulo su voluntad de aplastar políticamente al otro. Y tras la última bronca, hasta la mera coexistencia está en peligro. Tan feroz es la batalla que no son capaces siquiera de mantener abierto el Parlament sin que aparezcan las navajas.
Por una parte, hay una divergencia de fondo sobre la estrategia del independentismo. Por otra, la eterna lucha de poder por la hegemonía del nacionalismo, exacerbada como nunca. Y en tercer lugar —’last but not least’—, un personal ajuste de cuentas entre Puigdemont y Junqueras en el que los peones son Torra y Torrent. El presidente de un Gobierno y el de un Parlamento convertidos en sicarios de la venganza de sus jefes.
Junqueras ha perdido toda esperanza de que con Torra la legislatura sirva para algo. Puigdemont ya es consciente de que no podrá subordinar al partido histórico del republicanismo independentista, ni mucho menos que este lo reconozca como caudillo del movimiento nacional. Y ninguno de los dos descansará hasta ver al otro derrotado.
Tras las escenas gore de esta semana, parecían haber alcanzado una tregua: seguir compartiendo el Gobierno hasta la sentencia del Supremo y, en ese momento, liquidar la legislatura sin que aparezca como culpable ninguno de ellos sino el Estado opresor. Una campaña electoral al calor de una condena judicial aprovecharía a ambas partes: a unos por el clima incendiario y a los otros por el martirologio.
Con la apariencia de un ultimátum al Govern, la presidenta de ANC desliza la fecha del 21-D como final del plazo para «hacer efectiva la república»
Pero ese equilibrio inestable supone un triunfo táctico de ERC. Puesto que no se espera la sentencia hasta más allá del mes de mayo, ello implicaría seguir sosteniendo al Gobierno de Sánchez, aceptar una posible negociación con los comunes para salvar los presupuestos catalanes (contaminando la pureza del aire en el invernáculo separatista) y medirse con ERC en las municipales y europeas, con Maragall y Junqueras encabezando un partido ordenado y disciplinado frente a la inoperancia del ayer legendario y hoy inservible aparato convergente.
Quizá por eso comienzan a aparecer síntomas de un posible plan B que precipitaría los plazos. El primer aviso lo ha dado la ANC, principal soporte de Puigdemont en esta fase. Con la apariencia de un ultimátum al Govern, su presidenta hace aparecer en el escenario la fecha del 21 de diciembre como final del plazo para “hacer efectiva la república”.
‘El Nacional’ es un diario digital independentista que siempre dispone de la mejor información posible sobre lo que se cuece en la corte de Puigdemont. De hecho, suele anticipar sus movimientos con precisión extraordinaria. Sus fuentes son genuinas e infalibles.
En este fin de semana, ha publicado dos textos que conviene leer con atención. El primero es un artículo firmado por Jordi Galves bajo el título “Ha llegado la hora”. En él puede leerse:
“Hoy podemos anunciar que este mes de octubre, Quim Torra desencadenará la determinante ofensiva política que los electores independentistas están esperando (…) Será una ofensiva inequívocamente rupturista (…) la retirada del apoyo parlamentario a Pedro Sánchez se hará efectiva en el mes de noviembre (…) Las dos figuras presidenciales [Torra y Puigdemont] establecerán un calendario inminente que haga posible la ruptura con España (…) El factor sorpresa y la determinación de pueblo libre serán esenciales (…) Sería un grave error anticiparse a la estrategia coordinada que han elaborado el Consell de la República y la Generalitat. Las calles serán siempre nuestras, pero habrá que esperar sin nerviosismo el momento adecuado”.
A primera vista, parece simplemente la calentura de un chiflado o un artículo de encargo para tranquilizar a la muchachada de los CDR. El caso es que el indiscreto artículo desapareció a las pocas horas de publicarse: no lo busquen en el periódico porque ya no está.
No especulemos en demasía. Podría ser un farol, aunque la experiencia aconseja tomarse en serio los textos oficiales del independentismo
Lo que sí se encuentra es un texto mucho más calibrado de su director, José Antich, depositario habitual de confidencias puigdemonianas. Glosa la declaración de la ANC haciendo notar (aviso para navegantes) que “está dispuesta a enfilar sus dardos contra el partido independentista que ponga sordina a una estrategia conjunta para avanzar hacia la república”. Evoca aquel ‘president, posi les urnes’ de Forcadell en 2014, apostillando, a modo de advertencia, que “si entonces molestó más al entorno de Mas que al de Junqueras, ahora podría ser al revés”. Y concluye con un párrafo lleno de esquinas:
“La petición de pasos al lado a los miembros del Govern que no quieran implementar la república es algo más que un pulso entre la principal organización cívica soberanista y JxCAT y Esquerra. Es posible que, por encima de ellos, el presidente Quim Torra vea incluso una posibilidad de hacer pinza con la ANC y cambiar la velocidad de crucero del Ejecutivo catalán. El aniversario de la victoria electoral independentista, el 21-D, es a partir de ahora la nueva fecha del calendario marcada en rojo. Y, atención, las municipales de mayo pueden verse afectadas”.
Sugiere muchas cosas inquietantes ese párrafo, pero no especulemos en demasía. Podría ser un farol, aunque la experiencia aconseja tomarse en serio los textos oficiales del independentismo (y este, se lo aseguro, es totalmente oficial). Así que quizá convenga mirar al 21-D como lo que dice Antich: la fecha marcada en rojo desde Waterloo. Por cierto, el 27 de octubre Torra recupera la potestad de convocar elecciones, y para eso no necesita consultar a ERC. Esta película va de aniversarios.