ABC 02/12/13
IGNACIO CAMACHO
· Cameron ha dado un salto al vacío al entregar a los escoceses el derecho a separarse cuando reúnan masa crítica suficiente
La diferencia se llama Cameron. Todo el interés que pone el secesionismo catalán por asimilar su proyecto al de Escocia lo debe poner el constitucionalismo español por alejar el suyo del de Gran Bretaña, cuyo primer ministro ha cometido un error de proporciones catastróficas y escala continental. El problema que trata de controlar lo ha creado él mismo al convocar un referéndum de autodeterminación por un impulso de funambulismo táctico que deja en pañales al Zapatero más iluminado. Confiado en ganar la consulta abrió con la mayor ligereza un proceso de consecuencias irreversibles a medio o largo plazo. En ningún momento ha tenido en cuenta el bizarro líder tory que con su decisión ha dado un salto al vacío en el que ya no tiene vuelta atrás: ha reconocido el derecho de los escoceses a separarse cuando sumen una mayoría favorable. Les ha entregado la llave de la estructura del Reino Unido. Si no reúnen masa crítica para usarla ahora la acabarán encajando en la cerradura más adelante.
Pero Cameron sólo ha pensando en ganar tiempo, en sacudirse el problema de su propio horizonte. Suponiendo que lo logre habrá dejado sentado un precedente histórico determinante. Ha cedido en lo esencial, que es la convocatoria del referéndum, creyendo que le basta con imponerse en lo accesorio, que es el resultado. Pero Escocia ya sabe que se puede ir de la casa común británica; sólo tiene que esperar el momento adecuado. Lo que está haciendo el premier, en su batalla política por el referéndum, es tratar de controlar el desagüe después de haberse dejado el grifo abierto.
Por eso Rajoy debería tener cuidado al establecer alianzas estratégicas con un colega tan desnortado. Los argumentos contra la independencia tienen tesis y objetivos comunes pero el Gobierno español no puede dar la impresión de compartir la frivolidad del británico. Primero porque nos separan razones históricas decisivas, la más clara de las cuales es que Cataluña nunca ha sido una nación distinta ni desasociada de España. Segundo porque aquí existe una Constitución escrita cuyos preceptos sobre soberanía no son interpretables a capricho de los dirigentes públicos. Y, sobre todo, porque es necesario tener claro que, frente a lo que piensan los partidarios bienintencionados de una consulta que muy probablemente se resolvería a favor de la unidad, lo importante no es la respuesta sino la pregunta. Reconocer a Cataluña y a los catalanes el derecho unilateral a decidir sobre su futuro equivale a liquidar los fundamentos de la nación española y renunciar a la soberanía común de los españoles.
Eso es lo que, en un descomunal alarde de insensatez, ha hecho Cameron con Escocia; allá él con sus leyes, sus luces cortas y sus responsabilidades. Eso es lo que no puede hacer, ni hará, Rajoy. Porque al menos en España ningún gobernante puede disponer sobre una nación que no es suya.