Luis Ventoso-El Debate
  • Cincuenta agentes de seguridad necesitó ayer Sánchez para atreverse a visitar un colegio de Getafe y recorrer veinte metros caminando

Con la excepción de la demoscopia con efluvios de LSD de Tezanos, todas las encuestas constatan que los dos principales partidos de la oposición, PP y Vox, suman más de 190 escaños. Así que Sánchez se iría a casa y Feijóo sería el próximo presidente, pues no aparece otra alternativa.

A finales de agosto, uno de mis sobrinos llegó al aeropuerto coruñés de Alvedro y se acercó a la parada de taxis para bajar a casa de su abuela. Allí hacía cola un rostro famoso. Era Feijóo, el futuro presidente –si no lo impide algún fenómeno extraño en los próximos comicios–, que esperaba su turno como un particular más y sin escolta. Es algo habitual en él. Yo mismo me lo he encontrado alguna vez por la calle paseando a su perro a su aire.

Esa actitud presenta sus riesgos, pues siempre te puedes topar con un energúmeno que te insulte, o incluso te parta la cara (como le pasó en su día a Rajoy en Pontevedra con un zagal medio zumbado). Pero Feijóo entiende que si quiere representar a la gente normal tiene que buscar sus espacios para pisar la calle sin biombos, pues de lo contrario acabas aislado en una torre de marfil, charlando solo con el Ibex, los comilitones del partido y los periodistas.

Existe un patrón que se repite: los dictadores gustan de rodearse de imponentes despliegues de seguridad, al estilo de los viejos dirigentes soviéticos, mientras que los mandatarios de las democracias suelen tomárselo con calma, con un perfil relajado. Cuando trabajé en Londres, en un par de ocasiones vi llegar al primer ministro Cameron a un acto paseando por la calle con la única compañía de una asistente y un par de escoltas en muy discreto segundo plano. El propio Rey Felipe, aunque va bien protegido, no hace gala de una seguridad atosigante para el público, sino que pasa más bien desapercibida y él suele acercarse a saludar a la gente.

Dime cuántos escoltas llevas y te diré qué tipo de político eres. Los expresidentes Aznar y Rajoy se mueven con solo dos. En cambio, el sonriente lobista de dictaduras, Rodríguez Zapatero, requirió el pasado agosto en Lanzarote la presencia de diez agentes de la Guardia Civil para vigilar su villa veraniega. De propina, Marlaska le ha puesto una garita permanente con guardias en el casoplón de Las Rozas de 537 metros cuadrados al que se ha mudado.

¿Y quién bate todos los récords? ¿Quién gusta de blindarse tras comitivas a lo Idi Amin porque tiene pánico a pisar la calle? No hay que ser un genio para acertar la respuesta: el presidente con más tics autoritarios de la UE.

Sánchez visitó ayer un colegio de Getafe, en el sur de Madrid. No era exactamente una incursión en la central de Zaporiyia, el peligro tendía a cero. Pero se rodeó de casi cincuenta agentes de seguridad, según pudieron constatar sobre el terreno Ángel Lara y Cristian Marfil, periodistas de El Debate. Todo ese despliegue fue tan solo para bajarse del coche y caminar unos veinte metros. Por supuesto alejaron al público, aunque ni así faltó algún abucheo, como es ya norma incluso en sus apariciones bunquerizadas.

Todo esto es anecdótico y no lo es. Refleja una manera de entender el poder de ramalazo despótico. Es el mismo talante de amo del universo que lo llevó a caer en los chanchullos nepotistas familiares. El mismo sentimiento de superioridad e impunidad que lo llevó a enchufar a la catedrática extraordinaria. O a colocar al hermano músico que no arrancaba en la Diputación de Badajoz. O a alojarlo algún tiempo en la Moncloa, como si el palacio presidencial fuese el spa familiar de los Sánchez, mientras el maestro Azagra fingía que vivía y tributaba en Portugal, toreando así al fisco español. Por supuesto la voraz Hacienda de Marisu, que a cualquiera de nosotros nos cruje si no declaramos que nos ha tocado una Chochona en una rifa, pasa de todo en este caso al ser el pícaro fiscal el hermano de su eminencia.

Ocho coches oficiales y cincuenta agentes para visitar un cole en Getafe dejándote la berlina blindada en la puerta. Como diría mi veterana madre: «Algo no furrula muy bien en esa cabeciña…».