Editorial, EL CORREO, 25/9/12
El homenaje tributado por los magistrados vascos a sus guardaespaldas de las fuerzas de seguridad y también privados constituye un merecido y obligado reconocimiento a quienes protegieron su vida de la amenaza etarra tras el asesinato en 2001 de José María Lidón. Como recordó ayer el presidente del Tribunal Superior vasco, Juan Luis Ibarra, en la apertura del Año Judicial, jueces y fiscales tienen una deuda de gratitud con los escoltas que «estuvieron siempre dispuestos a interceptar con su cuerpo las balas de los asesinos». Tal fue la envergadura que adquirió la coacción de ETA y su entorno sobre la existencia cotidiana de tantos y tantos ciudadanos señalados como enemigos por la intolerancia fanática. Pero el agradecimiento público que tuvo lugar ayer en el Palacio de Justicia de Bilbao resultaría insuficiente si procediera solo de los amenazados y no del conjunto de la ciudadanía, como un gesto debido hacia aquellos que, custodiando a algunos, defendieron la libertad, la democracia y el derecho a vivir sin violencia de todos. Un recordatorio imprescindible mientras la izquierda abertzale incida en su falaz intento de presentarse como la conseguidora de la paz.
Editorial, EL CORREO, 25/9/12