ANTONIO BURGOS, ABC 07/04/13
· Nadie llama lo que en verdad son, asaltantes o acosadores, a los que se dedican a «escrachar».
Con esa habilidad que tiene Izquierda Unida para estar con un pie dentro de las instituciones, trincando la tela de los sueldazos, y con el otro por la parte de fuera, animando a las turbas y a las masas, cuando no a las hordas, para que conquisten en la calle lo que no han podido ganar en las urnas, una consejera de esta cuerda de la Junta de Andalucía Elena Cortés, que lleva Fomento (aunque yo no sé lo que realmente fomenta, si las obras públicas o la subversión), ha dicho: «Si no fuera consejera de la Junta, participaría en los escraches». No en los estalinistas los mítines de repudio a la cubana. No en los asaltos a la intimidad familiar de los diputados. No en la intimidación organizada contra los que tienen la legítima representación de las urnas. No. Ha dicho «en los escraches». Y al oír la barbaridad de esta señora impresentable jugando al tejo habitual de IU de simultanear la mamela de las instituciones democráticas la artillería de acompañamiento a los que quieren liquidarlas, he pensado: —Ea, hijo, otra derrota más del lenguaje… Sí, a cada instante somos vencidos por el lenguaje de los que quieren derribar el sistema democrático que nos dimos con la Constitución. Los que están dentro del sistema y lo representan hablan como los que quieren anularlo. Pasó con la ETA. La mayor victoria de la ETA fue muy anterior a su llegada a las instituciones después que Zapatero entregara la cuchara ante esa pandilla de asesinos. La mayor victoria de la ETA era que las víctimas hablaban con el lenguaje de sus verdugos, y a las cuadrillas de pistoleros les llamaban «comandos»; y a sus capomafias, «cúpula militar»; y a su terrorismo callejero «kale borroka» y así sucesivamente.
Con el separatismo catalán ocurre lo mismo: en España hemos sido vencidos por las palabras de quienes no quieren pertenecer a ella. Todo el mundo habla de los separatistas con su mismo lenguaje, y no les llama, como deberíamos, separatistas, o emancipadores, o independentistas, sino «soberanistas». Insisto en mi tesis: ¿qué soberanistas ni soberanistas? ¡Separatistas de toda la vida, joé! Para mí un soberanista es un señor amigo del pirriaque que se pone ciego de brandy Soberano de González Byass, no conozco otro soberanista, porque no me doy por vencido por el lenguaje de los separatistas, como no me di nunca por el idioma de los asesinos de la ETA, a la que por cierto nunca le quité el artículo por delante, «la ETA», como «la Mafia» o «la Camorra», sus primas hermanas, ¿qué es eso de decir ETA sin el artículo por delante, como ellos mismos?
Y ahora, el escrache de los que han cogido la bandera de los desahucios poco menos que para traer la República. Los desahucios como pretexto. Para mí que son la segunda edición de los indignados, que a su vez eran la segunda edición de los del «pásalo» del triste 11-M. Otra palabra con la que nos hemos dados por vencidos, por la que hemos sido vencidos: «Indignados». Los indignados deberíamos ser nosotros, por cómo actúan al margen de la ley y cómo rodearon en el Congreso a nuestros legítimos representantes. Pero, nada, los indignados son ellos, que tienen la exclusiva de la indignación. Como ahora nadie llama lo que en verdad son, asaltantes, acosadores o intimidadores, a los que se dedican a «escrachar», argentinismo que me suena fatal, a verbo casi defecatorio: «Me escracho en tus castas todas».
Esto es como si la Policía usara el lenguaje de los delincuentes, y los agentes se llamaran a sí mismo maderos, integrados en el Cuerpo Nacional de la Pasma. Como si la Guardia Civil rematara su himno con un «Vivan honrados los picoletos». Como si Instituciones Penitenciarias fuera la Dirección General del Talego… Estamos cautivos y derrotados, escrachados por la palabra escrache.
ANTONIO BURGOS, ABC 07/04/13