FABIÁN LAESPADA-EL CORREO
- ‘Mikel Antza’ fue responsable de un estado de terror. Quien le aplaude, aprueba su biografía y legitima todo el pasado de ETA. No hay literatura que lo camufle
Mikel Albisu Iriarte, alias ‘Mikel Antza’, estuvo de jefe en una organización criminal durante doce años, de 1992 hasta 2004, cuando le detuvieron junto a su mujer, Soledad Iparragirre, ‘Anboto’, en un caserón del sur de Francia. En su mandato y con su visto bueno, es decir, firma y sello, sus reclutas perpetraron cientos de atentados y un saldo insoportable para cualquier persona que sea capaz de sentir el dolor ajeno: 120 personas asesinadas. Así que el escritor del primer párrafo tenía una vida a la sombra que trascendía con mucho el quehacer inspirador y provocativo de un escritor al uso. Mayormente, era ese déspota medieval que subía o bajaba el pulgar para condenar o conmutar la pena máxima de las víctimas traídas a la arena de su trágico circo. Generalmente, el pulgar tendía hacia abajo. Ni que decir tiene que, cuando les arrestaron, les incautaron una tonelada de explosivo, misiles tierra-aire y varios revólveres. Utensilios propios para poder escribir en paz y tranquilidad.
Gregorio Ordóñez fue vilmente -como todos los demás asesinatos- tiroteado mientras comía con su gente en lo viejo donostiarra. Cualquiera sabe que en un asesinato cometido por una banda organizada no solo está el que apunta, dispara y conduce el coche en la huida, es decir, sus autores materiales, sino que también están los cómplices, encubridores, informantes y autores intelectuales (?), los que deciden si el objetivo es este o aquel. Cuando mataron a Gregorio, el escritor ‘Antza’ mandaba en ETA; había sustituido años atrás a ‘Txelis’, detenido, a su vez, en marzo de 1992. Por lo tanto, hay una responsabilidad directa que viaja sin solución de continuidad desde la jefatura de una organización hasta el disparo en la nuca. Quizá no haya manera material de probar esto; lo que no guarda mucha duda es que, en cualquier código de entendimiento humano, hay una responsabilidad directa en el crimen mencionado. Decir lo contrario sería hacer luz de gas a la verdad y la sociedad en la que vive este hombre.
Enero de 1997, hace 25 años exactamente. Después de unas navidades con incesantes ataques contra el escaparate de la librería Lagun, ubicada también en lo viejo, los exaltados fascistas rompen el escaparate, arrojan varias decenas de libros a la calle, vacían pintura sobre ellos y les dan fuego, de madrugada. Teresa e Ignacio, los dueños, horrorizados por esa doméstica y pequeña noche de los cristales rotos, reciben multitud de muestras solidarias y canjean esos restos de papel quemado y colorido por billetes en curso, a modo de gesto solidario y de apoyo desinteresado por la causa de la libertad, por lo que significan los libros, la vida en libertad y el pensamiento crítico. Un profesor de instituto se hizo con un ejemplar abrasado, lo enmarcó y lo colocó en lugar visible de su centro: para que todos los chavales sepan lo que no se puede hacer con un libro.
Teresa Castells se preguntaba cómo era posible que, tras los ataques fascistas durante el franquismo, tuvieran entonces que aguantar aquello. Una parte de la sociedad guipuzcoana consiguió remover el local y llevarlo a un espacio más seguro. Libros y libres. Esa fue la tarea. Y, sin embargo, faltaron ellas y ellos, esos escritores que estuvieron arropando a ‘Mikel Antza’ hace unos días.
De igual manera, otro escritor vasco, premio Nadal y Nacional de las Letras, con obras de peso en sus alforjas, fue indecentemente perseguido, atacado y denostado. Su delito: escribir, relatar lo que veía, lo que sentía y decirlo a micro abierto. Sentencia: acoso y quema del establecimiento donde trabaja. Raúl Guerra Garrido decidió desmantelar su farmacia después de que los fascistas locales se la abrasaran una noche de julio de 2000. ¿Apoyo de los escritores euskaldunes?
En este país tan nuestro y tan intenso para unas cuestiones, se desangra de soledad y dejadez cuando hay que ayudar, acompañar y mirar a las personas que han sufrido el ataque del entorno de la izquierda abertzale. ‘Mikel Antza’ fue responsable de un estado de terror hacia las personas arriba mencionadas y hacia una decena de colectivos amenazados. Quien le aplaude, aprueba su biografía, ensalza su ponencia Oldartzen de persecución generalizada y legitima todo el pasado de ETA con sus muertos, secuestrados, perseguidos, malheridos y atemorizados. En mi opinión, no hay literatura que lo camufle.