JOSEBA ARREGUI-EL CORREO

  • Una de las claves para entender el entreguismo del pueblo hacia Hitler es que los alemanes se encontraron abandonados por todos los que no eran nazi

Una enfermedad prolongada puede ser una oportunidad para acercarse a la historia y tratar de escuchar las voces que nos llegan desde ella. El ascenso del nazismo en Alemania y sus consecuencias es un ejemplo de fenómenos históricos que nunca se pueden dar por definitivamente superados.

Estos días ha caído en mis manos un pequeño libro de historia que se ocupa precisamente de analizar lo que sucedió en Alemania entre 1914 y 1933. En 1914 Alemania entra en guerra con Francia al ocupar Polonia. Esta guerra finaliza en 1918 con el armisticio de Versalles. Le sucede la república de Weimar hasta que ésta cae a manos de los nazis. Como bien analiza Sebastian Haffner en ‘Historia de un alemán-Memorias 1914-1933’, los alemanes apuestan por Hitler, aunque no hubiera ganado la mayoría absoluta de los votos al Parlamento federal en marzo de 1933. Los nazis no lograron la mayoría absoluta -la habrían obtenido cuatro o cinco semanas más tarde-. Pero los alemanes se adelantaron a los acontecimientos y apostaron por abrir la puerta del Gobierno a Hitler para librarse definitivamente del mismo Hitler: Hitler como último recurso de salvación frente a Hitler (p. 119).

Escribe Haffner que el resto de partidos le abrían las puertas de la gobernación. La bestia comenzó a generar fascinación y a la vez surgió el auténtico enigma en el caso de Hitler: esa extraña obnubilación y aturdimiento que sufrían sus adversarios… sin estar en condiciones de darse cuenta de que estaba desafiándoles el infierno personificado.

Hitler, citado como testigo por el más alto tribunal alemán, vociferó en la sala que algún día llegaría al poder según la más estricta legalidad y que entonces rodarían cabezas. No pasó nada. Al anciano presidente de la sala no se le ocurrió ordenar que se llevaran detenido al testigo. Durante la campaña contra Hindenburg por la presidencia del Reich, Hitler declaró que daba el combate por ganado. Su oponente tenía 85 años; él 43, podía esperar. No pasó nada. Cuando lo dijo por segunda vez en la siguiente asamblea, el público ya se reía como si les estuvieran haciendo cosquillas. Seis miembros de las tropas de asalto, que una noche atacaron a alguien «con otra mentalidad» mientras dormía y lo mataron literalmente a pisotones, fueron condenados a muerte. Hitler les envió un telegrama dedicándoles palabras de elogio y admiración. No pasó nada. Me equivoco, sí que pasó algo: los seis asesinos fueron indultados (p. 97).

A lo que nuestro autor añade la siguiente reflexión: Ya entonces existió incluso el concepto de política de apaciguamiento; algunos grupos poderosos estaban a favor de hacer «inofensivo a Hitler pidiéndole cuentas» (p. 100) -la República había sido liquidada, la Constitución anulada, el Reichstag disuelto. Reelegido, vuelto a disolver y vuelto a reelegir, los periódicos prohibidos, el Gobierno prusiano destituido…- (p- 100).

La frase «Y no pasó nada» (subrayada por quien firma estas líneas) resume perfectamente la reacción de la sociedad alemana a lo que estaba ocurriendo, una verdadera revolución radical que exige tratar de dar cuenta de lo que ello supuso en la sociedad alemana: la entrega de todo el poder a alguien a quien no se pediría, caso de encontrarse con él en la calle, ni fuego para encender el pitillo.

Según Haffner, una de las claves para entender este comportamiento entreguista es que el pueblo alemán se encontró abandonado por todos sus líderes que no fueran nazis. Se trata de la traición de los líderes de partidos políticos y asociaciones políticas que no fueran nazis en quienes confió el 56% de los alemanes el 5 de marzo de 1933.

Pero nosotros -Haffner se refiere al pueblo, a los que no eran miembros del NSDAP- no teníamos ningún otro partido, ninguna bandera, ningún grito de guerra… Además de los nazis, que eran los favoritos, estaban aquellos reaccionarios burgueses y civilizados agrupados alrededor de la fuerza paramilitar del ‘Stahlhelm’ -Casco de acero-, gente que sentía un entusiasmo poco claro por la «experiencia del frente» y el «terruño» y, si bien mostraban la ramplonería galopante de los nazis, sí que compartían toda su estupidez resentida y su inherente hostilidad frente a la vida. También estaban los socialdemócratas, que llevaban tiempo abatidos por el combate y habían hecho el ridículo en múltiples ocasiones. Y por último, estaban los comunistas, con su carácter dogmático y sectario, arrastrando la derrota como la cola de un cometa. (Es curioso: al margen de lo que emprendiesen, al final los comunistas siempre eran derrotados y abatidos en la huida. Aquello parecía ser una ley natural, p. 98-99).

La consecuencia, según Haffner, consistía en caer en manos de la llamada y celebrada «camaradería»: La camaradería corrompe y deprava al ser humano como ningún otro alcohol u opio. Lo inhabilita para llevar una vida propia, responsable y civilizada. Sí, en realidad es todo un instrumento deshumanizador. La camaradería como forma de prostitución con la que los nazis han seducido a los alemanes ha arruinado a este pueblo más que ninguna otra cosa. Materiales para hacer examen de conciencia.