ARCADI ESPADA-El Mundo
YO CREO que los militantes del PP han hecho bien en elegir a Pablo Casado como líder del partido, porque en la política de nuestro tiempo es peor lo conocido que lo por conocer. Pero mi felicitación por el acierto no debe ocultar el pasmo ante algunos de los mensajes que ha hecho explícitos el ganador. El primero, que el PP ha vuelto. Y que se han recuperado las esencias. El sábado se pudieron oír estas frases en el Congreso: «No merece la pena que se moleste nadie en ir a buscar nuestra soberanía en la Constitución para recortarla, porque allí no está. La Constitución existe porque la escribió la soberanía nacional, la que manda en España, la única que tiene derecho a decidir, porque es soberana». Yo diría, en efecto, que esta es una frase muy esencial. Para calibrar hasta qué punto, basta que el lector la imagine, dicha con los inevitables retoques, en boca del prófugo Puigdemont. Describe con apreciable capacidad de síntesis qué son los derechos históricos, para qué sirven y hasta qué punto resultan incompatibles con la democracia. Y es, realmente, inquietante para el PP. Sobre todo, porque no lo pronunció el que llegaba, sino el que se iba. Si después de que Rajoy dijera esto el programa es volver a las esencias, hay para desmayarse con el éter purísimo de la patria.
Casado sí dijo luego: «Somos el partido de la vida y de la familia, sin complejos». Esta frase solo tiene sentido pragmático, al estilo de ¡Hala, Madrid! Su versión corta dice: «Somos el partido de Dios». Naturalmente no hay ningún problema en serlo, sobre todo porque dios parece contento con el PP. La cuestión es que semejante militancia pone en problemas a cualquier liberal regresado. No en vano abre el último libro de Mark Lilla aquella conocida frase de Edward Kennedy: «Hay una diferencia entre ser un partido que se preocupa por dios y ser el partido de dios». Admito que Kennedy dice mujer donde yo digo dios, pero en nuestro tiempo no hay diferencia. Por lo tanto, hay un problema grave de coherencia y crédito para cualquiera que rechace la política de identidad, por lo que respecta al feminismo y al nacionalismo y la mantenga, en cambio, para una política de identidad más antigua e irrevocable como la del catolicismo político. Las guerras culturales no se pueden dar con un pie a cada lado de la calle, como un vulgar socialdemócrata.
De modo que, contradiciendo el spleen general según mi afición y costumbre, yo sostengo que el que realmente vuelve y se abre paso entre la maleza reaccionaria que a derecha e izquierda crece es Ciudadanos, como su nombre taxativamente indica.