Javier Caraballo-El Confidencial
- No podemos resignarnos a que esta miseria de ataques de odio ciego, a que esta inquietante frivolidad política, sea la moneda de uso común en España
La pancarta, o más bien el cartelón blanco, de uno de los que acudieron a abuchear a Pedro Sánchez a Sevilla, en su visita de este fin de semana a un barrio de la capital andaluza, ha volado alto, como una cometa impulsada por los vientos de ira que siempre soplan en España, y se ha convertido en el último lema de la derecha española, esta vez sin distinción entre moderados y extremistas. El cartelón hecho cometa decía: ‘Que te vote Txapote’, el despiadado asesino de terrorismo etarra que, entre otros muchos, fue el que disparó en la nuca a dos de las víctimas más conocidas y recordadas de ETA, Miguel Ángel Blanco y Gregorio Ordóñez, ambos del Partido Popular.
Txapote y Henri Parot son los dos últimos miembros de la banda terrorista ETA que el Gobierno de Pedro Sánchez ha decidido acercar a las cárceles del País Vasco, como llevan reclamando sus familias desde hace años. Conviene resaltar eso de que son ‘los últimos en ser trasladados’. En ese detalle inapreciable del relato, se encierra la primera de las mentiras que convierten esta polémica en una insufrible utilización de aquello que debería parecernos sagrado a los demócratas españoles, las décadas de sufrimiento y de dolor contra los asesinos independentistas vascos hasta que fueron derrotados. Nadie que osara utilizar el dolor de tantos miles de personas, nadie que pretendiera frivolizar con la sangre derramada; nadie, en fin, que tuviera la desvergüenza de azuzar a la sociedad con falsedades sobre ETA para sacar provecho político debería tener la más mínima consideración entre nosotros. Pero esto es España, siempre soplan vientos de odio, vientos reaccionarios, y la mesura no existe jamás. Un tipo saca un cartelón miserable y otros muchos lo convierten en cometa.
En cada una de estas polémicas, se hace ya hasta cansado y tedioso tener que anticipar que, por ejemplo, la defensa del acercamiento de los presos etarras a las cárceles del País Vasco no convierte a quien lo respalda en un sospechoso defensor de los terroristas. Ya se sabe, por otras muchas veces, que es un intento baldío, porque se trata de hacer razonar a quien solo se guía por el acoso ciego al adversario político. Tarea imposible, por tanto, pero, aun así, conviene repetirlo: el acercamiento de presos de ETA al País Vasco solo tiene que ver con los derechos constitucionales que también tienen esos asesinos, por despreciables y abyectos que nos parezcan.
Tienen el derecho de cumplir la pena de prisión en una cárcel cercana a su entorno familiar y, de la misma forma que durante años la dispersión pudo contemplarse como un elemento más de la lucha antiterrorista, el final de ETA, la derrota de ETA, provoca que esa política de alejamiento decaiga igualmente. Y en esto, aunque solo fuera por simple pudor y vergüenza propia, quienes se lanzan a criticarlo deberían considerar que entre las personas que han defendido el acercamiento de presos etarras a las cárceles vascas se encuentra, por ejemplo, el coronel de la Guardia Civil Manuel Corbí. Lo dijo aquí mismo, en El Confidencial: “Si en su día se alejó a los presos por terrorismo de las cárceles vascas, fue porque era conveniente para la lucha antiterrorista, ahora que se ha acabado ETA, yo, personalmente, veo correcto el acercamiento”. ¿Acaso se atreve alguien a acusar a este coronel de connivencias con el entorno etarra?
También lo defiende Consuelo Ordóñez, hermana de Gregorio Ordóñez, asesinado, como se decía antes, por esa alimaña a la que llaman Txapote, porque, como ha dicho, “lo importante no es dónde cumplan sus condenas, sino que las cumplan, y esto no depende afortunadamente ni del Gobierno central ni del Gobierno vasco, depende de los jueces de la Audiencia Nacional que los condenaron. Solo ellos son los competentes”. En medio de tanto barro y de tanta bilis, esta mujer exhibe como escudo ante las infamias su propia coherencia. Ella, mejor que nadie, sabe bien que todos los gobiernos han acercado a presos de ETA a las cárceles vascas, sobre todo a partir de 2010, y que con todos los Gobiernos hemos visto salir a la calle a algunos asesinos terroristas que no llegaron a cumplir ni 20 años de cárcel. Como sucedió con otro de los asesinos de su hermano, Valentín Lasarte, que abandonó la prisión en 2015, cuando el presidente del Gobierno en España era Mariano Rajoy.
También con Felipe González y con José María Aznar, en los tiempos más crueles de ETA, se acercaron presos vascos, por cientos, a las cárceles de Euskadi, igual que con Rodríguez Zapatero posteriormente. De todos ellos, cuando se produjeron más excarcelaciones y acercamientos fue con Rajoy, como se documentó en una información de este periódico que leída hoy, ocho años después, debería provocar sonrojo a muchos de los actuales dirigentes, como Núñez Feijóo o Elías Bendodo, que han calificado el acercamiento de Txapote como algo “macabro e inmoral”. Aquella información de El Confidencial, sobre la política de Rajoy con los presos vascos, decía: “Las cárceles se están vaciando de etarras antes de que la banda se disuelva. La cúpula de la organización terrorista no ha necesitado entregar sus armas”.
A Txapote, según los datos que se manejan, le quedan aún nueve años de condena, no saldrá hasta febrero de 2031, cuando esté ya cerca de cumplir los 70 años. Se habrá pasado casi media vida en la cárcel y, aunque tuviera que pagar con otras vidas, aunque se pudriera en una celda, jamás pagará por el sufrimiento y el dolor que ha causado. Pero llegará ese día y lo veremos salir de la cárcel, porque habrá cumplido la pena de acuerdo a lo dispuesto en nuestra democracia. Saldrá de la cárcel y seguro que algunos, si es que les conviene políticamente en ese momento, volverán a sacar sus cartelones miserables para que vuelen… En fin, una vez más: no podemos resignarnos a que esta miseria de ataques de odio ciego, a que esta inquietante frivolidad política, sea la moneda de uso común en España, al menos no con nuestra participación.