Vicente Vallés-El Confidencial
- Ahora, con la guerra de Ucrania y las elecciones francesas, los partidos españoles tratan de ubicarse o reubicarse. Y les cuesta
«El mundo es un lugar muy difícil». Corría el año 2003, y el entonces vicepresidente del Gobierno y candidato del PP a la Moncloa, Mariano Rajoy, analizaba así el apoyo de Aznar a Bush en la guerra de Irak mediante su recurrente método de reducir al absurdo los asuntos complejos. La frase es irrebatible. En efecto, el mundo es un lugar inhóspito, en el que la tesitura habitual consiste en elegir entre lo malo y lo peor. Ejemplo: Pedro Sánchez se ha entregado a la voluntad del rey de Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental. Quizá sea la opción mala frente a otra peor, pero es muy probable que ni siquiera lo sepa el propio presidente.
Ahora, con la guerra de Ucrania y las elecciones francesas, los partidos españoles tratan de ubicarse o reubicarse. Y les cuesta. Véase, por ejemplo, el contorsionismo al que se someten a sí mismos los extremistas, a izquierda y a derecha, para tomar distancia con Vladímir Putin, cuando tiempo atrás se abandonaban a la tentación de admirar al autócrata ruso. Está en su naturaleza que los extremos se extasíen ante tipos duros, que desprecian la democracia liberal, que odian a Estados Unidos, que desdeñan a la Unión Europea, que persiguen a periodistas…
Para estos embozados añorantes de la URSS, el jefe del Kremlin y antiguo espía del KGB es el heredero de los viejos líderes soviéticos
En el caso de la extrema izquierda, es sencillo detectar a quienes, nostálgicos del bolchevismo, culpan a la OTAN de la invasión ordenada por Putin (según esta corriente de pensamiento, la OTAN es culpable de lo que hace, y también es culpable de lo que hacen los enemigos de la OTAN), y ofrecen argumentos cargados de racionalismo marxista para explicar la invasión de Ucrania. Para estos embozados añorantes de la URSS, el jefe del Kremlin y antiguo espía del KGB es el heredero de los viejos líderes soviéticos. Y Putin no les quita la razón con gestos significativos, como mantener la hoz y el martillo en el logotipo de Aeroflot, la compañía aérea rusa, o con los reiterados elogios que dedica al psicópata Stalin, en quien parece inspirarse, y a quien aspira a superar en años en el poder. Y son conocidas las alianzas que el Kremlin alimenta con personajes como el presidente venezolano, el cubano o el nicaragüense. Putin aparece allí donde hay un enemigo de la democracia Occidental. Y en Occidente hay unos cuantos.
La gran habilidad del líder ruso consiste en acaparar, también, los elogios de la extrema derecha. El caso con mayor carga de patetismo lo protagonizó Donald Trump durante su presidencia. Y con Trump están los trumpistas de allá y de acá, dispuestos a congraciarse con cualquier actitud autoritaria. En las últimas semanas, hemos tenido dos ejemplos que merecen una reflexión: el putinista líder húngaro Orbán ha ganado las elecciones con una mayoría absolutísima; y otra devota de Putin, Marine Le Pen, ha obtenido un magnífico resultado en la primera vuelta de las elecciones francesas. Ambos han conseguido esos apoyos en medio de la agresión de Putin a Ucrania. ¿Se puede deducir, entonces, que los votantes de Orbán y Le Pen apoyan a Putin o, al menos, son comprensivos con él? Quién sabe. Lo que sí conocemos bien es que la extrema derecha española mantiene una intensa camaradería con sus prójimos de Hungría y Francia.
Los populares preferían identificarse con la seriedad de Merkel, que con el histrionismo antieuropeo de su colega Boris Johnson
Y, sin embargo, los líderes de los extremos en España llevan estas semanas de guerra huyendo de sí mismos, al grito de ‘a mí que me registren, y si he visto a Putin, no me acuerdo’. Invadir países y matar gente suele estar mal visto. Pero es lo que tiene frecuentar amistades peligrosas.
El PP, aliado tradicional del Partido Republicano de Estados Unidos, huía como podía de la sombra proyectada por Trump, mientras Vox se dejaba seducir por el estratega trumpista Steve Bannon. Los populares preferían identificarse con la seriedad de Angela Merkel, que con el histrionismo antieuropeo de su colega británico Boris Johnson. Y ahora, el PP hace guiños al centrismo liberal de Macron, mientras en Castilla y León gobiernan con los correligionarios españoles de Le Pen. Ciudadanos reivindica como propio a Macron, aunque Macron ignore a Ciudadanos. Los socialistas también se macronizan, porque su partido hermano en Francia no ha alcanzado ni al 2% de los votos. Pero el europeísta PSOE gobierna con Podemos, que se identifica con el radical y euroescéptico Melenchon. Y Podemos es uno de los pocos partidos europeos (junto con el del ultraderechista húngaro Orbán) que se niegan a ayudar con armas a Ucrania. Dicen hacerlo porque son pacifistas, mientras Los Verdes alemanes —el gran partido pacifista europeo— se quejan de que el gobierno al que pertenecen no envíe armamento suficiente. La extrema izquierda española tiene problemas para encontrar aliados internacionales en ese empeño de —sin recomendar explícitamente a Ucrania que se rinda— negarse a ayudar a los ucranianos a resistir. Una empanada.