ABC 14/03/14
DAVID GISTAU
· Abrazar la república es como expiar la culpa de ser España. Esa sanación es la que Tardá propone a la izquierda supuestamente nacional
Durante la jornada de ayer, en sedes parlamentarias diferentes, el nacionalismo catalán tomó como rehenes dos conceptos poderosamente fotogénicos: urnas y república. Lo que ni Mas en el parque de la Ciudadela ni Tardá en la carrera de San Jerónimo invocarán jamás es la ley. Pues de incumplirla se trata abriendo un cauce de destino que encuentra sus coartadas en la legitimidad sentimental y en la asociación con ideas universalmente aceptadas como positivas. ¿Acaso hay abuso peor que negarle a un pueblo las urnas? Éste es el mensaje, un poco como la botella que el náufrago arroja al mar, que contiene el vídeo con el que la Asociación Nacional Catalana pretende hacer pedagogía del «derecho a decidir» en el extranjero. Con la participación estelar de Dyango y Guardiola. Quien, por cierto, después de sufrir un choque cultural con Beckenbauer –«El Bayern va a ser tan aburrido como el Barcelona: algún día darán un pase atrás en la línea de gol»–, tal vez haya llegado ya a la conclusión de que el tiqui-taca es el paradigma ibérico que hace posible la vertebración: el pase en corto como unidad de destino en lo universal.
La palabra urnas es el salvoconducto con el que Mas aspira a obtener la aceptación de Europa, incluso cuando afrenta la ley. De Rajoy no ha obtenido una declaración agresiva que alimente el victimismo ni un solo indicio de que aceptará negociar extramuros de lo legal, ni aunque sea para salvarlo de sí mismo. Así las cosas, en la mitología de los carros de combate que entran por la Diagonal adquieren una importancia excesiva ciertas frases de Margallo, colindantes con el «crujir de dientes» bíblico: «Cataluña vagará por el espacio por los siglos de los siglos». Cataluña, basura espacial, igual que la Soyuz. Desgajada físicamente para quedar a la deriva cósmica, como Saramago imaginó que le ocurría en la mar a la Península en «La balsa de piedra». De la posibilidad de la independencia terminará por gustarme esta idea de la errancia, como la del «ronin», el samurai excluido del bushido y entregado al bandidaje.