Ignacio Camacho-ABC
- El candidato socialista carga con tres fardos: Sánchez, la memoria de los ERE y el débil anclaje de su propio liderazgo
AJuan Espadas, candidato diluido en una campaña impuesta desde Madrid a contraestilo de su personalidad comedida, le brotó la otra noche, en el debate de Canal Sur, un rasgo de osadía. El problema es que fue en dirección equivocada: se atrevió a sacar pecho de los ERE, un tabú en su partido y una herida política que aún no ha cicatrizado en la memoria colectiva. Pretendía resaltar, agarrándose a las subvenciones no cuestionadas por la justicia, las supuestas virtudes redistributivas de aquel sistema clientelar viciado, pero en seguida se dio cuenta de que se iba a meter en un campo de minas y optó por no pisarlo. La tentativa retráctil demostró hasta qué punto tiene atadas las manos por los escándalos socialistas de los penúltimos treinta y siete años.
Él también estaba allí, aunque en segundo plano, y las muy pocas veces en que Juanma Moreno salió al ataque desde su confortable trinchera lo hizo para recordárselo.
El otro fardo con el que carga, por voluntad propia, se llama Pedro Sánchez, cuya popularidad en Andalucía y en este momento de inflación galopante es muy mejorable. Con esas dos rémoras cruciales, más la falta de anclaje de su reciente liderazgo, su objetivo no consiste en evitar la derrota sino en impedir que alcance rasgos de catástrofe. Los suyos se conforman con que no empeore los datos de Susana Díaz -un millón de votos y treinta y tres escaños-, sólo que ésta al menos pudo decir que había ganado las elecciones y ahora esa misma facturación garantiza un batacazo del que ni el aspirante ni su jefe podrán salir intactos. El primero siempre tendrá la excusa relativa de su precipitado desembarco orgánico, pero el segundo ha convertido el 19-J en una especie de desafío plebiscitario y deberá asumir la responsabilidad si acaba malparado. Los boxeadores hablan de «aprender a caer», ese fenómeno por el que un púgil con fama de imbatible pierde su halo tras el primer K.O. y en cada combate posterior acaba derribado. Desde 2020, el presidente viene cosechando en cada elección parcial un fracaso.
Espadas, en cambio, está en otra batalla. Una de miras largas. Quiere clonar la estrategia paciente que le llevó a la Alcaldía sevillana con la colaboración involuntaria de un Zoido capaz de tirar a la basura una mayoría bien holgada: resignarse a un vapuleo inicial, aguantar cuatro años en la oposición y esperar la segunda oportunidad en mejores circunstancias. El inconveniente es que la política se ha vuelto demasiado volátil para hacer planes de esa clase. Cualquier proyecto que hoy parezca sólido puede quedar en poco tiempo colgado del aire. Y entre otras hipótesis razonables, es factible que en 2023 o 24 caiga Sánchez y se abra en el PSOE un proceso de catarsis en el que sus peones de obediencia más patente sufran el clásico efecto de arrastre. O como poco tengan que cuidarse del brillo traicionero de los puñales.