Carlos Sánchez-El Confidencial
- La economía española se aleja de los niveles de bienestar de la eurozona. Se trata de los peores registros, al menos, desde que comenzó el siglo
14 trimestres. Este es el tiempo que lleva la economía española perdiendo productividad del trabajo. En concreto, habría que remontarse al segundo trimestre de 2018 para encontrar algún avance por puesto de trabajo equivalente a tiempo completo, que es el indicador que mejor mide, junto al capital, la eficiencia de una economía. Se trata de los peores registros, al menos, desde que comenzó el siglo. Incluso sustancialmente más negativos que en los años de la burbuja inmobiliaria, cuando la productividad total de los factores (que reúne al capital y el trabajo) sufrió un duro revés.
En 2021, la caída de la productividad del trabajo fue del 1,7%; en 2020, del 3,5%, mientras que un año antes, con carácter previo a la pandemia, el retroceso fue equivalente al 0,5%. Es decir, un trienio negro para la economía española, aunque los años anteriores no fueron mucho mejores en términos de productividad, algo que explica que España se esté alejando de la convergencia real con la Unión Europea. Los únicos años en los que la productividad avanzó por encima del 2% en trabajo equivalente a tiempo completo fueron entre 2009 y 2013, pero a costa de una masiva destrucción de puestos de trabajo. Eran los años de ajuste para recuperar la competitividad perdida en tiempos del ‘boom’ inmobiliario.
Algunos datos lo dicen todo. Desde el año 2000, según un reciente artículo publicado por Funcas, la productividad total de los factores (PTF) —no solo del trabajo— ha caído un 14,7%, lo que ayuda a explicar que el PIB per cápita de España sea hoy un 18,5% inferior al de la eurozona, siendo también más baja la productividad por hora trabajada (un 14,1% inferior).
Algunos estudios, como los del profesor Prados de la Escosura, han achacado esta evolución a la ineficiente asignación de recursos por parte de las empresas, más que entre sectores; a la mala calidad de la regulación económica; a las restricciones a la competencia, o a factores externos que desincentivan que las empresas destinen más recursos a investigación, desarrollo e innovación. Además de otros factores como la regulación del comercio minorista, el tamaño y la intensidad de la digitalización, los costes que incorpora la creación de empresas, la falta de flexibilidad del mercado laboral o la legislación sobre quiebras y procedimientos judiciales, que, en su opinión, son factores que inciden en la competencia, como el ‘amiguismo’ en las relaciones industriales.
Capital tecnológico
Según el trabajo de Funcas, elaborado por el catedrático Joaquín Maudos, detrás de estos pobres resultados en términos de productividad está el bajo esfuerzo inversor en sus principales determinantes. Así, España se sitúa por debajo de la media europea en variables como el ‘stock’ de capital tecnológico con respecto al PIB (un 66,1% inferior), capital humano (un 4,2% menor), ‘stock’ de capital público (un 26,6% inferior en relación con la población) y ‘stock’ de capital productivo por empleado (29,9% inferior), entre otros.
La pérdida de productividad por ocupado ha sido general en todos los sentidos, pero, fundamentalmente, en la construcción, que ha pasado de 115,2 puntos en 2016 (base 100 en 2010) a apenas 100,1 puntos. La productividad de la industria ha sufrido, igualmente, otro fuerte retroceso, en particular, las manufacturas, que han pasado de 116,5 a 109,5 puntos.
En el conjunto de la economía, y desde 2014, al comienzo de la recuperación anterior, se ha pasado de 107,6 a 102, lo que refleja la intensidad de un problema que ha dejado de ser coyuntural para convertirse en estructural. De hecho, no puede achacarse en su totalidad a las menores horas trabajadas por la pandemia a consecuencia de las restricciones a la movilidad. El único sector de la actividad en el que la productividad ha avanzado ha sido la agricultura.
El descenso de la productividad del trabajo —que determina el crecimiento del PIB potencial— tampoco tiene que ver con el fuerte ritmo de creación de puestos de trabajo que ha registrado la economía española desde principios del año 2021, cuando comenzó a declinar la pandemia. Entre otras razones, porque en términos de empleo a tiempo completo, que es lo determinante para elaborar la contabilidad nacional, aún faltan por crear 261.000 ocupaciones para alcanzar la cifra que existía en 2019. Al finalizar el año pasado, el número de ocupados a tiempo completo ascendía todavía a 18,1 millones (media anual).
La baja productividad se manifiesta en una comparación que no deja lugar a dudas. Mientras que la productividad por ocupado en la zona euro se situó el año pasado, según datos del Ministerio de Industria, en 141.055 euros, en España apenas se llegó a 113.130 euros. Esto explica, en buena medida, que, mientras que la remuneración por asalariado en la eurozona se situó en 42.332 euros, en España baja hasta los 33.004 euros.
Esta pérdida de productividad también ha tenido lugar en la eurozona, aunque ha sido mucho menos intensa en España. En las últimas dos décadas, la caída en la eurozona ha sido del 9,6%, la mitad que en España. Y, desde el año 1990, también la caída de España duplica a la de la zona del euro. Son datos que contrastan, sostiene Maudos, con las ganancias de productividad en EEUU, cuya PTF (productividad total de los factores) ha aumentado un 5,5% entre 2000 a 2021, y un 8,5% desde 1990.