José Antonio Gómez Marín-Vozpópuli

  • Al Presidente le ha venido como agua de mayo el colosal incendio del país, su inaudita devastación y, mejor que nada, el desconcierto colectivo

Hemos visto en directo la quema de un pueblo pero no es ya el primero arrasado ni, acaso, será el último. Lo nunca visto en España. El fuego anda por su España como Sánchez por La Mareta, a su antojo, mientras los desesperados vecinos, pala y escoba en mano, contemplan el avance implacable de las llamas hacia sus casas. ¿Se maginan el trago? Sin ayuda. Solos y abandonados en demasiadas ocasiones. Tanto, que la ministra del Ejército anuncia en la tele que el incendio es incontenible y que, en consecuencia, habrá que esperar indefensos hasta que cambie el tiempo y refresque el ambiente. Y mientras tanto, crece el número de muertos y heridos, hay cientos de familias sin techo que cada día exhiben sus lágrimas y su desconsuelo en el telediario, jornadas de diez, de doce, de quince horas para bomberos y voluntarios resistentes, héroes de grado o por fuerza, cuatrocientas mil hectáreas quemadas, vidas perdidas en medio del desgobierno, mientras el Gobierno sigue “missing” –¡las vacaciones son sagradas!– y la presidenta Montero anuncia altanera que, por fin, “el Gobierno va a tirarse a la piscina”. ¿Que va a tirarse? ¡Pero si el Presidente y su séquito –Marlaska, Almodóvar, Illa y familiares y amigos incluidos– lleva dos semanas sin salir de la espléndida que ofrece su gratuito edén lanzaroteño!

Cuando, tras catorce días desaparecido reaparece, por fin, el responsable del Gobierno, luce, en efecto, un discreto bronceado y la cínica media sonrisa habitual para culpar de la catástrofe al apocalipsis climático que parece ser que  excusa y dirime toda culpa. Nada de apagar los fuegos en plena explosión, nada de auxiliar a las arruinadas víctimas, ni asomo de reconocer que –como clama al unísono un coro nacional– ha fallado la previsión y los medios son escandalosamente insuficientes. Él trae –¡el Supremo!—algo mejor: un “pacto de estado”, es decir, un compromiso ecológico que, de paso y ante todo, acorrale a la Oposición. “Ande yo caliente…”, ya saben. ¿Y qué quieren que haga si como, ya se anunció oficialmente, los fuegos no tienen remedio?

¿Que España arde? ¿Y qué quieren que haga el Gobierno y menos un Presidente al que, hasta en medio de la humareda patria, le empapelan a la mujer emplazándola al banquillo?

Además, tampoco es cosa de pedirle que baje al terreno a un presidente que vaya donde vaya topa con la bronca popular. Miren lo que ha ocurrido en su visita a Zamora y recuerden lo que le ocurrió cuando, emboscado a la sombra del Rey, fue a Paiporta, o cuando, tiempo atrás,  un aldeano le cantó las cuarenta en la sierra de la Culebra. No se le pueden pedir peras al olmo, oigan, tampoco es eso. La gente es hostil por naturaleza (se ha escuchado despotricar despectivamente a un sanchista en nómina) y no comprende las altas y, para ella, inalcanzables y complejas razones que respaldan la pasividad presidencial. ¿Que España arde? ¿Y qué quieren que haga el Gobierno y menos un Presidente al que, hasta en medio de la humareda patria, le empapelan a la mujer emplazándola al banquillo?

Gobierno de pacotilla

En todo caso, parece que no hay mal que por bien no venga… para alguien. El Presidente cobardemente escondido, por ejemplo, ve aliviada por los incendios su pésima hoja de ruta: deslumbrados por la ola de fuego o cegados por la inmensa humareda, nadie se acuerda de que, tanto a esa comprometedora esposa como a su logrero hermano, igual que a “su” Fiscal General o a la infame banda que, desde el propio Gobierno o a su protectora sombra, mangoneaba la legislatura hasta antier, les espera a partir de septiembre el banquillo y quién sabe si las penas. Al Presidente le ha venido como agua de mayo el colosal incendio del país, su inaudita devastación y, mejor que nada, el desconcierto colectivo que impide a este país en pleno caos, al menos de momento, recordar tantas responsabilidades y deudas pendientes. Mientras llega y no llega ese otoño justiciero importa una higa que este país partido en dos malviva en pleno desgobierno, se mantenga opaco humillantemente excluido de la esfera internacional y sienta crujir sin remedio la entraña del Estado. Pero hasta que llegue, los incendiados seguirán clamando inútilmente, solos, abandonados por un Gobierno de pacotilla, y lo que es peor, sin el menor propósito de enmienda. Los fuegos se apagarán cuando llueva, sugiere una ministra. A ver para qué se iba a tirar el Gobierno a la piscina ardiente teniendo a mano la que tiene dispuesta para él y para sus amistades en su refugio de La Mareta.