Yamila Feccia-EL ESPAÑOL
La historia económica argentina –a excepción de fines del siglo XIX, comienzos del siglo XX y una pequeña porción del XXI– ha demostrado un estancamiento secular del país que no le permite lograr el crecimiento y desarrollo económico esperado.
Sin duda, en esta auténtica y profunda realidad, hay determinados valores y estructuras culturales de muy hondo arraigo que se lo impiden. Se observan carencias notables, circunscritas en un oscuro mundo de valores y principios que están presentes en la sociedad argentina desde hace siglos.
Se hará un repaso por la historia, con el objetivo de intentar comprender el origen de esta trama ideológica que nutre esas convicciones sociales, fomenta una cultura política autoritaria y propaga el inmoral populismo intervencionista.
Si bien todas las sociedades pueden considerarse organismos vivos que, con el paso del tiempo, tienden a sufrir modificaciones, hay algunos determinismos culturales que impiden romper con ciertas tradiciones heredadas.
Un claro ejemplo se remonta a la conquista de la Nueva España, la cual se ha visto empañada por un bagaje cultural excesivo, dando origen a gobiernos altamente centralizados, dirigistas y corruptos, transmitiéndose a las futuras repúblicas. Sin embargo, este pasado español, obsesionado por controlar la vida de los habitantes del Nuevo Mundo, también puede encontrarse en la historia romana, en la cual el Estado antepuso su interés al del ciudadano (reinando en pos del bienestar público), derivando en las construcciones civiles y religiosas establecidas hasta nuestros días.
Según José Ignacio García Hamilton en su libro El autoritarismo y la improductividad en Hispanoamérica, las Indias habían nacido ya mal paridas. En lo que respecta a lo institucional, éstas no representaban la voluntad política y legislativa de los ciudadanos.
Los oficios (cabildantes) se vendían en remate público, por lo que esta burocracia corrupta encarnaba la sumisión de los gobernadores y virreyes, representando los intereses de la corona española y no de sus habitantes. Además, el cumplimiento de la ley fue prácticamente nulo, es decir, se acataba pero no se cumplía. En este caso no sólo se originaban de un monarca lejano, sino que además la legislación no representaba a sus habitantes, una de las razones de su incumplimiento.
Y el último punto, no menos importante, la huella que ha dejado el catolicismo bajo la unificación e intolerancia religiosa de la época. La conciencia del católico, según Hamilton, está habituada a «cumplir» normas impuestas por una estructura jerárquica externa (e incluso autoritaria) que tiende al incumplimiento de las mismas debido a su rigidez o difícil cumplimiento; e inclusive, el perdón y alivio espiritual, otorgado por un sacerdote, también es externo.
En cambio, en las colonias de Nueva Inglaterra, los principios reinantes han sido: la soberanía del pueblo, un Gobierno representativo, la intervención estatal limitada (tanto en el área política como económica) y la tolerancia.
Sus fundadores dictaron leyes con el objetivo de organizar la comunidad, no representando al soberano inglés. Por el contrario, se estableció un autogobierno que tenía potestad legislativa, adaptado al futuro ciudadano estadounidense.
Además, la tolerancia de cultos y la separación entre Iglesia y Estado sembraron la semilla de un clima de libertad, estructurando un sistema de Gobierno representativo, democrático y estable, con preservación continuada de los derechos individuales. Si hay un factor que distinguió a ambas sociedades es que en las protestantes, a diferencia de las católicas, había (y actualmente hay) poca tolerancia colectiva a la corrupción.
Hasta ahora se ha visto que en Argentina –como en otros países conquistados por el imperio español– las instituciones han estado desde su origen contaminadas y viciadas por la concepción populista. Esto ha dado lugar a la intromisión del Estado en la vida de los ciudadanos, otorgándole autoridad política para dictar y determinar la forma de vivir de las personas, convirtiéndose en padre de todos sus habitantes, no permitiéndoles ser adultos.
Sin embargo, esta conducta no se ha replicado con la misma intensidad en Estados Unidos, dado que poseen una psicología diferente, allí el legado cultural aún está atravesado por la libertad individual y la responsabilidad de cada uno.
En Argentina las instituciones han estado desde su origen contaminadas y viciadas por la concepción populista
Esta elefantiasis Estatal -entendida como un Estado grande, pesado, incompetente, ineficiente y que pretende vivir por encima de sus posibilidades, con un gasto clientelar en aumento sin intenciones de defender el tejido productivo- ya se ha instalado en Argentina y es una amenaza latente en España, en la cual el populismo de izquierda está avanzando firmemente.
Es importante destacar, que a raíz de la pandemia, este tipo de movimientos políticos han tenido la excusa perfecta para inflamar los ánimos de la sociedad, con el objetivo de quebrar las instituciones, quedarse con el poder, y sustituir el ordenamiento político por un régimen totalitario.
El gasto público
Cuesta comprender la falacia que han instalado estos gestores políticos de que el gasto público no es un problema, por el contrario, cualquier mala praxis macroeconómica se soluciona con un incremento de impuestos, y si de esta manera no es suficiente pues se incrementa la deuda o se activa la máquina de emitir dinero. Siendo siempre los bomberos de sus propios incendios.
La principal consecuencia de tener un Estado agigantado que gasta más de lo que ingresa se traduce en endeudamientos cíclicos, recurrentes y hasta sumamente peligrosos.
En el caso de Argentina, para poder pagar el festín político y clientelar, los gobiernos han recurrido a todo tipo de artilugio financiero, como por ejemplo: aumento de la presión impositiva, endeudamiento interno y externo e impuesto inflacionario (que terminó destruyendo 5 signos monetarios).
Cuesta comprender la falacia que han instalado estos gestores políticos de que el gasto público no es un problema
Argentina tiene una política monetaria y fiscal extractiva y confiscatoria que se financia con emisión monetaria, destruyendo la moneda, los ahorros y salarios reales de los ciudadanos. El endeudamiento ya ha alcanzado el 88% del PIB (303.091 millones de euros), tiene la presión fiscal más alta del mundo a pequeñas y medianas empresas y la política monetaria más destructiva de la región, solo superada por Venezuela. Una de las joyitas del populismo.
España no se queda atrás, según el Índice de Competitividad fiscal elaborado en 2020 por la Tax Foundation y el Instituto de Estudios Económicos, se encuentra entre las diez economías con menos competitividad fiscal de la OCDE.
En relación al endeudamiento, esta cifra alcanza los 1,3 billones de euros, representando casi el 119% del PIB; sufriendo un incremento de 155.253 millones de euros con el Gobierno de Pedro Sánchez, casi la mitad de la deuda total argentina.
Aunque, haciendo referencia a lo mencionado al inicio del artículo, España siempre vivió hipotecada, ya en 1543 el 65% de las rentas reales se destinaban al pago de los intereses de la deuda pública. Como sostiene Daniel Lacalle, la gran salvación de este país es pertenecer a la Unión Europea y no tener moneda propia y política monetaria, sino correría el riesgo de entrar en el mismo espiral de empobrecimiento argentino.
A modo de conclusión, ha quedado claro que la democracia ilimitada establecida hoy día, entendiéndose como el ensanchamiento equivocado de la democracia, ha transformado al Estado en un ser omnipotente.
Éste ha transmutado en un sicario económico, que a través de la demagogia y el populismo viola los derechos individuales y lejos de mejorar la situación de un país, pone en jaque a los sectores productivos, hipotecando el crecimiento y el desarrollo económico.
Para que Argentina pueda volver a ser el país próspero que en algún momento fue, y para que España no termine de converger en la irresponsabilidad política de Argentina, es imprescindible llevar a cabo reformas estructurales en donde prime la libertad económica y social. Está claro que donde habita el exceso de intervención estatal, escasea el desarrollo.
No obstante, para lograr restablecerlo, el primer paso es alcanzar el consenso social que estas medidas son las adecuadas. La prosperidad viene de la mano del esfuerzo personal y de la responsabilidad individual. España y Argentina, dos países que cuentan con los recursos necesarios para crecer, y que, sin embargo, aún “no han logrado o no han querido” comprender y modificar esos valores y principios que las condenan a seguir vegetando en la servidumbre estatal, como lo han hecho sus antepasados.
*** Yamila Feccia es economista.