Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

Sánchez busca acomodo para su único proyecto existencial: envejecer en la Moncloa

Estamos sobre ascuas con el próximo viaje de Pedro Sánchez a China, atropellado -y atropellando la agenda y funciones de Felipe VI– y urgido por la necesidad de un padrino internacional. Parece superada la incredulidad, que tanto ha explotado, de negarse a reconocer el evidente sentido de sus movimientos, así que muchos tememos que Sánchez vuele a China con la única intención de proteger su poder tambaleante a costa de los intereses de España. Y qué mejor padrino que la China de Xi Jinping, con la que el poderoso valido Zapatero y sospechosos habituales tienen oscuros negocios, incluyendo los específicamente prohibidos por la Unión Europea con la compañía china Huawei.

El gato de Deng Xiaoping

La fascinación socialista por China se remonta a cuando Felipe González descubrió el inspirador pragmatismo de Deng Xiaoping, el menudo líder que sucedió a Mao y consiguió salvar al Partido Comunista Chino del colapso soviético renunciando a cualquier dogmatismo ideológico. Deng, cuenta la leyenda, le dijo aquello de “no importa si el gato es blanco o negro, sino si caza ratones”. Era un modo delicado de derruir el sagrado marxismo-maoísmo salvando al partido único y la dictadura, lo único intocable, con una maniobra maquiavélica de manual. Y así fue.

Tras derrocar a la Banda de los Cuatro, los aspirantes a herederos de Mao que representaban la ortodoxia del Libro Rojo y la catastrófica Revolución Cultural (una de cuyas víctimas supervivientes era el propio Deng Xiaoping), China adoptó el sistema llamado, con absoluto descaro, “socialismo de mercado”: consiste en mantener la dictadura del Partido Comunista a cambio de una modalidad propia de capitalismo autoritario. Y así el Partido, que bien podría haber pasado a llamarse Confuciano de no ser por la identificación de Mao con el resurgimiento de China, restauró la propiedad y empresa privada, adoptó el libre mercado y se sumergió con entusiasmo en el comercio mundial de bienes y capitales. Los trajes Mao dejaron paso a los de ejecutivo elegante, y la austeridad obligatoria al consumismo desenfrenado.

El incombustible Deng resumió el nuevo objetivo nacional: “enriquecerse es glorioso”, y la gran mayoría de chinos estuvieron completamente de acuerdo. Se ofreció a la gente ganar y gastar todo el dinero que pudiera siempre y cuando aceptara con lealtad confuciana la dictadura política. Así que mientras los izquierdistas de todo el mundo se rasgaban las vestiduras -el comunismo nunca ha recibido un golpe endógeno tan grave como el chino-, el capital extranjero regó China como el maná, los negocios y las ciudades florecieron, y el viejo país protagonizó uno de los desarrollos económicos y sociales más espectaculares de la historia, hasta el punto de disputar ahora la hegemonía mundial a unos Estados Unidos en repliegue bajo un gobierno tronado.

La corrupción es extensa, la opacidad generalizada y parece que el descontento incipiente de la sociedad (que provocó protestas durante el confinamiento por el covid) motiva el imperialismo chino, más agresivo que nunca

Es obvio el profundo atractivo del sistema chino para Sánchez y sus secuaces: es la síntesis de riqueza, dictadura y corrupción impune. El poder del gobierno de Xi Jinping es ilimitado: no padece poderes separados, controles ni contrapeso alguno, ni de jueces ni de periodistas rebeldes. A cambio de aceptar el sistema, las empresas pueden amasar fortunas y la clase media vivir con una prosperidad y seguridad desconocidas desde hacía siglos. Pero el precio de osar oponerse y reclamar reformas democráticas es la muerte civil o, directamente, la física.

Jack Ma, el gran empresario de Alibaba (el Amazon chino), estuvo meses desaparecido tras osar criticar la línea oficial sin que le protegiera ser el hombre más rico de China: ha vuelto a un silencio prudente. Y numerosos disidentes, miembros de las minorías tibetana y uigur, como los estudiantes de la matanza de Tiananmén de 1989 (masacrados por orden de Deng, que esta vez no jugó con el color del gato), han pagado la protesta democrática con sus vidas. Además, la corrupción es extensa, la opacidad generalizada y parece que el descontento incipiente de la sociedad (que provocó protestas durante el confinamiento por el covid) motiva el imperialismo chino, más agresivo que nunca por aquello de que nada une tanto a la nación como una causa de exaltación colectiva.

Queda por ver si el plan Pumpido para vetar las cuestiones prejudiciales al TSJUE, de seguir adelante, no provoca sanciones más graves

A este atractivo indudable para la mentalidad sanchista se une la situación geopolítica tras el maremoto desencadenado por la segunda victoria de Trump. Lejos de convertirse, como había soñado, en líder planetario de una supuesta izquierda antitrumpista, Sánchez aparece en Bruselas como un sujeto indigno de confianza y quizás posible equino de Troya de Pekín. Cuatro novedades importantes certifican la caída en desgracia: la intervención europea de la minería estratégica en España, la exigencia de doblar o triplicar la inversión en defensa con los propios Presupuestos, la exclusión del gobierno de España de las cumbres de defensa, y la discreta suspensión de las ayudas pendientes de transferencia. Que, en el lenguaje eurocrático, es el modo de decir “hasta aquí hemos llegado”. Queda por ver si el plan Pumpido para vetar las cuestiones prejudiciales al TSJUE, de seguir adelante, no provoca sanciones más graves.

Las maniobras de Huawei por controlar las telecomunicaciones en Europa con ayuda española, y el interés de Pekín por Canarias, mucho mayor que el de un inversor comercial, no han pasado desapercibidos (menos aún para Francia, amenazada de expulsión total de África). Pero la confirmación del peligro está en que Sánchez, excluido de los grandes acuerdos de la Unión, corra a ser recibido por todo lo alto por Xi Jinping en persona: el Emperador recibe a un vasallo leal, que es como el Imperio del Centro ha visto por tradición al resto del mundo entorno.

¿Y si España se convierte en el trampolín privilegiado de China en el Atlántico y el Mediterráneo? A cambio, claro, de protección política para él como garante de la entente

Y es en este caótico contexto geopolítico donde Sánchez busca acomodo para su único proyecto existencial: envejecer en la Moncloa. Estados Unidos deja a Europa por Rusia y puede que abandone a la OTAN; Europa intenta reforzar su interdependencia y autonomía militar; China intenta explotar la ocasión de oro para avanzar hacia la hegemonía mundial. Y es en este proyecto donde tiene sentido el viaje de Sánchez, cuya querencia por los autócratas está fuera de duda: ¿y si España se convierte en el trampolín privilegiado de China en el Atlántico y el Mediterráneo? A cambio, claro, de protección política para él como garante de la entente. Pero solo sería una forma de vasallaje y una prórroga de un partido perdido. Europa vetará el proyecto y seguramente no gustará en Washington (aunque ahora resulta impredecible). Pero es lo suficientemente temerario, indigno e irresponsable como para que Sánchez lo considere una genialidad: su rollito de primavera en Pekín.