Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
- O asumimos nuestros errores, guste o no a los nacionalistas de todo pelaje, o nos harán el trabajo desde fuera
Si se mira alrededor- por ejemplo, a Francia o a Alemania con dos organizaciones territoriales bien distintas- el observador, resignado y abatido, contempla países vertebrados y estructurados. Por si faltaba algún hecho diferencial más con respecto a la España autonómica, suelen tener estrategias de Estado, o de país, que dirían los gurús. ¿Por qué España tiene los peores datos de la epidemia y los nubarrones más densos para su economía? Según el presidente del Gobierno, lo segundo es consecuencia de lo primero que a su vez tiene varios culpables, salvo Su Persona.
El pelotón de los señalados empieza por los españoles en general debido a la relajación tras irse de vacaciones siguiendo el consejo del presidente del Gobierno. No muy lejos del rebaño en general aparecen colectivos como los temporeros de la agricultura hacinados en barracones del siglo pasado y los locales de copas donde a la segunda toma se prescinde de la mascarilla y empieza la amistad a ser exaltada. Por supuesto no puede faltar el PP -del que todo es culpa desde el hundimiento de un petrolero por parte del marinero Mangouras– y en concreto la Comunidad de Madrid donde gobierna, según el portavoz sanchista y alcalde de Valladolid, Óscar Puente, una mujer con “dudoso equilibrio mental”. Si al equivalente del PP, Martínez Almeida, se le ocurre semejante falta de respeto dirigida a una alcaldesa o presidente regional socialista no le quedaría una sola covachuela en la que esconderse al señor alcalde de la Villa y Corte.
La presión que el nacionalismo independentista ha ejercido, de distintas maneras, ha surtido efecto. Estado hay, pero descosido y partido en 17
Nuestro Estado de las Autonomías es muy bonito pero la descentralización regional ha tenido un efecto secundario, nada menor, como es la práctica desaparición de una administración central, o mejor dicho federal, que tenga competencias propias entre las que se incluya el control y ejecución de la respuesta a asuntos graves como por ejemplo una pandemia global. La presión que el nacionalismo independentista ha ejercido, de distintas maneras, ha surtido efecto. Estado hay, pero descosido y partido en 17.
La crisis de la covid-19 ha demostrado que no se mide a los países por su rapidez -nadie supo qué hacer- sino por su capacidad de dar una respuesta firme, decida y segura. Si en marzo ningún gobierno europeo tenía la menor idea de cómo afrontar el problema, a las alturas del verano ya no había excusa o pretexto. El Gobierno de Sánchez se desentendió una vez terminado el decreto de alarma con el que reunificó las competencias autonómicas, eso sí, muy cogidas con alfileres. En algunos ministerios clave para la vida de los ciudadanos, como Educación y Sanidad, no hay nadie más allá de lo justo y necesario en las ventanillas. No se puede meter otra vez el tubo en la pasta de dientes. Y menos de golpe.
Agujeros estructurales
O se buscan otras maneras de reorganizar la administración general del Estado o no salimos de ésta en mucho más tiempo del que creemos. Ni en los centros de salud ni en los colegios hay nada que se parezca a un criterio nacional. Ni el PP en su momento, ni por supuesto el PSOE o ahora el sanchismo van a arremangarse para tapar los agujeros estructurales que provoca la partición en 17. ¿Es sostenible tanta descentralización para hacer frente a una pandemia y una crisis económica y social del tamaño de la que se está organizando?
Mientras el Gobierno simula que negocia consigo mismo unos Presupuestos Generales que dependen de la financiación que proporcionan las instituciones europeas, las autonomías acumulan errores y levantan fronteras como si el virus les fuera a entender. Como todavía la Unión Europea no ha soltado un euro, el Banco Central Europeo mete oxígeno en los pulmones de nuestro Estado fragmentado comprando la deuda española en el mercado o prestando a los bancos para que acudan a las emisiones del Tesoro. Uno de los principios fundacionales de la actual Unión Europea es la libre circulación de personas, bienes y capitales. La maraña legislativa autonómica y la pasividad de los sucesivos Gobiernos de España ante la construcción real y práctica de fronteras interiores van a chocar de frente con los planes de la Comisión Europea que miran a España en singular. España afronta en esta década recién estrenada un tiempo decisivo. O asumimos nuestros errores, guste o no a los nacionalistas, independentistas de todo pelaje o nos harán el trabajo desde fuera. Se equivoca el Gobierno de Sánchez cuando acusa al PP de haber actuado con deslealtad en la negociación europea. En realidad, fue el partido de Merkel quien rescató a nuestro primer ministro de la lluvia de reproches de los socialdemócratas escandinavos a los que solo faltó coger por las solapas al presidente del gobierno español. España no es un país si cada día se parece más a un simulacro.