Óscar Monsalvo-Vozpópuli

No pienso demasiado en si España debería pedir perdón por algo, pero cuando lo hago me vienen a la cabeza nombres de españoles como Arnaldo Otegi, José Luis Rodríguez Zapatero, Manu Pineda, Josu Ternera, Jordi Évole, Iñaki López

Cada cierto tiempo confluyen en congresos simbólicos los defensores de tres tesis incompatibles que, precisamente por eso, siempre se presentan juntas: España no comenzó a existir hasta hace cuatro días; España en realidad no existe y sólo es una agrupación de naciones más pequeñas; y España debe pedir perdón por supuestos crímenes cometidos hace siglos.

Esta vez, el congreso internacional se celebrará en México, que poco a poco se está convirtiendo en el nuevo faro de oscuridad del antiespañolismo y anda muy cerca de desbancar a su mayor representante hasta ahora, la propia España. La presidenta electa, Claudia Sheinbaum, ha decidido no invitar a Felipe VI a su toma de posesión. Continúa la tradición instaurada por el presidente anterior, López Obrador, de exigir cada cierto tiempo que España pida perdón por la liberación de los pueblos indígenas. Hernán Cortés, al frente de un puñado de españoles y con el apoyo de varios pueblos sometidos, acabó con el imperio azteca y sus sacrificios humanos. Sheinbaum y López Obrador no son ignorantes, pero son políticos, y saben que su relevancia se mide por la intensidad con la que sean capaces de manejar su estupidez impostada. La petición es tan absurda como si la Unión Europea exigiera a Estados Unidos que pidiera perdón por su contribución a la derrota de Alemania en la II Guerra Mundial.

La petición de Sheinbaum y López Obrador es absurda, pero también eficaz. Y esa eficacia es alegremente amplificada por nuestros representantes en el congreso mundial de antiespañolismo. A la cabeza de todos estos partidos -ERC, BNG, Sumar, EH Bildu; los socios del PSOE- sólo puede estar Mertxe Aizpurua. Aizpurua representa a una sensibilidad política muy concreta: la de quienes primero celebraban, defendían o ejecutaban los asesinatos de ETA y ahora los relativizan y niegan que deban pedir perdón por nada. Ahí sí hay una responsabilidad clara, distinta y reciente. Arnaldo Otegi es un terrorista condenado y -precisamente por eso- el auténtico líder del partido. Mertxe Aizpurua es una periodista que fue condenada por apología del terrorismo y -precisamente por eso- ejerce de portavoz en el Congreso. Cualquier militante de EH Bildu es representante de una tradición sangrienta contra España y contra los españoles. La izquierda abertzale es responsable directa de cientos de asesinatos y secuestros, de miles de amenazas que llevaron a alterar para siempre el mapa político y el alma del País Vasco. Y de España; la izquierda abertzale se ha convertido, de manera poco sorprendente, en socio estable del gobierno socialista de Pedro Sánchez.

Unos quisieron imponer su voluntad política por encima de las leyes y violaron los derechos de todos los españoles; otros se opusieron y lo impidieron

He de reconocer que, en cierto sentido, me gustaría que la ceremonia de desagravio se llevase a cabo. Nada representaría mejor el momento histórico de España que ver a una delegación nacional pidiendo perdón en México, arrodillada ante una comisión presidida por una representante de la izquierda abertzale. “Acepto tus disculpas, España”, podría decir Aizpurua en nombre de todos los agraviados.

Podríamos seguir. La ceremonia de desagravio podría convertirse en una caravana del perdón. Después de ofrecer disculpas por acabar con el imperio azteca España debería aprovechar para disculparse por contener mediante la violencia el golpe de Estado que los nacionalistas catalanes, apoyados por ilustres socialistas, intentaron llevar a cabo en 2017. En realidad ya lo ha hecho. Pedro Sánchez, en nombre de todos los españoles, y Salvador Illa, en nombre de todos los socialistas, ya han pedido perdón. Hemos asumido nuestra culpa en “el conflicto”. Unos quisieron imponer su voluntad política por encima de las leyes y violaron los derechos de todos los españoles; otros se opusieron y lo impidieron. Ambos contribuyeron al malestar social, ninguna idea es delito, no se puede judicializar la política, etc. Indulto, amnistía, rehabilitación, socios del Gobierno.

Un tipo específico de mal

Hay muchas más razones para poner en marcha una gran feria del desagravio nacional. Unos guardias civiles osaron entrar en un bar de Alsasua e intentaron romper brazos y piernas de los nativos con el tobillo y la boca. Una asociación de universitarios catalanes irrumpe periódicamente en los campus con la intención de ejercer sus derechos. Ciudadanos españoles pretenden erradicar el catalán de las escuelas obligando a que un 25% de las clases se ofrezcan en castellano. La selección española elige campos españoles para jugar sus partidos. El himno nacional suena en la Copa del Rey de fútbol, la competición nacional por excelencia. Algunos se empeñan en seguir escribiendo Gerona, Lérida, La Coruña, Orense, Vizcaya o Guipúzcoa cuando lo hacen en castellano.

No pienso demasiado en si España debería pedir perdón por algo, pero cuando lo hago me vienen a la cabeza nombres de españoles como Arnaldo Otegi, José Luis Rodríguez Zapatero, Manu Pineda, Josu Ternera, Jordi Évole, Iñaki López. Cada uno es máximo representante en un tipo específico de mal, y muchos de ellos comparten afinidades políticas y personales. Pero enseguida me doy cuenta de que es una idea absurda. Nosotros no tenemos que pedir perdón por lo que otros dicen y hacen. Y nadie puede pedir perdón por algo de lo que nunca se ha arrepentido.