Mariano Gomá-El Mundo
El autor reclama a la ciudadanía que se movilice y ejerza sus responsabilidades democráticas en salvaguarda del Estado de derecho frente al proceso de ruptura unilateral del independentismo catalán.
HAY VECES que la lectura de un libro o una circunstancia inesperada nos hace descubrir detalles desconocidos de la Historia o reflexionar acerca de los capítulos o hechos de la misma que permanecían olvidados o simplemente encerrados en el baúl de los objetos perdidos. Leer el espléndido trabajo de María Elvira Roca Barea en su libro Imperiofobia y Leyenda Negra incita a plantearse muchas reflexiones en relación a las constantes agresiones que España ha ido acumulando a lo largo de su única e irrepetible Historia, producto de oscuros intereses, a la vez que soportando un vendaval de descalificaciones, insultos y falsedades de todo tipo.
Cuando perversos anhelos u ocultas intenciones destructivas pretenden dinamitar la estabilidad y el buen nombre de un país, es habitual recurrir por parte de los comandos de turno a echar todas las culpas a aquello que quieren destruir. Ya en otro tiempo, en Europa y Norteamérica, la culpa de sus propios males la tuvieron el Imperio español y la Iglesia católica con una falsa y magnificada Inquisición, simplemente para esconder sus propias vilezas, fracasos e inseguridades, sirviendo por otra parte para justificar el racismo supremacista religioso y científico, que era de lo que se trataba.
Y en parte la difusión se debió, y sigue en la actualidad, a la invención de la propaganda como arma letal para usarla debidamente en beneficio propio, puesto que ante cualquier apuro o afán de ruptura se podía poner en marcha un mecanismo orquestado y bien engrasado para acusar al enemigo externo de ser el culpable de todo. Y ese enemigo era España.
Todo ello reproduce exactamente la agresión e intento de destrucción que el separatismo de una minoría del pueblo catalán está perpetrando en España –hacia los españoles en su conjunto–. No me atrevo a profundizar en las siniestras intenciones de quienes están comandando el proceso de ruptura unilateral y sin base social, ni tampoco a cuestionar las acciones u omisiones del, hasta hace unos días, Gobierno de la nación; y mucho menos la falta de entendimiento en lo que debiera ser un auténtico y generoso sentido de Estado para ofrecer a la convivencia y al progreso el músculo necesario de la ciudadanía española sean cuales sean sus ideas e ideologías; pero sí me arriesgo a pensar que, ante todo ello, España debe reaccionar.
Acabamos de asistir a un acontecimiento sorprendente y también de inesperadas consecuencias como es la total revolución del Gobierno y todas sus estructuras complementarias a mitad de la legislatura, protagonizado por un insuficiente partido en el arco parlamentario con el apoyo de un conjunto de todavía menos representativos partidos que, sin embargo, presentan peligrosas y amenazantes intenciones como son el desmembramiento de España y la puesta en cuestión de un sistema democrático de monarquía parlamentaria.
No cabe dramatizar a priori en relación a las inmediatas consecuencias del nuevo escenario pero sí creo que los equilibrios que el nuevo Ejecutivo deberá mantener entre los que exigen la secesión y ruptura del país y aquéllos que pretenden derivas hacia repúblicas bolivarianas serán arriesgados, como el cruce en una inestable maroma sin pértiga. Habrá que esperar a ver si los responsables sobreviven o caen irremisiblemente al vacío.
Ante todo ello la sociedad española tiene que hablar necesariamente y habrá de ser escuchada con mucha atención puesto que, ante una de las mayores etapas convulsas que ha sufrido nuestro país en la Historia, y por supuesto la mayor en nuestra reciente etapa democrática, empiezan a tomar cuerpo numerosas voces de la sociedad civil que, de forma contundente, van a movilizar y articular ese ansia de regeneración democrática de los españoles. Es conocida nuestra tradicional debilidad asociativa en lo referente a cuestiones básicas de país y de interés general, pero hoy en día, frente a un diagnóstico cierto de una nación fibrilante o de aguas turbulentas, asistimos a la emergencia de foros de debate y opinión que quieren y deben participar como actores consecuentemente con la preocupación general ante la deriva política española.
Quizá sea normal, después de 40 años de una paz y progreso jamás soñados, que las estructuras políticas de partidos y el marco general constitucional necesiten con carácter urgente una revisión al objeto de conseguir una regeneración democrática española que nos impulse a una nueva etapa en las futuras décadas en las que habrá que abordar grandes problemas de equilibrio y coexistencia global, que irán mucho más allá del conflicto doméstico y de escasa dimensión como es el de Cataluña.
Escuchamos, por tanto, la incipiente voz de la sociedad española a través de las existentes estructuras actuales de opinión, dando volumen y continuidad al camino emprendido por Societat Civil Catalana con sus ya nuevas organizaciones territoriales, para que en su conjunto encuentren un Foro como lugar común de acogida. Todos tenemos que asumir un compromiso nacional de regeneración sin excusas puesto que en ello nos va, no ya el bienestar y el futuro, sino que nos jugamos nuestra persistencia como nación.
Con carácter general, los políticos son el principal objeto de las críticas, pero es que la regeneración tiene que ser necesariamente liderada por ellos, empezando por la Jefatura del Estado como ya viene haciendo hasta ahora en el marco de sus competencias, pero continuando por el nuevo Gobierno y los nuevos líderes de la oposición en el plural marco ideológico de nuestra democracia, así como con el deseable concurso generoso y prudente de nuevas formaciones que quién sabe si están destinadas a tomar el relevo de un alternativo liderazgo.
Todos ellos deben demostrar hoy la misma altura de miras, generosidad, visión de futuro, inteligencia y humildad que mostraron quienes en su día cimentaron la base de la Transición que nos ha conducido hasta hoy.
Para ello van a contar con el respaldo de la ciudadanía que ha detectado el peligro que se cierne sobre nuestro país. España necesita hoy a su sociedad civil, plural, generosa y solidaria para articular un mensaje claro y potente que, sumado a las complicidades necesarias de los medios de comunicación y redes sociales, alcance a los oídos y a todos los rincones del entramado político del país. La voluntad de la sociedad española debe volar por encima de ideologías, personalismos y cotas de poder, porque esas estructuras son efímeras y pasajeras, y si no cumplen la función que la ciudadanía les encomiende, caerán como un castillo de naipes
Mariano Gomá es arquitecto y ex presidente de Societat Civil Catalana.