- Cualquier observador internacional, ajeno al día a día de nuestro país, concluiría, que vamos más hacia los resultados de la pésima gestión comunista que hacia un país de estándares democráticos en Europa
De nuevo ayer se volvieron a producir incidentes, retrasos y aglomeraciones en varias estaciones de Renfe, especialmente en Sevilla y Madrid. Comienza ya a ser habitual. No es un caso aislado, es la tónica corriente en los últimos tiempos. Los trenes no salen y, cuando salen, llegan tarde y mal. El aeropuerto de Barajas está lleno de chinches, la higiene brilla por su ausencia y se refugian cada noche decenas y decenas de personas marginales que convierten la puerta de entrada a España en un espectáculo nada edificante. La energía eléctrica, que la estimábamos como un servicio elemental que nadie cuestiona, ha llegado a colapsar en nuestro país. Recuerden el apagón de horas del lunes 28 de abril. En los juzgados se acumulan expedientes y los casos, mayores y menores, sufren retrasos de años. Al propio Constitucional le tienen que advertir de las irregularidades que comete al poner en marcha una adjudicación. En la isla de La Palma siguen esperando por las viviendas tras la erupción del volcán. En Valencia solo conocen los esfuerzos que hace la Generalitat y los privados, pero no se ve atisbo alguno de la ayuda del Gobierno central.
Nos hemos convertido en un país ineficiente. Especialmente en aquellos servicios que dependen del área pública. España ha dejado de funcionar y se desliza hacia la ineficiencia clásica que se da en todos aquellos países donde el socialismo ha llegado a convertirse en comunismo. No es el caso de España, pero cualquier observador internacional, ajeno al día a día de nuestro país, concluiría, después de observar el multitudinario Gobierno que padecemos, que vamos más hacia los resultados de la pésima gestión comunista que hacia un país de estándares democráticos en Europa. Más cerca de Venezuela que de Dinamarca.
Cuando denuncias la situación a los portavoces del Gobierno solo les salen improperios por la boca. Insultan y descalifican a quienes denuncian las evidencias y carecen de argumento alguno que explique mínimamente lo que está ocurriendo. No cabe duda de que hay muchos factores. La situación obedece a causas diversas, pero hay un denominador común obligado en cualquier estado moderno y democrático que se precie: quien gobierna asume la responsabilidad. Menos en España, que sufrimos a un señor que ocupa el puesto de presidente y está permanentemente a la fuga, con una carencia de dignidad que lo explica todo. España no funciona y él no se responsabiliza. Si fuese valiente, que no lo es, se iría, como hacen, y han hecho, los grandes hombres en la historia de las democracias. Otro caso es Maduro, tal vez el espejo mágico que Zapatero le coloca cada mañana al inquilino de la Moncloa.