España desde España

ABC 09/07/13
IGNACIO CAMACHO

Mientras los socialistas deliberan sobre el federalismo España se ha ido federalizando sola, a tirones y espasmos

Este eterno debate del federalismo, que el PSOE se plantea con cíclica recurrencia para intentar en vano que su franquicia catalana se sienta cómoda en algún modelo, tiene algo de la vieja cuestión regeneracionista sobre el ser de España, una nación enfrascada cada cierto tiempo en discutir sobre sí misma. Los socialistas tienen un severo problema de cohesión territorial provocado por la tendencia centrífuga del PSC, y suelen tratar de resolverlo apelando con mayor o menor énfasis a su tradición federal sin tener en cuenta que mientras ellos deliberan la nación se ha ido federalizando sola, un poco a la buena de Dios, a base de espasmos estatutarios y pactos de transferencias. Al final, la solemne y algo pomposa «Declaración de Granada», sucesora de aquella otra de Santillana, lo que viene a proponer no es sino bautizar ese sobrevenido sistema poniendo en la Constitución el nombre de lo que ya está en los estatutos que Zapatero aventó con una irresponsabilidad dicharachera de la que acaso a estas alturas se encuentre arrepentido.
Tienen razón los socialdemócratas en que para embridar este desparrame que se come el Estado por las patas va a haber que abordar una reforma constitucional y que quizá convenga empezar a planteársela siquiera en modo deliberativo, mediante una ponencia o comisión que vaya sondeando consensos y adelantando ideas, estudios y borradores. Sin embargo lo que va a resultar difícil es consolidar un proyecto asimétrico que, aunque matizado, viene a cuestionar treinta y cinco años de cafépara todos en los que se ha instalado una conciencia autonómica homogénea muy complicada de desmontar sin agravios. Ese modelo vagamente desigualitario y a la carta, recubierto de retórica federalizante, es en el fondo el que catalanes y vascos quisieron implantar al comienzo de la Transición, y que hubiese conducido a una España de dos velocidades. Le puede servir al PSOE y al PSC para encontrar puntos de acuerdo interno, pero ya no le sirve a un país que lo ha dejado atrás hace muchos años.
El documento socialista contiene propuestas aprovechables y sensatas como la de fijar en la Carta Magna la financiación de las comunidades y la lista de competencias del Estado, que hasta ahora parecía un saco sin fondo del que sólo salían descentralizaciones y deudas; ese «Estado sin territorio» del que suele hablar el profesor Sosa Wagner. Por ahí sí hay que avanzar y esa iniciativa debería encontrar en el centro-derecha una acogida inicial favorable. La revisión y el compromiso que necesita la desgastada e insostenible estructura autonómica hay que llevarlos a cabo desde un concepto jerárquico, unitario y común de nación de ciudadanos, no de naciones. Y en eso deben coincidir todos los que rechazan la eterna reivindicación rupturista basada en una fraccionalidad identitaria. España hay que pensarla desde una idea de España.