ABC 13/06/14
IGNACIO CAMACHO
· Nunca desde la Transición había vivido España un período tan decaído y pusilánime de invertebración orteguiana
HAY que frotarse los ojos. Una porción significativa de líderes políticos, propagandistas catódicos y agitadores callejeros lleva semanas predicando a todo volumen la consigna de que en España no hay libertad. Y con cierto éxito si se consideran los resultados de las últimas elecciones europeas. Según este agresivo discurso de radicalismo populista, nacido del hartazgo objetivo de la sociedad ante la corrupción política e institucional y divulgado mediante el ejercicio activísimo de las libertades cuya existencia niega, vivimos en un país atenazado por la presión de fuerzas malignas que ejercen la dictadura financiera a través de un simulacro democrático del que serían cómplices los partidos mayoritarios y sus millones de pervertidos o anestesiados votantes. Un Estado de naturaleza autoritaria maltrata a la gente arrebatándole sus derechos políticos y sociales, empujándola a la miseria económica e impidiendo la expresión de los sentimientos de identidad territorial. Las élites directivas forman un cartel criminal de tranversalidad ideológica –«la casta»– dedicado a extorsionar a la ciudadanía y protegido por una Constitución redactada con el propósito de perpetuar el sistema viciado. Y en la cúpula de ese régimen degenerado manda con poderes omnímodos e inviolables una dinastía medieval que conserva el privilegio anacrónico de un moderno derecho de pernada.
Esta prédica apocalíptica, formulada en eficaces términos demagógicos que extienden en parte de la desencantada sociedad un inflamado nihilismo rupturista, se expande por la opinión pública ante la docilidad exánime de una clase dirigente agotada, medrosa y sin liderazgo, hundida en una especie de cansancio existencial e incapaz de enfrentarse con la energía necesaria a la refutación de una doctrina que pretende sacrificarla como chivo expiatorio de la crisis. La generación heredera del acuerdo constitucional parece haber resignado su propia autodefensa, como si se sintiese presa de los remordimientos y la mala conciencia, poseída por un cansancio vital y mental que la empujase a aceptar su condición de culpable. Ha declinado el debate con una debilidad perdedora, y ese desfallecimiento propicia un vértigo de vacíos que sacude la estabilidad de la nación y deshace su cohesión interna. Nunca desde la Transición había vivido España un período de tanta invertebración orteguiana ni se había sentido envuelta en tal atonía intelectual y política. Un momento tan decaído y pusilánime que permite al banal pensamiento twitter destruir en cuatro frases cortas toda la arquitectura jurídica y moral de un sistema de libertades que de repente se ha vuelto quebradizo y vulnerable. El problema no son los charlatanes oportunistas propios de toda etapa convulsa; es la ausencia de vigor y masa crítica positiva, la renuncia al debate y a la pedagogía lo que está amenazando con un fracaso histórico.