Pablo Pombo-El Confidencial
- Aún no sabemos cómo va a comparecer la España vacía en las próximas elecciones, pero no conviene ignorar que se presentará. Habrá sarampión de candidaturas
Falta para que termine la pospandemia. Cuando acabe, muchas cosas habrán cambiado. Desde luego el sistema de partidos: dentro de unos años no podrá reconocerlo ni la madre que lo parió. Las movilizaciones y protestas que se están acumulando acelerarán dos cambios en el mapa político que tenemos: cambiará el juego de equilibrios y cambiará el número de actores. Esto tiene cada vez más pinta de que las cosas van a cambiar. Mucho.
Tenemos al país en carne viva porque el gobierno y los partidos llevan un largo tiempo sin ser capaces de dar respuesta a las demandas sociales. Cuando eso pasa y la economía no es favorable se activa esta secuencia lógica: primero el descontento, luego el malestar y, a continuación, la contestación. Conflicto. Es donde estamos entrando: cada jornada convertida en un día de furia distinto.
Lo tremendo, en este nuevo estadio, es que los partidos persisten en el error. Lejos de preocuparse y buscar respuestas que alivien la situación parecen empeñados en peguntarse qué beneficio electoral podrían obtener de la explosión de tanto hartazgo. A ese punto hemos llegado. ¿Qué puede pasar?
En la derecha, vemos al PP anunciando que se echará a la calle porque la cosa está muy mal. El volantazo —otro más— se produce tras haber despilfarrado su segunda oportunidad de abrir brecha con el PSOE.
Tuvo la primera ocasión en junio, después de los indultos y de haber arrasado en Madrid, pero fue mejor irse de vacaciones. Y acaba de tirar la segunda, con un pulso incomprensible entre Casado y Ayuso, mientras la promesa sanchista de la recuperación se convertía en inflación.
La realidad es que el objetivo del PP no es sumar más votos, sino evitar que se los reste Vox. En la calle, buscan firmar el empate y no lo tienen nada fácil. Las condiciones favorecen más a un partido populista que a uno convencional. Sin corbata, Abascal emite más autenticidad que Casado. Y tener una estrategia sostenida tiene sus ventajas: los verdes llevan tiempo montando un sindicato que ahora podrá dar cobertura en el despliegue de la protesta.
En la izquierda, el PSOE ni siquiera puede plantearse el objetivo de empatar con lo que vendrá después de Podemos
A esas tres desventajas del PP cabe añadir una más. Si algo sabe hacer Vox es desenvolverse en el plano de la guerra cultural, del desacomplejamiento, de la ambivalencia agresiva y victimista. Las cámaras y las redes, la conversación nacional, irá donde esté el pollo, que es donde estará Abascal.
En la izquierda, el PSOE ni siquiera puede plantearse el objetivo de empatar con lo que vendrá después de Podemos. No ya porque gobierne sino porque el flanco más débil lo tiene precisamente dentro del gobierno.
Sánchez cometió el error de entregar a su socio el ministerio de trabajo. El único desde el que su competidor puede hacer política real, diferenciada de la socialista como estamos viendo con la reforma laboral, y, además, mantener interlocución con los sindicatos. Pieza clave cuando la cosa se pone fea.
Yolanda está utilizando el ministerio de trabajo como herramienta electoral para levantarle a Sánchez votos a mansalva. Y a Sánchez le va a costar evitar que Yolanda acceda al tesoro del PSOE: el voto obrero, que es lo que Podemos nunca tuvo. Antes, los votantes morados estaban en las capas precarizadas de las clases medias. Ahora, ella tiene la llave de las fábricas, un acceso a los currantes de cuello azul.
En términos estrictamente objetivos, el aumento de la conflictividad social beneficia a la candidata en ciernes de todo lo que está a la izquierda del Partido Socialista. Es útil para marcar perfil propio. Vale para darle vuelo a su vehículo electoral. Y sirve, vaya si sirve, tanto para poder romper la coalición sin penalización, como para poder competir en la carrera hacia las urnas.
La paradoja está en que la ministra de trabajo y la candidata pospodemita son la misma persona: el interés electoral de la Yolanda de partido es contrario a la función de Yolanda en el Gobierno. Este es el tipo de cosas que cuesta explicar en Bruselas cuando queremos hablar de las cosas del comer.
No estamos en los ochenta: el conflicto social ya no se puede estudiar únicamente en términos de clase
Hasta aquí llega la parte más fácil de anticipar de este texto. Ahora viene la más abierta. La meseta ibérica está hasta el gorro, existe Teruel Existe como experiencia de éxito y es mucho lo que se está moviendo durante este otoño.
Todavía no sabemos cómo va a comparecer la España vacía en las próximas elecciones, pero no conviene ignorar que se presentará. Habrá sarampión de candidaturas, eso ya puede darse por hecho. El periodo de incubación ha quedado atrás, lo próximo es una erupción que la contestación bien podría acelerar.
No estamos en los ochenta: el conflicto social ya no se puede estudiar únicamente en términos de clase. La tensión entre el centro y la periferia también explica los cambios políticos.
Ávila está en el centro de Madrid, pero es periferia política. Sin embargo, hay más: lo periférico también se vive en términos individuales. La distinción entre subirse a un monopatín eléctrico para ir a la oficina y tener que coger tu coche diésel para ir al curro es la diferencia entre centro y periferia que vale como ejemplo para explicar el surgimiento de los chalecos amarillos en Francia.
¿Puede ocurrir algo parecido aquí? ¿Por qué no? El calendario de las movilizaciones que tenemos delante no lo desmiente: camioneros y trabajadores del sector metalúrgico, peluqueros y ganaderos, el campo. No son señales de humo es el fuego de la contestación social que vemos en la periferia de la M-30. El caldo de cultivo ya está sobre la mesa.
La crisis de 2008 se llevó al bipartidismo imperfecto y dejó la nueva política. La crisis desatada por la pandemia podría tener mayores consecuencias. La obsolescencia del sistema actual de partidos políticos ya está programada. Parte de lo que se dirime ahora es si la conflictividad social puede acelerar el proceso.
Es pronto para afirmar que las próximas elecciones generales vendrán con un cambio de gobierno. No lo es para apuntar que los partidos centrales estarán menos centrados, que tendremos un parlamento más fragmentado y que el país será más difícil de gobernar. España avanza sin remedio hacia la cantonización. Descontento, malestar y contestación. No hay marcha atrás.