Jesús Cacho-Vozpópuli
Un personaje que ha obligado a la Unión Europea a mirarse en el espejo de sus miserias
He reiterado aquí que a Donald Trump no se le podía comprar el paquete entero y que había que esperar, dejar pasar un tiempo prudencial para hacer un balance, siquiera provisional, de su figura y de su obra… Por desgracia, sus declaraciones de esta semana relativas a Ucrania, a la que poco menos que acusó de haber invadido Rusia, y a su presidente, Volodímir Zelenski, al que tachó de dictador, han venido a dinamitar cualquier espera razonable y a dibujar el perfil de un canalla desnortado. La bandera de la libertad que su vicepresidente, JD Vance, ondeó en su magnífico discurso de Munich se ha convertido en pocos días en la bandera pirata del esclavista dispuesto a vender la libertad de Ucrania, además del legado de los soldados americanos caídos en la playa de Normandía, a un asesino en serie como Putin. El Partido Republicano ha entronizado a un personaje dispuesto a dinamitar el orden internacional establecido por su propio país a partir de 1945. Un miserable convertido en el presidente más influyente desde Franklin D. Roosevelt. Diga lo que diga, sus palabras resuenan instantáneamente en todo el mundo, y llevan la incertidumbre, cuando no la congoja, al último rincón del planeta. Trump no es un hombre moderno. No es un político, sino un empresario de éxito acostumbrado a caminar en esa delgada línea de sombra que separa el delito del cumplimiento de la ley. Un admirador de los liderazgos enérgicos y sin escrúpulos, sean políticos o económicos. Instintivamente un america firster, en línea con los pacifistas de los años 30. Un ingenuo en términos económicos y tecnológicos, además de un ignorante (molde del estadounidense medio) en temas de historia y cultura. El prototipo de anti-hombre del Renacimiento.
Escribe Simon Schama en su monumental “Ciudadanos” (Ed. Debate) que, a los ojos de Lafayette, el aristócrata francés que en el otoño de 1777 partió rumbo América a bordo del Victoire, decidido a unirse, en nombre de la Libertad, a las trece colonias británicas que luchaban por su independencia frente al ejército inglés, que en George Washington “se sumaban las virtudes de los héroes de la Antigüedad: el estoicismo, la fortaleza frente a la adversidad, el coraje personal y el sacrificio, la incorruptibilidad, la ausencia de ambición personal, el desprecio hacia intrigas y banderías…” Trump representa exactamente lo contrario de esta maravillosa despensa de virtudes morales a las que aludía Gilbert du Motier, marqués de La Fayette.
El Partido Republicano ha entronizado a un personaje dispuesto a dinamitar el orden internacional establecido por su propio país
En las antípodas de Washington pero también de Thomas Jefferson y de tantos otros ilustres que hicieron grande la democracia en América. En Trump, por el contrario, encontramos un serio candidato al síndrome Tourette, un tipo incapaz de evitar decir lo primero que se le pasa por la cabeza sin importarle la audiencia o el contexto. Un Archie Bunker (personaje de la serie All in the Family muy conservador, un punto racista y bastante cafre, además de intolerante) con una enorme cuenta bancaria, que preside el país más rico del mundo y tiene bajo su dedo el arsenal nuclear más impresionante del planeta. Por si ello fuera poca cosa, en la capital norteamericana empieza a correr el rumor de que ya no tiene la misma energía que en 2016 y que ha perdido bastantes facultades. Un potencial Joe Biden andando el tiempo.
Un personaje que ha obligado a la Unión Europea a mirarse en el espejo de sus miserias, haciéndole despertar del sueño conformista en que ha vivido en los últimos tiempos bajo una clase política mediocre (¡qué fue de los grandes liderazgos!), abrazada a un izquierdismo paralizante y a todo su arsenal medioambiental y woke, y a una burocracia, la que realmente dirige el tinglado, que se ha hecho fuerte en Bruselas de espaldas a la ciudadanía europea. El problema de Europa es estructural: una unión económica, una moneda común y un espacio de libre circulación de personas y mercancías, que está lejos de ser esa unión emocional que reclama la affectio societatis, la libre predisposición de los miembros de una sociedad para, sobre la base de unos valores compartidos, asociarse, prosperar y protegerse frente al enemigo común. La ausencia de esa affectio explica la debilidad de la UE en materias como la defensa o la política exterior. ¿Cómo entender la renuncia a hacerse respetar por el autócrata de una UE cuyo PIB es diez veces superior al ruso? Solo el PIB alemán dobla el de Rusia. ¿De dónde ese miedo a un ejército que necesita el concurso de los drones iraníes y de los pobres soldados norcoreanos para mantener la presión en los frentes ucranianos? Un gigante con pies de barro, cierto, pero dotado de un tremendo arsenal nuclear cuya utilización Putin esgrime cada dos por tres. Un criminal sostenido por el miedo. Es “El retorno a la barbarie en el siglo XXI” (Ed. Ateneo) que la filósofa Therese Delpech profetizó un ya lejano 2005. Francia y Gran Bretaña disponen también del arma nuclear, pero el tirano estepario sabe que nunca se atreverán a usarla. El fracaso de la Unión a la hora de construir una identidad común, de generar un cierto “orgullo de pertenencia” al proyecto, explica la renuncia de sus ciudadanos —y de sus líderes de cartón piedra— a enviar a sus hijos, a nuestros nietos, a morir en los campos de batalla de Ucrania.
En Trump encontramos un serio candidato al síndrome Tourette, un tipo incapaz de evitar decir lo primero que se le pasa por la cabeza
Por si ello fuera poco, la distopía trumpiana aterriza sobre una Europa víctima de varias crisis en paralelo. Con una Francia cercana al colapso, endeudada hasta las cejas e incapaz de abordar cualquier reforma, y una Alemania que, entregada a la energía barata del oso ruso, ha cerrado sus nucleares y ha perdido su condición de locomotora europea. Para completar el cuadro, tanto Francia como Alemania (muy importante lo que ocurra hoy allí), columna vertebral de la Unión, siguen empeñadas en negar los derechos políticos a entre un tercio (Francia) y casi una cuarta parte (Alemania) de sus ciudadanos, lo cual permite augurar desgarros vitales de imprevisibles consecuencias futuras. Baste decir que el único ejemplo de coherencia está representado en estos momentos por la Italia de Giorgia Meloni. En el extrarradio, unos países bálticos, más esa Polonia de atormentada historia, acollonados ante la evidencia de que el déspota no se detendrá en Ucrania, y una España cada vez más irrelevante, en manos de un desvergonzado dispuesto a convertir su democracia en una escombrera, ante la indiferencia de esa insolente Europa acostumbrada a decirle al resto del mundo cómo debe comportarse.
Lo cual deja una Bruselas liderada por un grupo de segundones que tratan de disimular el vacío de poder con una diarrea de normas y reglamentos, lo que en modo alguno consigue ocultar la desconexión profunda entre el poder burocrático y judicial (Bruselas/Estrasburgo), por un lado, y el poder político al frente de los Estados, por otro, y entre la elite bruselense y unos ciudadanos cuyo voto no sirve para elegir directamente a esa nomenklatura ni para dirigir o fiscalizar sus políticas. Un italiano del prestigio de Mario Draghi se ha encargado de decirle a Bruselas dónde le aprieta el zapato y de proponer un radical cambio de rumbo. El martes 18 de febrero, ante el Parlamento Europeo, el italiano volvió a hablar extensamente de su informe en el contexto de la disrupción trumpista. Pero Draghi, que elude cuestiones esenciales como la inmigración, y las elites de Bruselas siguen enredados en el ovillo medioambiental y reglamentista. La descarbonización unilateral a toda costa.
Draghi apadrina la tesis de la deuda “mancomunada” como imprescindible para hacer frente al déficit tecnológico europeo
Lo “verde”, la palabra de curso legal hoy en la UE. Leído esta semana: “Bruselas empuja hacia una autarquía verde ante el viraje geopolítico de EEUU”. Flores contra cañones. “La CE propondrá incentivos fiscales y medidas de apoyo a las industrias que deben pasar por un proceso de descarbonización en el marco del Clean Industrial Deal que se publicará este 26 de febrero”. El dossier, una de las iniciativas de Bruselas para los próximos cinco años, ha estado pilotado por la española Teresa Ribera, vicepresidenta ejecutiva a cargo de Transición y ex ministra de Energía, una izquierdista cuyo sectarismo no conoce límites, ardiente defensora, solo en España, del cierre de las centrales nucleares, lo que equivale a condenar a nuestras empresas a un precio de la energía que acabará por achatarrar el ya magro parque industrial español, empobreciendo con ello a los españoles.
Este es el problema, el tipo de indigente dirigencia que se ha hecho fuerte en Bruselas de espaldas al talento. Personas fuertemente ideologizadas, en general cooptadas por el izquierdismo woke, carentes de capacidad de gestión. Tipos/as empeñados/as en vivir como marqueses camuflados/as en la fronda de Bruselas. El verdadero fracaso de Europa. “Nos pastorean capataces rapaces y vulgares; el fascismo de la vulgaridad, que decía Steiner” (Ruiz-Quintano). Draghi apadrina la tesis de la deuda “mancomunada” (una cifra monstruosa, no inferior a los 800.000 millones) como imprescindible para hacer frente al déficit tecnológico europeo frente a chinos y americanos, una clavo ardiendo al que se ha agarrado con entusiasmo nuestro saltimbanqui.
El canalla está encantado con que Bruselas le enfuche otros 72.000 millones gratis total, lo cual le permitiría eternizarse en Moncloa
En efecto, en su comparecencia del lunes 17 en París, tras la cena de los idiotas en torno a Macron, Sánchez se manifestó entusiasmado con la idea de flexibilizar (todavía más) las reglas fiscales de la Unión “para poder acoger un mayor gasto en seguridad y en defensa”, mediante la puesta en marcha de “mecanismos mancomunados para poder financiarlo”. Es decir, endeudarse como si no hubiera un mañana, naturalmente sin dar una oportunidad, siquiera parcial, al recorte de gastos en otros rubros. Lo cual, traducido del politiqués, quiere decir que el canalla está encantado con la posibilidad de que Bruselas, como ocurrió con la pandemia, vuelva a enchufarle otros 72.000 millones gratis total, lo cual le permitiría eternizarse en Moncloa hasta el fin de los tiempos.
El tsunami Trump sitúa a España en una posición particularmente delicada. Es verdad que el “fenómeno amarillo” tiene cosas más importantes de que ocuparse, pero a poco que bajen las aguas de la riada nadie duda de que nuestro trilero terminará por llamar la atención del pato Donald, sobre todo porque él mismo, en un ejercicio de narcisismo propio del psicópata que hay en él, se ha encargado de levantar la mano para, como en la mili, apuntarse voluntario a fregar letrinas. No es ya esa presidencia de la Internacional Socialista convertida en pieza de museo, o su indisimulado apoyo a la organización terrorista Hamás. Es su increíble audacia al pretender, a espaldas de los socios comunitarios, establecerse como una especie de representante de China y los intereses chinos en la UE (atentos a la historia que publicará mañana este diario). Una operación en la que, obviamente, hay mucho dinero a ganar.
El tsunami Trump sitúa a España en una posición particularmente delicada
Dinero para él, naturalmente, pero también para el ideólogo de la misma, el rufián Rodríguez Zapatero y su cobrador del frac, Miguel Ángel Moratinos. Esto va de plata para la famiglia, lo hemos dicho muchas veces, va de banda dispuesta a durar en el poder con el único objetivo de enriquecerse. Audacia tan increíble como peligrosa para él (también para España, que va de suyo) en tanto en cuanto, rehén de socios tipo Bildu, Sumar, que abiertamente simpatizan con la causa Putin, le va a resultar imposible cumplir —ausencia de PGE al margen— cualquier compromiso que contraiga para elevar el gasto español en Defensa al 2% y no digamos ya al 3% (guarismo que empieza a manejar Bruselas) del PIB, sin que le explote su Gobierno y sin que, más pronto que tarde, termine por atraerse la ira del jefesito yanqui.
De la pretendida democracia liberal española no quedan ni las raspas. Ayer supimos por el Diario de Avisos gubernamental que “El fiscal general del Estado estudia acudir ya al Constitucional para anular su causa abierta en el Supremo”, anuncio de encontronazo definitivo entre Constitucional y Supremo, final apoteósico de nuestro Estado de Derecho. Es cierto que el TC no puede entrar en la fase de instrucción del sumario García Ortiz, pero para Sánchez siempre hay una primera vez a la hora de quebrantar la ley. Que se encargue Pompidou, que para eso le hemos puesto. España camina con paso firme hacia ese modelo de socialismo chavista del que han huido millones de venezolanos.
La decisión de Abascal de posicionarse al lado de Trump complica la formación de ese Gobierno de coalición encargado de desalojar al felón de Moncloa
Con el agravante de que el terremoto Trump ha situado la eventualidad de un Gobierno de coalición PP-Vox en el limbo de los justos. En efecto, la decisión de Santiago Abascal de posicionarse al lado del emperador americano, indefendible desde el punto de vista de cualquier liberal, después de haberse situado al lado del húngaro Orban, vale decir al lado del siniestro Putin, esa réplica de Hitler convertida en pesadilla europea, coloca a la cúpula de la calle Bambú en un callejón sin salida difícilmente entendible por el aluvión de simpatizantes que en algún momento confiaron en Vox como solución a las renuncias del PP y complica extraordinariamente la formación de ese Gobierno de coalición encargado de desalojar al felón de Moncloa, que es, de lejos y al margen de Trump, el primer gran problema de España desde hace siete años. Penoso horizonte el de esta España gobernada por un sátrapa y castigada por la indiferencia de tantos millones de españoles dedicados a mirarse extasiados el ombligo.