Javier Zarzalejos-El Correo

  • Las crisis con Argentina, Israel, Venezuela y la última con México dan cuenta del estado de la política exterior patrocinada por el Gobierno socialista

Hay que oír hablar al ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, para reparar en el estado en que se encuentra la política exterior patrocinada por el Gobierno socialista y, por tanto, la política exterior de España. Albares es la nada altisonante. Es lamentable, pero es así. En cada entrevista se hincha contando su agenda de contactos con sus colegas de aquí o de allá, describiendo una hiperactividad estéril.

La crisis con Argentina iniciada con unas declaraciones injuriosas hacia el presidente Javier Milei del ministro de Transportes, Óscar Puente, sigue sin sellarse. Con Israel, Sánchez, seguido por Albares, ha roto todos los puentes de diálogo después del reconocimiento unilateral de un inexistente Estado palestino, fuera del marco de la Unión Europea y sin traducción práctica en la situación sobre el terreno. España queda así fuera de la ecuación del posconflicto que se adivina como una recomposición total del escenario estratégico en la región. Se ha supeditado el rédito político y electoral de un discurso claramente sesgado en contra de Israel, con brochazos antisemitas perfectamente reconocibles, al interés de España en línea con el papel que nuestro país ha podido desempeñar en Oriente Próximo.

Qué decir de Venezuela, donde España podía y debería haber liderado una respuesta mucho más vigorosa, firmemente democrática y ejemplarizante frente a la dictadura de Nicolás Maduro. No estamos hablando de un fraude por parte del régimen de Maduro puesto que no hay ni siquiera una intención real de engañar. Es un golpe de Estado; es decir, la negación de la victoria del candidato de la oposición, acompañada de una ola represiva brutal ante la que el Gobierno español reacciona alegando un papel de facilitador que no se le reconoce, salvo para facilitar a Maduro el exilio de su oponente y ganador Edmundo González. Como seguir pidiendo a Maduro que exhiba las actas electorales a estas alturas es un ejercicio de humor negro, ahora la cuestión es qué va a hacer el Gobierno, qué va a proponer, qué medidas va a liderar y pedir que se adopten cuando se acerque el 10 de enero y Maduro quiera investirse con la banda presidencial robada al presidente inequívocamente electo por la gran mayoría de los venezolanos.

En estos últimos días se ha desatado otra grave controversia con la presidenta entrante de México que tiene sus precedentes en el populismo indigenista y manipulador de Andrés Manuel López Obrador. Es cierto que no hay que escalar en una provocación, pero no puede obviarse el desplante a la Corona y un discurso hostil contra España.

López Obrador y su sucesora en la presidencia han encontrado en el choque con España la maniobra perfecta para desviar la atención del lamentable balance de su gestión. Que López Obrador se haya despedido de la presidencia con altos niveles de popularidad es una prueba de la capacidad del discurso populista para falsear la realidad y contaminar el debate público. En el sexenio que termina bajo López Obrador, se han registrado 200.000 muertes violentas, 50.000 desapariciones y 63 periodistas han sido asesinados, ¡y es España la que debe pedir perdón! Los cárteles de la droga parecen muy satisfechos con la política de López consistente en «abrazos, no balazos», que ha llevado a que México sea un país en el que el dominio efectivo del narco vaya creciendo y su infiltración en las instituciones del Estado sea más extendida que lo ha sido nunca.

Su despedida de la presidencia ha consistido en una reforma judicial que somete a elección a todos los niveles de la judicatura, un verdadero festín para el narcotráfico y la delincuencia organizada, que van a dictar quién se presenta y quién no va a presentarse si valora en algo su vida, cómo se financiarán las campañas electorales y cuáles serán los límites, más bien estrechos, de la independencia de jueces elegidos bajo la sombra del narco.

Es evidente que, después de negar la invitación al Rey, el Gobierno no podría estar presente en la toma de posesión de la nueva presidenta. Sí lo han hecho los aliados del PSOE y el alto representante de la UE Josep Borrell, que no ha dicho nada sobre el gesto inamistoso de México. Peor aún: en su declaración pública al respecto, Pedro Sánchez se dolía de que fuera precisamente López Obrador -alguien a quien Sánchez tiene como compañero en el progresismo- el que infligiera este trato a las máximas instituciones españolas. Un verdadero disgusto entre compañeros progresistas.

Y el remate han sido esas últimas declaraciones de Albares en las que ha proclamado con solemnidad que su prioridad como ministro para la Unión Europea es que el catalán sea idioma oficial en la UE. Ante esto, poco más se puede decir. Todo se explica.