Carlos Souto-Vozpópuli
- Cuidado, señor presidente. Cuidado con la guerra. No es una salida, es un abismo–
“Las guerras comienzan cuando se quiere, pero no terminan cuando se desea”, escribió Maquiavelo. España debería grabar esa advertencia en los muros de la Moncloa, porque lo que hasta hace poco parecía impensable empieza a tomar forma. Pedro Sánchez, en su afán de sobrevivir políticamente, ha decidido jugar con fuego.
La situación del país es doblemente alarmante. Hacia adentro, un gobierno acorralado, aislado, que ya no se reconoce en la sociedad a la que pretende representar. Hacia fuera, una España irrelevante en el concierto europeo, reducida a un lado oscuro de la luna: distante, opaca, carente de influencia real. Pero la combinación de ambas realidades es letal, porque un presidente sin escapatoria interna termina buscando aire en el exterior. Y ese aire, en manos de un político desesperado, puede llegar disfrazado de guerra.
Prohibir el uso de los puertos españoles a barcos que transportan combustibles implica interrumpir cadenas logísticas esenciales para un ejército en operaciones
Las medidas anunciadas esta semana son la prueba. El Gobierno ha decretado un embargo permanente de armas a Israel, que incluye la compra, la venta y el transporte de munición o equipamiento militar. No se trata de una mera congelación temporal, sino de un veto elevado a rango legal. Junto a ello, ha decidido prohibir el tránsito por puertos españoles de barcos que transporten combustibles destinados a las fuerzas armadas israelíes. Y, por si fuera poco, ha establecido la denegación de entrada en el espacio aéreo nacional a aeronaves que transporten armamento con destino a Israel.
Estas decisiones no son un ejercicio de diplomacia dura ni una simple presión simbólica. Son medidas con incidencia bélica directa. Un embargo permanente de armas significa cortar de raíz la posibilidad de suministrar material militar a una de las partes en conflicto. Prohibir el uso de los puertos españoles a barcos que transportan combustibles implica interrumpir cadenas logísticas esenciales para un ejército en operaciones. Denegar el espacio aéreo a aeronaves cargadas de armas supone un acto hostil reconocido en cualquier manual de relaciones internacionales. Cuando un país bloquea rutas de abastecimiento de otro en guerra, está interviniendo. Indirectamente, sí. Pero interviniendo.
El problema no es solo jurídico o técnico, es político en su forma más pura. Porque Sánchez ha decidido colocar a España en un lugar que no le corresponde: el de un actor beligerante disfrazado de mediador. Clausewitz advertía que la guerra es la continuación de la política por otros medios, pero también subrayaba que una vez iniciada, esos medios adquieren vida propia. Churchill, desde la amarga experiencia, recordaba que “una nación que entra en guerra para evitar un problema, termina viviendo con la guerra y con el problema”. Y Tucídides, hace más de dos mil años, nos dejó la advertencia más pertinente: “El peligro más grande viene del que no tiene salida”.
Sánchez no tiene salida. Su imagen pública se ha deteriorado al punto de que apenas puede pisar la calle sin recibir abucheos, pitos y la canción del verano. Su relación con la sociedad se ha roto. La oposición le habla a distancia con un megáfono, como a un enemigo atrincherado; aunque con rehenes. Su poder depende de equilibrios parlamentarios que crujen cada semana. Vive entre el blindaje del Audi oficial y el aislamiento del Palacio. Y cuando un líder llega a ese nivel de cerco, las decisiones dejan de ser racionales: se convierten en maniobras desesperadas.
La guerra congela la política, suspende los juicios, silencia a la oposición. Se alargaría mucho esta columna si enumero los casos de gobiernos terminados que han usado la guerra como último recurso
La memoria internacional ofrece ejemplos recientes. Bibi Netanyahu estaba políticamente acabado, acosado por protestas y por causas judiciales, hasta que llegó la guerra. No la provocó, pero la abrazó con fuerza cuando de pronto un grupo terrorista entró a Israel insólitamente, como Perico por su casa, asesinando inocentes a mansalva. Dos años más tarde sigue en el poder. En Ucrania, Zelenski gobierna sin elecciones bajo el argumento de que “en guerra no se vota”. La guerra congela la política, suspende los juicios, silencia a la oposición. Se alargaría mucho esta columna si enumero los casos de gobiernos terminados que han usado la guerra como último recurso. Personalmente, comenzaría por Malvinas, pero es para otra columna. Lo cierto es que una guerra es el refugio perfecto para los gobiernos en declive.
Sánchez lo sabe. Por eso mueve ficha en el tablero exterior. Porque la guerra, incluso vestida de medidas técnicas, ofrece el espejismo de la trascendencia. Permite convertir la política interna en un asunto menor frente al “interés superior” de la nación o de la civilización occidental. Y en ese espejismo, el presidente se aferra a la esperanza de ganar tiempo, aunque sea a costa de arrastrar a España hacia una dinámica que no controla.
Un paria internacional
Porque la guerra no es un drama en el relato y nada más. No es un “frame” mediático. No es un recurso más en la caja de trucos de la comunicación gubernamental.
Sánchez está quedando como un paria en términos de liderazgo internacional: ninguneado en Europa, ignorado en Washington, cuestionado en el nuevo mapa global. Adorado en Venezuela, venerado en China y amenazado por Marruecos. Por no nombrar a otros amigos vergonzantes que tiene de su lado.
Lo grave es que arrastra a España con él. Porque lo que está en juego no es su carrera, sino la posición de todo un país en el mundo.
Cuidado, señor presidente. Cuidado con la guerra. No es una salida, es un abismo. Y usted ya ha dado el primer paso.