Agustín Valladolid-Vozpópuli
- Es intolerable que un gobernante condene a su país a la insignificancia internacional para evitar que ciertos asuntos abran los telediarios
No se puede ser al mismo tiempo del Madrid y del Barça. Bueno, sí se puede, pero únicamente como consecuencia de algún trastorno mental; transitorio o permanente. No se puede estar alineado con lo que diga la Unión Europea en relación al régimen venezolano e ir por libre cuando se trata de Israel. No se puede jugar a ser interlocutor privilegiado de la China que sostiene a Putin y a la vez hacerte pasar como un leal socio de la Alianza Atlántica. Pedro Sánchez pretende ser a un tiempo del Barça y del Madrid. O del Atleti y del Madrid, que no sé cuál de las dos combinaciones es más improbable. No puede ser. De hecho, en los clubs donde se dirimen los asuntos capitales de la gobernanza mundial, y en los que la confianza es ingrediente primario, ya se han dado órdenes de no cursar invitación al camaleón, al “villano” de la OTAN.
Hubo un tiempo en el que Sánchez pudo tener una estrategia de política internacional para España. Al menos en la etapa de Josep Borrell había una cierta coherencia, al Rey se le dejaba viajar con cierta libertad en representación del país y no se producían saltos en el vacío. Con José Manuel Albares, “Le Petit Sánchez”, todo se ha ido al traste. Y no porque estemos en presencia del ministro de Exteriores más sectario de la reciente historia, que también. Si el Sánchez de los primeros años, el del “gobierno bonito”, se manejó con cierta desenvoltura más allá de nuestras fronteras, no fue por su dominio del inglés. Más peso tuvo el que el presidente dejara en manos de Borrell, que había almacenado un notable prestigio, las principales decisiones estratégicas de política exterior. Y todo fue bien, todo iba razonablemente bien, incluso cuando aparecieron los roces en el segundo gobierno, el de coalición PSOE-Podemos. Hasta que llegaron las urgencias en política interior.
Campeón mundial del progresismo (y de la inanidad). A partir del 23 de julio de 2023, Sánchez ha venido utilizando de forma progresiva la política exterior de España para satisfacer necesidades domésticas, políticas y personales, y desviar la atención de los graves asuntos que atosigan su gestión. Presionado por sus socios preferentes -Sumar, Bildu y ERC-, y urgido por la necesidad de lanzar constantemente cortinas de humo sobre los desagradables asuntos que desde hace meses marcan la agenda política, judicial y mediática, Sánchez ha arremetido contra jefes de Estado y de Gobierno, en un insólito ejercicio de irresponsabilidad nunca visto en el pasado, y ha desfigurado la imagen de nuestro país, arruinando irremediablemente cualquier posibilidad de que España recupere algún día el papel de mediador fiable que en otros tiempos ejerció.
Hasta no hace mucho, España formaba parte, con alguna excepción, del grupo de naciones occidentales en el que se discutían los grandes asuntos. Ya no. Casi sin darnos cuenta nos han dejado fuera. Y es que aquí apenas si nos inmutamos ya con los cambios de opinión del presidente del Gobierno. Pero ahí fuera es distinto. Ahí fuera no se entiende que utilices a conveniencia tu particular criterio en relación a lo que ocurre en Gaza; o para justificar tu sintonía con una dictadura sudamericana o asiática. Afuera, lo de dejar en evidencia a tus socios para fabricarte un bonito traje de líder del progresismo universal no sale gratis. Y no solo son tus colegas conservadores los que te pasan factura. También tiene un coste entre lo que por ahí queda de socialdemocracia responsable, que ve con asombro el comportamiento oportunista y pueril de un personaje que ha quemado principios y naves. Un tipo que va por la vida luciendo su abnegado perfil de campeón del progresismo y nada tiene que censurar, por ejemplo, a una dictadura, la china, que en los últimos diez años ha encerrado en campos de internamiento a más de un millón de musulmanes túrquicos, en lo que se considera la mayor detención a gran escala de minorías étnicas y religiosas desde la Segunda Guerra Mundial.
Lo de Israel es un genocidio; lo de China no. La palabra “genocidio”, empleada por un primer ministro, tiene una extraordinaria relevancia, por cuanto se trata de un concepto que arrastra graves consecuencias en el ámbito del derecho penal internacional. Distintos líderes de las democracias occidentales han criticado sin matices al gobierno de Netanyahu, utilizando términos de no poca dureza, como carnicería o masacre. Pero ninguno ha querido cerrar la puerta del todo a las vías de la presión diplomática y comercial. Sánchez sí. Sánchez, por motivos que nada tienen que ver con el interés general de los españoles, ha decidido quemar las naves. No con Netanyahu sino con Israel. ¿Por convicción? Más bien estamos en presencia de un nuevo episodio de oportunismo político, solo que esta vez particularmente temerario. La afirmación del pacifista Sánchez de que España, al no tener bombas nucleares, no puede parar por sí sola la guerra en Gaza, es tan estúpida como amenazante para el que así la quiera interpretar. Lo pagaremos. Ya lo estamos pagando. Pero, ¿qué más da? ¿Qué más le da? Él se va a ver la peli de Amenábar y deja a amanuenses y prosélitos a cargo del nuevo relato, el que proclama su coraje y descalifica a todo aquél que opine que se podía haber hecho mejor; que es del todo intolerable que un gobernante condene a su país a la irrelevancia para evitar que durante unos días sean otros asuntos los que abran los telediarios y las primeras páginas de los periódicos.