Carlos Souto-Vozpópuli
- Cuando el país se llena de ceniza, la gramática del poder se reduce a una frase sencilla: “Aquí estoy”
Hay veranos que son un estado de ánimo y otros una coartada. El de Pedro Sánchez intenta ser ambas cosas: un bronceado meticuloso —tonalidad “La Mareta Sunset”, según el manual cromático de la Moncloa— y una narrativa de “seguimiento permanente” con vistas al Atlántico. Mientras el país huele a resina quemada y a electrodoméstico chamuscado, el presidente calibra el SPF como si fuese una rueda de prensa: 30 para el paseo matinal, 50 para el chapuzón institucional y, cuando cae la tarde, un after sun con aroma a “todo bajo control”. El problema es que, entre crema y crema, España se convierte en parrilla. Y no en la de los chiringuitos, precisamente.
Los datos —esos que a Sánchez le gustan cuando vienen con power-point y aire acondicionado— no invitan a la plancha de marisco: incendios desatados en varias comunidades, con especial fiereza en Orense y Zamora; miles de evacuados; carreteras cortadas; dos muertos y decenas de heridos. Son jornadas de humo espeso, de sirenas, de vecinos con lo puesto y de voluntarios exhaustos que apagan un frente y les nacen dos. Es la cartografía del fuego: una España literal y figuradamente al rojo vivo.
A esto se suma un dato que no es solo combustible político: la Unión Europea reconoce que España gasta 500 millones menos que Grecia y Portugal en la prevención de incendios. ¿Conclusión? Que aquí se invierte menos en evitar el fuego que en preparar un anuncio institucional. Si se gasta poco en apagarlo antes de que empiece, es lógico que el país se incendie más y peor.
En política los símbolos pesan más que las palabras: cuando el monte cruje, el presidente en la sala de mando vale más que el presidente bajo la sombrilla
Al otro lado del mapa, en Lanzarote, el presidente “sigue la evolución” desde su retiro en La Mareta, adonde llegó el 2 de agosto. No ha interrumpido las vacaciones; ha interpuesto la distancia justa entre la llama y el fotocall. Me dirán que gobierna por teléfono, que coordina por videollamada, que el 5G es milagroso y que el gesto de interrumpir o no interrumpir no apaga incendios. De acuerdo. Pero en política los símbolos pesan más que las palabras: cuando el monte cruje, el presidente en la sala de mando vale más que el presidente bajo la sombrilla. Y no es un juicio estético: es pura jerarquía del deber.
Que el Estado se ha movido, sí: la UME está desplegada, Interior elevó la fase de preemergencia, y hay coordinación interadministrativa. Nadie discute el esfuerzo de miles de profesionales —militares, bomberos, guardias civiles, policías, retenes— que se dejan la piel cada agosto, y a veces la vida. Pero la foto de arriba (Lanzarote) contradice la de abajo (Orense). En la imagen superior, piel dorada; en la inferior, monte negro. Y por más notas de prensa que publiquen, la pedagogía política de una presencia física es insustituible en días de ceniza.
Para colmo, la desgraciada intervención de Óscar Puente riéndose de la tragedia ajena solo añade sal a la herida. No, Pedro: ni el humor negro ni el sarcasmo sirven cuando la gente pierde la casa. Por lo menos, échalo del ministerio. No será un gran sacrificio político y daría la sensación de que los muertos te importan.
Pues te doy un consejo, coge una copa y permanece solitario detrás de alguna planta decorativa. Sal de repente para las fotos y luego lárgate, que allí no apitas nada
Sin embargo hay algo que sí te mueve, Pedro. Tu asistencia a la reunión de líderes europeos sobre Ucrania, a la que no estabas invitado y a la que has conseguido colarte con mucho más empeño, voluntad y llamadas que las que has dedicado a cualquier foco de incendio que está asfixiando a España en este momento. Prioridades, se llaman. Pues te doy un consejo, coge una copa y permanece solitario detrás de alguna planta decorativa. Sal de repente para las fotos y luego lárgate, que allí no apitas nada.
Sánchez también juega su propia guerra semiótica: la del bronceado impecable como prueba de invulnerabilidad política. La epidermis como relato. A falta de pactos sólidos, buenos son los filtros de Instagram. En cambio, para quien perdió la casa, el prado o la nave industrial, el filtro es solo humo. Y el humo no tiene algoritmo.
Por cierto, y para que no haya confusiones: han aparecido mascarillas especiales para quienes se acercan a los frentes de fuego. Se llaman FFP3. No, Pedro, no quiere decir Forrarse Fondo Para Tres. Ten cuidado si mandas a alguien a comprarlas.
En ciertos días, el termómetro institucional no marca grados, marca espacios: la distancia entre quien manda y quien sufre
Se dirá que la oposición convierte los incendios en carbón político. Es cierto: todos queman algo en agosto. La diferencia está en qué arde. A la oposición le suele arder la lengua; al Gobierno, la credibilidad. Yo no pido que Sánchez se ponga un casco y se meta en un frente a las tres de la mañana. Pido que abandone el simulacro holográfico de la “gestión remota” y entienda que, en ciertos días, el termómetro institucional no marca grados, marca espacios: la distancia entre quien manda y quien sufre.
Las vacaciones son un derecho; la jefatura del Gobierno, una obligación. Cuando el país se llena de ceniza, la gramática del poder se reduce a una frase sencilla: “Aquí estoy”. Todo lo demás —los hilos, los comunicados, la coordinación telemática— es el after sun. Calma, refresca, huele bien… y a la mañana siguiente vuelves a estar rojo. Porque cuando España se quema, lo que no puede estar de vacaciones, ni en Berlín… es su Gobierno.