José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • La gestión pública de la sexta ola está siendo un desastre. Hemos pasado de las mejores cifras en Europa a las peores. Y Sánchez sigue en la clave cínica del triunfalismo

Lean este párrafo: «Admitamos los hechos: a finales de octubre pasado éramos uno de los países con menor número de contagios por cien mil habitantes y con la mayor cobertura vacunal entre la población de mayores de 12 años de nuestro entorno. Sin embargo, dos meses después, y tras perder de vista la seriedad del problema y de la necesidad de actuar para evitar la transmisión y reducir el número de contagios, a finales de diciembre estábamos a la cabeza de la incidencia de covid-19 en Europa». 

La reflexión anterior no la expone un indocumentado en un medio de «ultraderecha». Se trata de un serio artículo de tres científicos especialistas (Daniel López Acuña, José Martínez Olmos y Alberto Infante Campos) publicado en elDiario.es el pasado 6 de enero, en el que advierten del error de banalizar esta sexta ola del coronavirus con la variante ómicron considerando la situación como endémica y no pandémica. Nos alertan también de que desconfiemos del empeño en disminuir la gravedad de la situación «gripalizando» la infección. No, esto no es una gripe. 

El texto de estos tres médicos hay que leerlo con tanta atención como preocupación, no solo por las consecuencias de los contagios masivos, sino por la inquietud que transmiten sobre la banalización con la que las autoridades españolas —el Gobierno central y los autonómicos, con escasas excepciones— están manejando esta nueva embestida del coronavirus. El discurso oficial, enardecido constantemente por el presidente del Gobierno y por la ministra de Sanidad, según los cuales la vacunación es el logro definitivo ante la pandemia, es fruto de una interpretación puramente política de la coyuntura que no atiende al criterio de los expertos. Y, además, y como escriben estos tres epidemiólogos, a la vacunación le queda aún mucho recorrido en la población infantil, en las terceras dosis y —aunque las instancias oficiales eviten reconocerlo— más de tres millones de ciudadanos no están vacunados cuando deberían estarlo por franja de edad. Desde que apareció la ómicron se producen, dicen los autores del texto, 65 fallecimientos diarios. Esto sigue siendo una catástrofe.

A tenor de la tesis que mantienen López Acuña, Martínez Olmos e Infante Campos puede deducirse que la gestión de las administraciones públicas en esta sexta ola está siendo un auténtico desastre, solo equiparable al del Reino Unido de Boris Jonhson. Por eso, sostienen que «lamentablemente en la Conferencia de presidentes del 23 de diciembre ninguna Comunidad (salvo Cataluña), propuso actuar como era necesario. Y el Ministerio de Sanidad y el Consejo Interterritorial y sus órganos consultivos no han tomado las decisiones que hubieran podido evitar la evolución de una sexta ola que, aún hoy, no está doblegada». De ahí que crean «equivocada la narrativa de convivir con el virus si se vincula al fin de la pandemia y el comienzo de una endemia» y que propugnen «abandonar el autoengaño». Sin embargo, las autoridades nos están tratando de sumir en él.

Estos son los criterios técnicos, pero ¿cuáles son los políticos? Estos, entre otros: el Gobierno, con el impulso tozudo de Pedro Sánchez, ha abdicado de sus responsabilidades enfeudado en un discurso triunfalista que repitió ayer ante el Comité Federal del PSOE, ha convertido el territorio español en un reino de taifas sanitarias verdaderamente caótico, ha entregado a los Tribunales el criterio último para establecer restricciones de derechos fundamentales, se ha desentendido de la elaboración de nuevas normativas adaptadas a la gravedad de la situación reclamadas por las autonomías como una ley de pandemias, se ha abstenido de intervenir los precios de los test de antígenos sin homogeneizar los métodos autorizados para realizarlos y comprobarlos, no ha dictado ni una sola resolución que desburocratice las bajas laborales en los centros de atención primaria ya colapsados y se ha encapsulado en un discurso frívolo y hasta irresponsable que, además de falso, resulta cínico. En el balance anual del pasado día 29 de diciembre llegó a afirmar con una incomprensible falta de empatía que la pandemia «no ha sido un freno, sino un acelerador para impulsar las reformas y avances sociales que necesita España».

«Esta sexta ola se caracteriza por la indefensión y el enfado» ha diagnosticado la psicóloga María Rodríguez (‘El Correo’ de ayer). Dice esta experta que «ahora hay una sensación de resignación, de que haga lo que haga da lo mismo, me ponga la mascarilla o vacuna, soy dócil, cumplo las normas y aun así estoy corriendo el riesgo de enfermar». ¿Quién no corroboraría la fidelidad de este relato con la realidad de nuestros entornos familiares, amicales y laborales? Nadie, salvo quizás, el Gobierno y alguno de los autonómicos. Y lo peor es que negar que a la pandemia del coronavirus se le está superponiendo otra con cuadros de enfermedad mental, nos está llevando a un ambiente social deprimido, pero, al mismo tiempo, entregado a la ineficiencia de las administraciones públicas. En definitiva: resignado, en el sentido de adoptar una actitud, personal y colectiva de conformidad, tolerancia y paciencia en las adversidades. 

Escribió Octavio Paz —célebre frase— que «ningún pueblo cree en su Gobierno, a lo sumo los pueblos se resignan». Es lo que está ocurriendo en España. Aquí apenas hay negacionismo; apenas hay protestas por medidas restrictivas; aquí no hay un Ejecutivo que tome las riendas ni una sociedad que se lo demande; aquí no hay medios que encuentren en esta tragedia un común denominador editorial al servicio de la sociedad; aquí no hay oposición —ni en el Congreso, ni en las autonomías— que sea referente y contraste de la desastrosa gestión gubernamental. 

Por no haber —porque no hay oportunidades— ni siquiera se da el fenómeno de la «gran dimisión» es decir, la última forma de rebelión de los ciudadanos: echar a la basura trabajos de idéntica naturaleza o frustrantes y buscarse una nueva vida. Ese movimiento que es el que está marcando como gran fenómeno la respuesta individual y grupal a las ineficiencias gubernamentales no la tenemos a nuestra disposición en España un país en manos de la clase política más ignorante y mezquina de los últimos cuarenta años. Y si tal afirmación suena a «anti política», efectivamente lo es si por política entendemos está gestión indigente de los asuntos —no solo de la pandemia— de una España enferma, resignada e incrédula. Terminará estallando.