¿Puede la Unión Europea parar el golpe de Sánchez a la democracia en España? Ella sola no, porque carece de competencias ejecutivas, pero su autoridad moral y jurídica es decisiva para ayudarnos a pararlo. Y no solo presionando al gobierno del sátrapa para que cumpla los Tratados europeos en materia de separación de poderes, sino llevándole al banquillo político y moral de los enemigos de la democracia europea.
Europa contra Sánchez
Si algo sabe bien Sánchez, y lo ha explotado a fondo ayudado por los medios europeos tradicionales, hasta hace poco en Babia, es la importancia del apoyo internacional o al menos de su colaboración pasiva; lo demuestran los globos sonda emitidos cada poco tiempo desde Moncloa, Ferraz y medios supeditados especulando sobre sus posibilidades -cada vez más imaginarias, como el cohete de Yolanda Díaz– a presidir la Comisión Europea o la OTAN.
El debate celebrado el pasado miércoles por el Parlamento Europeo a iniciativa del PPE, el grupo parlamentario más numeroso e influyente, fue una advertencia política del tipo “Sánchez, te hemos calado y no nos gustas: eres un peligro para la democracia y la UE”. El presidente del PPE, Manfred Weber, y no es el único político europeo en hacerlo -véase aquí al ministro italiano de exteriores Antonio Tajani-, ha sido inequívoco acerca de lo que significa la demolición del estado de derecho en España y los ataques socialistas al poder judicial: que equivalen a romper los Tratados europeos sobre la democracia en el continente. Lo mismo dijo el eurodiputado portugués Paulo Rangel en su vibrante discurso en Madrid durante la manifestación del 18 de noviembre.
Para algunos, eso es poco: querrían más contundencia y más garantías de seguridad política nacional de la Unión Europea. Forma parte de la disonancia cognitiva tan común en los humanos que muchos de estos impacientes hayan sostenido que la Unión Europea es inútil, una burocracia superflua que de hecho perjudica los intereses españoles. En el fondo, no acaban de entender o admitir qué es la Unión Europea, así que no vendrá mal un repaso de lo que podemos esperar y lo que no.
Anular la Ley de Amnistía
El arma de destrucción del golpe de Sánchez a disposición de Europa descansa, precisamente, en el poder judicial. El Tribunal de Justicia de la UE podría anular la Ley de Amnistía del PSOE, pactada con separatistas y terroristas, por resultar en parte o toda incompatible con los Tratados y jurisprudencia europea que prohíbe expresamente amnistiar la corrupción, el terrorismo y, por supuesto, la barbarie del lawfare y el sometimiento del poder judicial al gobierno: Sánchez ha superado en eurofobia y autoritarismo al muy criticado premier húngaro Viktor Orbán.
La Comisión Europea ya advirtió a Rumanía contra su ley de amnistía, más moderada que la sanchista, y a los gobiernos de Polonia y Hungría por sus cortapisas a la independencia judicial. Incluso si las instituciones de la UE eligieran la pasividad -lo que no es el caso del Parlamento Europeo, como se ha visto-, los jueces españoles pueden presentar una cuestión prejudicial ante el TJE que paralizaría y quizás anulara la amnistía, diga lo que diga Conde-Pumpido (si es que le importa ya a alguien). Y sería el fin de la legislatura de Sánchez, porque sus socios no van a sostenerle sin amnistía ni el resto que cuelga de esta, en particular la autodeterminación y el fin del Estado en sus feudos.
Sin embargo, sería iluso esperarlo todo de una Unión Europea que hoy no deja de ser una sociedad de estados nacionales; la Comisión es una coordinadora supervisada por los gobiernos y nombrada por ellos para vigilar la prevalencia de sus propios intereses. Por eso es esencial la movilización y presión ciudadana, manifestaciones en la calle e iniciativas como las más de 400.000 firmas recogidas en solo 24 horas, entre el martes y el miércoles, para apoyar el debate sobre España en la Eurocámara: ¡por fin ejercemos de ciudadanos europeos, no solo de votantes!
Aunque la guerra civil española nace de problemas idiosincrásicos, se transformó en un enfrentamiento ideológico y armado entre los dos espantosos totalitarismos en auge en Europa
Europa tiene que tomar conciencia de que los ciudadanos españoles, además de los jueces, e incluso los habitualmente sumisos fiscales, están alarmados y en rebelión. Hay muchas razones para preocuparse de lo que pase en España, que no pocas veces ha sido el laboratorio político de cambios revolucionarios y catástrofes continentales. Así fue en 1820, con la primera revolución liberal tras la derrota de Napoleón, y sobre todo en 1936. Aunque la guerra civil española nace de problemas idiosincrásicos, se transformó en un enfrentamiento ideológico y armado entre los dos espantosos totalitarismos en auge en Europa, el nazismo-fascismo y el comunismo. La lamentable pasividad de las democracias liberales, que optaron por la neutralidad, permitió el ascenso militar y político de la Alemania nazi y facilitó, mediante políticas de apaciguamiento, los evitables acontecimientos -invasión alemana y desmembramiento de Checoslovaquia, pacto germano-soviético- que condujeron a la Segunda Guerra Mundial.
La Unión Europea nació, precisamente, de una idea verdaderamente genial para acabar con las guerras entre europeos: establecer fuertes lazos políticos y económicos que mitigaran el nacionalismo agresivo y facilitaran la democracia liberal. Stefan Zweig sostuvo que todas las guerras entre europeos eran guerras civiles, idea convertida en proyecto político por los padres de la futura Unión. España estuvo ausente por el aislamiento de la dictadura franquista, y porque fue retirada de Europa por la traición de Fernando VII y la restauración por la fuerza del absolutismo de la Santa Alianza, con la desgraciada historia posterior. Sánchez es, por cierto, comparable al Rey Felón absolutista.
Un organismo político unido
Las élites liberales españolas eran europeístas, según resume la famosa -y exagerada- sentencia de Ortega y Gasset: “España es el problema, y Europa la solución”. En realidad, Europa y España son ya un organismo político unido: la democracia liberal se salvará en todo el continente, o no se salvará (y eso lo sabe muy bien Putin, que sigue contando con ministros en el gobierno de España). Situación no tan distinta a la de 1931-1939, pero ahora con una gran ventaja a favor de la democracia y del europeísmo que la sustenta: a Europa le preocupa la política española, y España todavía es uno de los países más europeístas.