- El conjunto de la política española sí responde a las líneas maestras establecidas por los grupos de Sao Paulo y Puebla sobre cómo superar la democracia y el orden liberal, plenamente respaldadas por China y Rusia
La política tiene mucho de teatro y, a menudo, el escenario resulta en extremo revelador. Esta semana pasada hemos visto a nuestro presidente de Gobierno representando el papel de quien está fuera del consenso europeo y atlántico. Lo está porque quiere. Es un acto consciente que no responde a un error o a una determinada vicisitud, sino a una estrategia. Él no es su autor. Ese mérito corresponde a Rodríguez Zapatero. Pero él la asumió con-vencido de que era la que le interesaba a él y a su partido. Sin embargo, su imagen es ilustrativa de su incomodidad. Ahora es consciente del alto precio que va a tener que pagar, junto a su partido y España en su conjunto, por situarse frente al estado de derecho, contra la democracia y de espaldas a los grandes debates de nuestros días en la Unión Europea y en la OTAN. Quien quiso jugar a ejercer liderazgo en ellas, sobre todo en la primera, hoy se encuentra arrinconado, etiquetado como problema y camino de convertirse en un paria.
En Tirana, capital de Albania, se ha celebrado una cumbre al máximo nivel de la Comunidad Política Europea. Como era de prever el tema fundamental de discusión ha sido la guerra de Ucrania. Putin ordenó la invasión de este país sin justificación alguna y ahora Trump frivoliza con su división y futuro. De cómo se resuelva esta crisis dependerá el futuro de Europa. De manera espontánea se ha formado un directorio, con Alemania, Francia, Polonia y el Reino Unido en su seno. España no está. En Tirana los máximos dirigentes del Viejo Continente intervinieron dando sus puntos de vista sobre qué hacer con rusos y norteamericanos. Sánchez calló, España no tiene nada que decir, que aportar, que matizar.
Tampoco en el plano de la defensa el gobierno quiere significarse. De hecho, nuestra ministra evita, siempre que puede, asistir a reuniones internacionales y, desde luego, hemos quedado fuera del grupo de trabajo formado por los países antes citados más Italia, que trata de avanzar en el diseño de una nueva defensa europea.
A finales de junio se celebrará en La Haya una Cumbre Atlántica en la que previsiblemente se aprobará la necesidad de que cada estado europeo asuma una inversión anual en defensa equivalente al 3,5 por ciento de su PIB, más un 1,5 por ciento en aspectos complementarios. España trata de convencer a sus socios de que ya invierte el 2 por ciento del PIB, sin disponer de una Ley de Presupuestos, con un ejercicio contable impropio de un estado responsable y con una mayoría parlamentaria contraria a lo que considera un gasto innecesario. En La Haya se tratará de establecer un nuevo acuerdo con Estados Unidos sobre el papel que le va a corresponder a la OTAN en esta nueva etapa histórica. El silencio de Sánchez es audible más allá de nuestras fronteras. También en esta organización nos hemos convertido en un problema. Somos el país que menos invierte y actuamos, como un embajador norteamericano tuvo a bien recordarnos, como un estado «no alineado».
Tanto el proceso de integración europeo como la Alianza Atlántica se crearon para consolidar y promocionar la democracia. La mayoría parlamentaria sobre la que se apoya el gobierno Sánchez la socava sistemáticamente. La obsesión por rebajar la calidad de la enseñanza, el intento por controlar los medios de comunicación, la utilización del Tribunal Constitucional y la presión constante sobre jueces y magistrados para limitar su independencia y marco competencial, la indisimulada voluntad de reescribir la Constitución por la vía de los hechos consumados son expresión de una política que busca revertir la Transición e imponer una «ruptura» legitimadora del bando perdedor en la guerra civil.
En este contexto no puede sorprender la singular posición que nuestro gobierno ha adoptado en su relación con Israel y que, una vez más, contrasta con la de nuestros aliados. Nadie debe ignorar lo que está ocurriendo en Gaza, pero cualquier actuación deber realizarse desde un conocimiento profundo de la situación y con responsabilidad. Nuestro Gobierno denuncia a Israel por genocida, el estado que ha sido atacado y que ha respondido invadiendo la Franja. El agresor, Hamás, no se ha rendido y continúa reteniendo a ciudadanos israelíes como rehenes. Hamás actúa desde una estrategia asimétrica, convirtiendo a la población gazatí en un escudo humano. Es su voluntad y su responsabilidad. Si Israel cediera ante este doble chantaje concedería la victoria a los islamistas, lo que sería un desastre para todos nosotros. Naturalmente, es discutible cuándo poner fin a la guerra, cómo atender a la población, qué hacer después del fin de las operaciones militares.
Los estados árabes no han roto sus relaciones con Israel. Han recibido con entusiasmo a Trump, que sigue defendiendo que hay que convertir Gaza en un resort. Tampoco los grandes países europeos han denunciado a Israel y, como los árabes, están muy preocupados por el estado de la población gazatí y, sobre todo, por el día después del fin de las operaciones militares. Sabemos que Arabia Saudí, Francia y el Reino Unido están trabajando en el reforzamiento de la Autoridad Palestina, que podría llevar al reconocimiento de Palestina. El objetivo es debilitar a Hamás para reforzar el brazo «moderado» de la causa palestina, con el fin último de crear las condiciones para la definitiva constitución de un estado. Dejando a un lado la viabilidad de esta estrategia, es evidente que actúan con res-ponsabilidad, buscando la convivencia de las dos comunidades.
Al tratar de condenar al agredido España asume el papel que Hamás le ha adjudicado, confundiendo al grupo islamista con la causa palestina y deslegitimando el derecho a defenderse de Israel, una democracia que trata de sobrevivir al ataque de una organización terrorista.
La posición del gobierno español puede resultar escandalosa desde un punto de vista moral o incoherente en relación con la pertenencia a la Unión Europea y a la OTAN. Sin embargo, el conjunto de la política española sí responde a las líneas maestras establecidas por los grupos de Sao Paulo y Puebla sobre cómo superar la democracia y el orden liberal, plenamente respaldadas por China y Rusia. Es comprensible que desde fuera y desde dentro de España muchos se sorprendan por la incompetencia de nuestros gobernantes. En realidad, dada su formación y biografía no cabía esperar mucho más. Pero sería un error minusvalorar la existencia de una estrategia, que la hay, que nada tiene que ver con la Unión Europea o la OTAN, y que responde al objetivo de poner fin al proyecto establecido en la Transición y a la propia democracia.