IGNACIO CAMACHO
SI España es una nación de naciones, Castilla y León podrían constituir un reino de reinos, Cádiz una provincia de provincias y Andalucía una región de regiones. Cuestión de jugar con los términos y los enfoques. El PSOE lleva algún tiempo mezclando encuadres sociológicos, sentimentales, históricos y culturales para darse a sí mismo una salida del laberinto en que Zapatero lo metió con sus piruetas de aprendiz de brujo sin manual de instrucciones. Desde entonces está atrapado en un embrollo político que trata de desenredar con hallazgos semánticos, vaguedades perifrásticas y ensayos conceptuales poco esclarecedores. Sin una idea vertebral de país, el modelo territorial se le ha atragantado y va dando tumbos en busca de un molde.
A Sánchez –«Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?»– este asunto le importa lo justo porque lo que le interesa no es tanto el Estado como el Gobierno. El enunciado de la plurinacionalidad no es más que una carcasa retórica para sacarse de encima un debate que le resulta molesto; constitucionalismo de saldo inspirado en Maragall y su confuso diseño asimétrico. Se trata de salir del paso con un enunciado lo bastante ambiguo para encajarle cualquier cosa dentro. Y sobre todo, susceptible de permitir una aproximación circunstancial a los nacionalistas y a Podemos; un comodín que le deje manos libres para abordar el poder antes que el proyecto.
Sucede que en derecho político no hay expresiones sin significado. Si a un territorio se le reconoce el carácter de nación, aunque sea en el plano simbólico, se le otorga también una condición especial, una singularidad identitaria que puede dar base a la reclamación de un Estado. Por una frivolidad de este tipo sucumbieron las dos experiencias republicanas, cuya permisividad con las aspiraciones cantonales o secesionistas se les acabó yendo de las manos. La definición plurinacional exige precisar a cuántas y a qué naciones se refiere, qué requisitos ha de cumplir cada una para serlo y de qué forma se ensamblan, por separado y en conjunto, en el ordenamiento jurídico; problemas todos ellos de enorme complejidad sobre los que el PSOE carece de un criterio mínimamente claro. La propuesta sanchista, de indeterminación pavorosa, es un brindis a los tendidos, un planteamiento frívolo, oportunista, aventurero y abstracto. Y además incompatible con esa sedicente izquierda que proclama su espíritu igualitario. Un partido que aspira a gobernar no puede dejar la estructura de un país al albur de interpretaciones de parte ni deconstruirla como si fuese un mecano.
Pero éste es el estilo de Sánchez, una especie de tardozapaterismo sin sonrisa y sin talante. Improvisación, tacticismo tornadizo, ocurrencias volátiles y una persistente autoconfianza en sus propias posibilidades. Si llega a la Moncloa puede convertir a Zapatero, por comparación, en un trasunto de Adenauer.