ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • El maestro de Pedro Sánchez ha conseguido su objetivo. Su espíritu revanchista impregna a todo el socialismo y nos aboca al suicidio

Lo que los franceses llaman «la treintena gloriosa» (1960 – 1990) llegó aquí con quince años de retraso, entre 1975 y 2005. Fueron años prodigiosos de verdad. Fin de la dictadura, transición ejemplar, sin más violencia que la causada por los grupos terroristas cuyos herederos en el País Vasco y Cataluña determinan hoy la política nacional, descubrimiento de la democracia, ingreso en la OTAN, la UE y el euro, modernización de nuestras infraestructuras, apertura al mundo, progreso en todos los ámbitos y en el sentido literal del término; no el que le otorgan ahora quienes se lo han apropiado desde la izquierda. Esa España miraba al mañana con tanta ilusión como esperanza fundada, porque durante ese tiempo fuimos creciendo en libertades y bienestar hasta transformar nuestro país en algo completamente distinto de lo que habían conocido nuestros padres. Su legado fue una nación infinitamente más rica, próspera, dinámica, plural, libre y luminosa que la recibida por ellos. Una España no exenta de problemas, pero capaz de unir esfuerzos en aras de dar lo mejor de sí misma. Una España con potencial sobrado para convertirse en uno de los puntales de Occidente en su calidad de puente privilegiado entre Europa y América, gracias a su lengua, su posición estratégica y su patrimonio histórico-cultural. Con todo eso soñamos los jóvenes de entonces asomados ahora a la jubilación. Para eso trabajamos y afrontamos riesgos, al igual que nuestros dirigentes, tanto de UCD como del PSOE y el PP. Hoy muchos de nosotros miramos a nuestros hijos y nietos con pena, preocupación y en mi caso un hondo sentimiento de culpa, por haber malversado esa extraordinaria herencia hasta dejarla reducida a un terruño dividido en bandos irreconciliables, crispado, empobrecido, irresponsablemente endeudado, irrelevante en el escenario internacional y dispuesto a validar su propia destrucción al convertir en árbitros del devenir colectivo a quienes tienen por bandera la voladura de la casa común. Una España que se contempla a sí misma sin respeto por el pasado ni confianza en el futuro. Una España carente de ambición, enfrascada en debates absurdos, abrazada a una ignorancia deliberadamente fomentada, menguante, sectaria.

¿Cuándo dio comienzo este proceso perverso? ¿Quién lo puso en marcha? El declive se inició con el arranque del milenio, fruto de la corrupción y las constantes cesiones ante el independentismo, aunque la persona que activó el mecanismo destructor probablemente irreversible se llama José Luis Rodríguez Zapatero y llegó al poder cuando nadie lo esperaba, a lomos del mayor atentado terrorista jamás perpetrado en nuestro suelo, henchido de resentimiento y determinado a vengar a su abuelo muerto en la Guerra Civil aun a costa de emborronar las mejores páginas de nuestra Historia. El maestro de Pedro Sánchez ha conseguido su objetivo. Su espíritu revanchista impregna a todo el socialismo y ha envenenado a una España abocada al suicidio. Eso vamos a dejarles a los que vienen detrás.