ABC 03/07/16
EDITORIAL
· Debe empezar de verdad la legislatura de los pactos. Sin retórica, sin vetos y con la convicción de que el ciudadano, al votar, lo hace con la esperanza de que servirá para resolver sus problemas y preocupaciones
NO son tiempos para utopías ni para absurdos retornos ideológicos a las fases más oscuras de la historia. En las democracias asentadas, el ciudadano exige a sus dirigentes políticos una buena gestión de los recursos públicos, servicios sociales sostenibles, un entorno laboral solvente con garantías razonables para consolidar el Estado del bienestar, unas bases firmes para asegurar un futuro siempre mejor que el presente. Es una obligación moral de las sociedades modernas con las sociedades futuras.
Treinta y ocho años después de que nuestra democracia empezase a caminar, a España le persiguen una alarmante tasa de paro del 21 por ciento, innumerables casos de corrupción política casi endémica, un revisionismo histórico dañino, una amenaza secesionista… Todo exige una atención prioritaria, es cierto. Pero hay ámbitos esenciales para reafirmar la convivencia que no solo suponen la mayor y más realista preocupación de los ciudadanos en su día a día, sino que también exigen de pactos serios, de acuerdos de Estado para que su sostenimiento quede al margen del fragor de la batalla política cotidiana. Es inédito que nunca se haya suscrito un pacto de Estado por la educación en casi cuatro décadas asentadas sobre un régimen de libertades públicas ejemplares. Y es incomprensible que la protección del sistema de pensiones, o la política de vivienda, o la gestión de la sanidad, sean objeto sistemático de confrontación política. Los ciudadanos deben estar por encima de cualquier interés político, pero a menudo se imponen el tacticismo electoralista y el olvido de los votantes a manos de los gobernantes nada más abrir las urnas. Así es razonable que crezca el descrédito de la clase política y la desconfianza en el sistema, porque de facto solo parece de garantías reales cuando se acercan las inefables promesas de una campaña electoral.
España está en un momento crucial de su historia. Las embestidas del independentismo y el crecimiento de un populismo de corte leninista son alarmantes, por más que las elecciones del 26-J no hayan despojado al PSOE de la hegemonía de la izquierda en España. Normalizar el ambiente de crispación y superar con tono constructivo los constantes episodios de conflictividad política es un desafío para esta legislatura. No hay que ser ingenuo ni pretender imposibles. Pero sí es exigible a los partidos constitucionalistas tomar conciencia de que las necesidades de los ciudadanos están por encima de las obsesiones personales de poder, especialmente si además no son ratificadas en las urnas, como es el caso del PSOE. Debe empezar la legislatura de los pactos. Sin retórica, sin vetos y con la convicción de que el ciudadano, al votar, lo hace con la esperanza de que servirá para resolver sus problemas y preocupaciones, y no para echar gasolina al fuego de una democracia cobarde.