EDITORIAL-EL ESPAÑOL
La inminente visita de Pedro Sánchez a Kiev coincidiendo con el aniversario de la invasión rusa le convertirá en el tercer mandatario internacional que recala en Ucrania durante la última semana tras el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.
Aunque la fecha concreta sigue sin confirmarse a la hora de escribir este editorial por evidentes razones de seguridad (el espacio aéreo ucraniano dista mucho de estar controlado por las autoridades de Kiev), se especula con la posibilidad de que la visita de Sánchez se produzca durante las próximas horas.
Será la segunda visita de Sánchez a Ucrania tras la del 21 de abril de 2022, cuando el presidente del Gobierno anunció el que, hasta ese momento, era el mayor envío de armas y equipamiento militar desde España a la zona de guerra.
La visita se produce también después de que la ministra de Defensa, Margarita Robles, anunciara ayer miércoles en el Congreso de los Diputados el próximo envío de seis carros de combate Leopard 2 A4 rehabilitados al ejército ucraniano.
Robles confirmó que los carros serán entregados a finales de marzo o principios de abril, y dejó la puerta abierta a la entrega de más material militar. Sí descartó, en cambio, la entrega de los carros Leopardo, más modernos que los Leopard 2 A4, con el argumento de que «son necesarios para la defensa nacional».
Tanto la visita de Sánchez a Kiev como la entrega de material ofensivo, una línea roja de Moscú que la UE y la OTAN han decidido cruzar en apoyo de Ucrania, han generado, como informa hoy EL ESPAÑOL, el enfado de Podemos, que defiende lo que los morados llaman una «solución dialogada» al conflicto.
El problema para Sánchez es que, en la práctica, esa «solución dialogada» implica plegarse al imperialismo de Vladímir Putin y permitir que Rusia se apodere de aproximadamente el 20% del territorio ucraniano. En el hipócrita vocabulario de Podemos, «diálogo» significa «rendición de Ucrania» y «paz» significa «victoria de Rusia».
Con la excepción de los gobiernos prorrusos de Hungría y Austria, que el pasado 1 de febrero acordaron no enviar armas a Ucrania «para no escalar el conflicto», España es el único Gobierno de la UE que de forma abierta muestra, aunque sea sólo por parte de la mitad de la coalición, actitudes sospechosamente en sintonía con la propaganda de guerra rusa que habla de «escalada» por parte de la OTAN, pero no del Kremlin.
Sólo faltan cuatro meses para que España asuma la presidencia rotatoria de la UE. Aunque el poder ejecutivo de esa presidencia es prácticamente irrelevante y no recae sobre una persona en concreto, sino sobre el Estado miembro, lo cierto es que Sánchez deberá ejercer con especial responsabilidad su papel como portavoz oficioso de la UE en relación con asuntos tan complicados como el de la guerra en Ucrania.
¿Con qué argumentos defenderá entonces frente al resto de Europa la presencia en su gobierno de un partido que defiende posiciones no ya ambiguas, sino prorrusas, y en línea con las formaciones más radicales de la extrema derecha y la extrema izquierda europea? ¿Es esa la imagen que Sánchez quiere para España en Europa?
La visita durante las próximas horas del presidente a Ucrania servirá para escenificar el renovado apoyo de España al gobierno de Kiev y a su presidente, Volodímir Zelenski.
Pero convendría que los gestos y los mensajes de Sánchez mostraran tanta sincronía en los escenarios internacional y nacional como la que muestran los gestos y mensajes de Podemos con los deseos y la propaganda de Moscú.
Y eso pasa por tomar una decisión respecto a una formación cuya nostalgia por esos autoritarismos que hoy han adoptado el papel de cruzados contra la supuesta decadencia del Occidente liberal no puede permitirse un país como España.