Ángel Villarino-El Confidencial
- La amenaza del populismo se cierne inexorable. Aunque a menudo pensemos que en España hemos tocado fondo, estamos mejor que en la mayoría de las viejas democracias liberales
A la hora de redactar esto, más del 60% de los españoles habían recibido ya la pauta completa. Pese a los retrasos de la campaña de vacunación europea, estamos compitiendo por el liderazgo de una de las estadísticas más importantes del momento, dejando atrás a Alemania (54%), Francia (49%), e incluso a quienes empezaron más rápido, como Reino Unido (58%) o Estados Unidos (50%) o Israel (59%).
Mientras en otros países occidentales se veían obligados a hacer campañas y regalos para convencer a los jóvenes, en España millones de chavales colapsaban las peticiones de cita ‘online’. Es un éxito sin paliativos que el gobierno tratará de capitalizar. Pero el mérito, en realidad, no es tanto suyo como de la sociedad española, tan vilipendiada —sobre todo— por quienes no han conocido de cerca ninguna otra.
Aunque hay otras variables, los movimientos antivacunas han crecido en el campo abonado por la antipolítica y por esa sensación global creciente de que el consenso democrático está roto, de que hace falta probar alternativas, aunque eso signifique traicionar los valores políticos que hasta hace poco parecían inamovibles. Cuando un ciudadano está convencido de que el sistema que rige sus destinos no funciona, tiene a desconfiar y a tomar decisiones al margen. Uno de los más elocuentes es el caso estadounidense, donde un enorme grupo de población —muy vinculado al ‘trumpismo’ y al Partido Republicano— ha decidido que no tiene motivos para vacunarse.
Con una de las tasas de paro más altas de la OCDE, un deterioro generalizado de las instituciones y un debilitamiento imparable de la cohesión nacional, España tiene razones objetivas para perder la fe. Pese a todo, el sistema resiste. No solo en el frente de las vacunas. Por ejemplo, seguimos siendo uno de los países más seguros del mundo.
Pese a todo, el sistema resiste. No solo en el frente de las vacunas. Por ejemplo, seguimos siendo uno de los países más seguros del mundo
Un reciente informe de IPSOS ha tratado de medir hasta qué punto los ciudadanos del mundo desarrollado están perdiendo la fe en sus sistemas políticos. En España, el 54% de los ciudadanos respondieron que su sociedad está «rota», una cifra alarmante, pero lejos de los datos de Hungría, Brasil, Estados Unidos o Alemania, todos por encima del 60%. Paradójicamente, en nuestro país la percepción es sustancialmente mejor que antes de la pandemia.
Más sorprendente aún es la reacción del pueblo español cuando le preguntan si estamos en declive. Responden que sí un 54% de los ciudadanos, una cifra mejor que la de Estados Unidos, o que la de la mayoría de los grandes países europeos y latinoamericanos. Sin apenas excepciones, España sale bien parada en casi todos los indicadores, aunque solo sea al compararlo con el entorno. El nativismo (la creencia de que hay que volver a las esencias culturales de la nación y de que la inmigración es un gran problema) es particularmente débil en nuestro país.
El informe de IPSOS trata de definir abiertamente hasta qué punto —y en qué países— las democracias liberales están heridas de muerte. Trata, en sustancia, de retratar el que seguramente sea el gran problema de fondo de la próxima década, a cuya prospección se suman ensayos nuevos cada mes (‘Cómo mueren las democracias‘, ‘Cómo perder un país‘, ‘El ocaso de la democracia‘). La conclusión es que la situación es preocupante y tiende a empeorar. El vaso español aparece medio lleno.
El columnista y escritor Diego Fonseca lleva algún tiempo preparando otro ensayo sobre el tema que llegará pronto a las librerías americanas. Es argentino, ha psicoanalizado el peronismo, y algo sabe del tema. «Se trata de capturar la mirada de este siglo, que es siglo del populismo. Habla de la crisis de representatividad de los partidos, de los procesos de desincronización económica que afecta a enormes gruesos de la población, de la incertidumbre sobre sus propias identidades…», resume por teléfono. Hace un recorrido por América Latina, Estados Unidos y España, con la convicción de que cada vez estamos más cerca de una distopía planetaria en la que las decisiones las tomen «amados líderes» redentores, aupados por un sistema de creación de opinión sobre el que el viejo sistema de partidos del siglo XIX ya no es eficaz
En definitiva, la amenaza se cierne inexorable. Y aunque a menudo pensemos que en España hemos tocado fondo, el margen de empeoramiento es gigantesco.