Cristian Campos-El Español

Los que piden que la Constitución no se convierta en un «corsé» están pidiendo en realidad que la convirtamos en una asignatura optativa en una nación de naciones de libre elección. Pero no era ese el trato al que llegamos los ciudadanos españoles en 1978.

Una cosa es comulgar con esa rueda de molino impuesta por el Tribunal Constitucional con el nombre de «democracia no militante» –un caballo de Troya contra la democracia que ha acabado siendo utilizado por el nacionalismo– y otra muy diferente que la Constitución sea toreada día sí día también por PSOE, ERC, JxCAT, CUP, BNG, Bildu, PNV y Podemos a base de naturales, derechazos, trincherazos y hasta pases con desdén.

No apetece demasiado vivir en esa España que está dibujando el PSOE de Pedro Sánchez y en la que mitad de los ciudadanos españoles van a ser tomados como rehenes por la otra mitad. Que era, precisamente, lo que con tanto mimo se intentó evitar en 1978 con el meticuloso diseño de una Constitución para todos. ¿Se acuerda hoy alguien de que la UE se creó para evitar una tercera guerra mundial provocada por los nacionalismos europeos? ¿Y de que la Constitución nació para evitar una nueva fractura de España en dos bandos enfrentados por motivos ideológicos?

En España hemos olvidado ambas lecciones y sólo la derecha ha cumplido su parte del trato. El franquismo es hoy residual en España y el populismo conservador –pues eso y no otra cosa es Vox– no habría llegado adonde ha llegado de no ser por el procés. Pero el nacionalismo y el Frente Popular siguen tan vivos hoy como lo estaban en 1936. Si acaso más, puesto que ahora se fingen revestidos de valores democráticos y cuentan en su poder con tantas administraciones como televisiones.

Convertida la democracia en un mero instrumento, y no en un fin, por las mismas instituciones del Estado que recibieron en 1978 el encargo de defenderla, era cuestión de tiempo que una clase política propulsada por rencores ideológicos de vuelo gallináceo decidiera echarse una vez más al monte, como tantas otras veces ha ocurrido en la historia de este país, y juguetear con la idea de un enfrentamiento entre españoles.

Que la ocurrencia churrigueresca de las «nacionalidades» y las «naciones culturales» y los «idiomas propios» iba a generar con el tiempo el mismo tipo de divisiones que se intentaban evitar con la promulgación de la Constitución ya fue vaticinado por algunos pesimistas –en realidad, optimistas bien informados– en 1978. La desgracia de España es que siempre han sido los pesimistas los que han acabado acertando. España = pesimismo + tiempo.

El PSOE y el PSC, hoy liderados por dos aprendices de bombero pirómano llamados Pedro Sánchez y Miquel Iceta, llevan cuarenta años generando un problema donde antes había una solución llamada Constitución. Allí donde no existían antes «naciones», ni «culturales» ni de ningún otro tipo, el PSOE y el PSC se las han inventado dibujando lindes imaginarias que los más burros de cada pueblo, los nacionalistas, han aprovechado como excusa para abrirle la cabeza al vecino del pueblo al otro lado del río, también nacionalista.

Sí, el Estado de las autonomías fue un error. Grave. A tiempo estamos de que no acabe siendo irremediable. Siéntense PSOE, PP y Ciudadanos a la mayor brevedad posible para acabar de una vez con el problema generado por el agrocarlismo de los retrógrados periféricos.