Carlos Yárnoz-El País
Sin ese cerrado apoyo de la UE, España se habría topado con una gravísima dificultad
La sacudida independentista catalana ha evidenciado que España es el Estado europeo donde los ciudadanos propinan a su propio país los peores ataques y reproches. Los más dañinos proceden de líderes políticos que repiten que Franco sigue al frente de un Estado represor con presos políticos en las mazmorras. Sin embargo, es en este periodo de errores y zozobras en el que España ha registrado significativos avances y mejoras que apenas se destacan.
En el exterior, el dato más positivo es el de la UE. Los 28 socios han cerrado filas con Madrid. Tanto es así que el expresident Puigdemont, que huyó al corazón de Europa en busca de apoyos, ha acabado criticando a quien no le da ni una limosna. Aún peor: solo ha logrado los indignos parabienes de xenófobos, neonazis y neofascistas. Toda una vacuna para el futuro.
Después, hasta Reporteros Sin Fronteras y Amnistía Internacional han salido al paso de infundios generados por españoles. Sin ese cerrado apoyo de la UE —y del mundo entero—, España se habría topado con una gravísima dificultad. Todo habría sido diferente si, como auguraban los todólogos cenizos, la UE se hubiera deshilachado tras el Brexit, el anunciado triunfo de Le Pen y la profetizada salida de países del Este.
En el interior, la gran mayoría de los españoles ha observado con alivio que los principales partidos han avalado juntos una respuesta de Estado a la situación de emergencia. En Cataluña, además, la calle ya no es monopolio de los independentistas. Y hasta a la izquierda moderada se le ha caído el antifaz y, tras décadas de incomprensible ceguera, empieza a entender que los nacionalistas no pueden ser sus compañeros de viaje porque son insolidarios y excluyentes, y nunca “independentistas sin fronteras”, como se ha definido Anna Gabriel en un resbalón neuronal.
Otro dato inadvertido: a quienes afirman con cara de cemento que Franco sigue entre nosotros les debiera extrañar muchísimo que, ante el mayor ataque a la unidad de España, el Ejército haya permanecido en silencio pese a que el confuso artículo 8 de la Constitución le otorga la misión de “garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”.
Por el contrario, dice mucho de la salud democrática del país que haya pasado sin pena ni gloria el inoportuno artículo publicado en Abc el pasado día 2 por el general Fernando Alejandre, jefe del Estado Mayor de la Defensa, quien afirmaba: “Que nadie lo dude: siempre estamos preparados para, cuando se nos reclama, responder”.
Por encima de los datos, el hecho más positivo es que el Estado español demuestra estos días su fortaleza para acometer la crisis más grave de su reciente historia. La demostración tiene más valor teniendo en cuenta que al frente del país, sus instituciones y sus partidos no están precisamente los políticos más brillantes de estas décadas, sino seguramente todo lo contrario. Por todo ello, y frente a tanto predicador del desastre, el menosprecio y la baja autoestima, toca recordar la consabida cita que suele atribuirse al canciller Bismark: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. Quizás por eso: porque se fortalece tras cada intento de destrucción.