Victoria Prego, EL MUNDO 07/12/12
En 34 años no lo habíamos visto. Que los españoles salgan a la calle a defender España es un fenómeno nuevo en nuestro país, y el mero hecho de que sea una noticia para los medios de comunicación resultaría sorprendente para un extranjero no informado de lo que aquí se está cociendo.
Porque lo que sucedió ayer en Madrid y en Barcelona no se puede equiparar de ninguna manera a las conmemoraciones públicas de Francia, Estados Unidos o Inglaterra, actos de masas que se celebran regularmente en honor de la nación o de algunos de sus hechos históricos. No.
Lo de aquí fue otra cosa. Fue, en realidad, un acto de protesta. Una advertencia, incluso un desafío. Sobre todo en Barcelona, donde la sola fotografía de la página contigua, con esa gigantesca bandera española ocupando el espacio público que en estos más de 30 años se ha cedido gentilmente, y sin osar discutir, al nacionalismo y sus símbolos, produce una sensación de novedad, de conquista de una libertad política nunca ejercida hasta ahora.
¿Eran muchos o eran pocos los que se concentraron en cada una de las dos ciudades? Pues eran muchísimos, sencillamente porque antes no era ninguno. Y porque una de las cosas que los responsables políticos han declinado hacer en este tiempo es el alentar entre la población el sentimiento patriótico.
Esto a la izquierda le parecía facha. Y se lo sigue pareciendo, siempre, eso sí, que el sentimiento de pertenencia exhibido no sea autonómico. Es decir, siempre que las banderas y los himnos no sean los de una comunidad, tanto da Andalucía como Asturias, Cataluña como Galicia. Porque, en ese caso, todo es digno de respeto y de sentida admiración. Pero es que, quienes no consideraban que fuera facha, sino todo lo contrario, han tenido durante todos estos años la moral y la autoestima políticas tan comidas que no se han atrevido ni a levantar la voz, no fuera a ser.
Por eso, quitando las ocasiones en que la Selección gana una Copa, resulta insólito ver una manifestación de españoles enarbolando banderas de España y, lo más llamativo, defendiendo en la calle el nombre de España y su significado como nación. Que en más de tres décadas no hayamos presenciado este tipo de expresión popular de pertenencia, algo que en otro país -y en cualquier autonomía- nos parece casi una rutina, evidencia la grave enfermedad política que hemos padecido y aún padecemos.
Pero el pueblo ha roto a hablar y, si las cosas siguen tensándose en los términos de ruptura secesionista que estamos presenciando, seguramente no volverá a callarse. Y, aunque el pueblo se expresa en la calle pero sólo habla de verdad cuando se convierte en ciudadanía y vota, hay que saludar y aplaudir la manifestación de ayer como la primera, pero ya no la última, exhibición pública de la honda vinculación de los españoles con su patria.
Al final, el independentismo como amenaza para la permanencia histórica de la vieja España va a resultar una fábrica de españoles orgullosos de serlo, decididos a decirlo y a exigir que se cuente con sus sentimientos y, por supuesto, con su opinión.
Victoria Prego, EL MUNDO 07/12/12