- En la España S.A. del progresismo, si el cliente local no puede pagar, se busca uno internacional. Un nómada digital, un jubilado alemán o una docena de inmigrantes dispuestos a vivir en un piso patera.
Dice J.D. Vance que una nación no es un conjunto de ideas abstractas. «Si fuera así, cualquiera que firmara un contrato aceptando esas ideas sería automáticamente un compatriota».
Vance ha dicho eso en la revista Unherd durante una entrevista con Sohrab Ahmari, una de las principales figuras del neoconservadurismo americano y editor de la revista Compact, quizá la más interesante de todas las que se publican hoy en Estados Unidos.
Dice también el vicepresidente de Donald Trump: “Una nación es un pueblo con una historia compartida y un futuro común, igual que una familia no es una empresa. En una empresa, si no eres productivo, te despiden. En una familia, te cuidan”.
Te cuida tu familia. La España Hogar.
No el Estado ni el Gobierno, que son la España S.A.
La diferencia es sustancial.
JD Vance to @unherd: “When I talk about America having some common culture, I think Christianity is very much at the heart of that… There’s a lot about Christianity that is very useful, even if you’re not a Christian. I think Christianity gives us a common moral language.”…
— Andrew Beck (@AndrewBeckUSA) December 22, 2025
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La reducción del ser humano a un conjunto de ideas abstractas es uno de los pilares fundacionales del progresismo y, en consecuencia, de la España S.A.
Idea abstracta es, por ejemplo, el patriotismo constitucional.
El patriotismo constitucional dice que España no es un hogar, sino un hotel, y que cualquiera que pague la habitación y respete las normas del establecimiento tiene el mismo derecho a estar aquí que el que construyó el edificio.
Para el patriotismo constitucional no hay de hecho ninguna diferencia entre el arquitecto que diseñó el hotel, el obrero que lo construyó y el huésped que acaba de llegar a él a medianoche.
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La novedad histórica es que el progresismo español ha llevado el patriotismo constitucional hasta sus últimas consecuencias.
Y por eso en España ya ni siquiera se exige que el huésped pague la habitación.
Ahí está la indignación de los partidos y las asociaciones de izquierdas por el desalojo de los cuatrocientos okupas de Badalona.
Tampoco se exige que el huésped respete las normas de convivencia, excepción hecha de las normas tributarias, que son sagradas.
Y ahí están las cifras de criminalidad en España.
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Algunos ejemplos de esto último.
1. Cada día se viola a catorce mujeres en España.
2. Entre 2020 y 2024, los delitos sexuales han aumentado en nuestro país un 60% (un 161,4% desde 2010).
3. Esas cifras han aumentado también durante 2025. Un 7,6% en el primer trimestre de este año. Un 7% en el segundo. Y un 4,6% en el tercero.
4. Cataluña es la comunidad con un mayor número de agresiones sexuales, con un aumento del 12,5% durante los primeros meses de 2025.
5. Los homicidios han aumentado en España un 8,5% en 2025.
Los secuestros, un delito prácticamente desconocido en nuestro país hace sólo unos años, un 13%.
A esto, la clase política responde que el aumento de las cifras de delincuencia se debe a una mayor conciencia social. Ahora, presuntamente, se denuncia lo que antes no se denunciaba.
Pero ¿tampoco se denunciaban los homicidios y los secuestros?
¿Y qué hacemos entonces con las estadísticas de la Ertzaintza?
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Las ideas que han dado forma a la España S.A. del progresismo no están en los programas electorales del PSOE, de Sumar, de Podemos, de ERC y de EH Bildu.
Eso, los programas electorales, son sólo el topping del pastel.
Los huevos, la harina y la leche del pastel son una serie de ideas sobre la naturaleza humana que conforman una visión de la realidad y del ser humano muy, muy particular.
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Voy a poner dos ejemplos de esas ideas.
El primero es la idea de que no existe el libre albedrío. De que nuestra capacidad de decidir entre el bien y el mal es sólo una ilusión generada por la actividad eléctrica en nuestro cerebro.
El rechazo del libre albedrío conduce de forma natural a la conclusión de que nadie es responsable de sus actos.
Especialmente, de sus actos criminales. Porque de los bondadosos nadie tiene problema en atribuirse el mérito.
Y de ahí a la impunidad del delincuente en función de los intereses de la casta política de turno, es decir a la ruptura del contrato social entre Gobierno y ciudadanos, sólo hay un paso.
Porque si no hay voluntad libre, el delito deja de ser culposo y pasa a ser un mero producto de las circunstancias, lo que casa con un Estado que trata a la gente como objetos gestionables y no como individuos con valor intrínseco.
En este artículo un poco viejo ya (2018) Yuval Noah Harari dice que creer en el libre albedrío es un mito heredado de la mitología cristiana:
“Desafortunadamente, el «libre albedrío» no es una realidad científica. Es un mito heredado de la teología cristiana. Los teólogos…
— Pablo Malo (@pitiklinov) December 6, 2025
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Un segundo ejemplo.
La idea de que la diferencia entre la química (la materia inerte) y la biología (la vida) es sólo de grado, no de categoría.
Es decir, la idea de que la vida es gradable.
Esa visión de las cosas conduce de forma natural a la conclusión de que la vida, que según el materialismo son sólo partículas colisionando en base a las leyes cuánticas de la probabilidad, debe ser valorada en función de su calidad.
Que es lo mismo que decir en función de su utilidad para el Estado.
¿Por qué es esto importante y por qué debería preocuparnos?
Porque este es el presupuesto subyacente a la eutanasia y al aborto, y el que llevó al filósofo Peter Singer a defender la idea de que, ya que no existe una diferencia esencial entre un feto y un niño ya nacido, los padres deberían tener derecho al infanticidio si sus hijos nacen “defectuosos”.
Según Singer, nadie que no tenga un nivel mínimo de «conciencia cognitiva» tiene derecho a la vida porque no todos los seres humanos biológicos son «personas» en un sentido moral relevante.
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Las ideas de Singer no son excéntricas ni marginales. Son centrales en el progresismo del siglo XXI.
Por ejemplo, en Canadá, donde desde 2016 se ha aplicado ya la eutanasia a más de 75.000 personas, y donde se prevé ampliarla en 2027 a «menores maduros» cuya muerte «sea previsible».
Cito dos casos reales.
Uno. La ex atleta paralímpica Christine Gauthier llevaba años batallando con el Gobierno canadiense por la instalación de una rampa en su casa. Cuando llamó por enésima vez al departamento correspondiente, un funcionario le ofreció la eutanasia. No como exabrupto, sino como solución «razonable» para alguien que no podía salir de su casa sin la ayuda de esa rampa.
Dos. Amir Farsoud vivía con un dolor de espalda crónico intratable. Cuando su casero puso en venta la casa donde vivía, Farsoud comprobó que la pequeña pensión por discapacidad que recibía del Estado no le permitía alquilar un piso dados los elevados precios del mercado canadiense.
Farsoud solicitó entonces la eutanasia y consiguió la firma de un médico.
Farsoud dijo: «No quiero morir, pero prefiero morir a ser una persona sin hogar».
Su solicitud fue aprobada por el Gobierno.
Tras hacerse viral su historia, una campaña de GoFundMe recaudó decenas de miles de dólares para pagarle una nueva vivienda. Farsoud retiró entonces su solicitud de eutanasia.
Sin esa campaña de crowdfunding, el Gobierno canadiense le habría ejecutado.
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La idea de que los seres humanos somos sólo «máquinas de átomos» sin voluntad propia, y la de que nuestra vida tiene un valor relativo en función de parámetros de «utilidad» y «dignidad» determinados por modas ideológicas coyunturales, son inseparables de la tesis de que es nuestra relación administrativa con el Estado la que define nuestra ciudadanía.
El nexo de unión de los tres ejemplos es el de que el ser humano es una pieza intercambiable de una maquinaria (física o burocrática) cuya supervivencia es prioritaria a la de él.
Y eso es la antítesis del humanismo. Por no decir de la humanidad.
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El problema de las ideas abstractas es que muy rara vez sirven para construir nada sano o duradero sobre ellas y que los vínculos que generan son extraordinariamente débiles.
Para construir una sociedad funcional hace falta un fuerte apego elemental, casi intuitivo, hacia realidades y valores compartidos. No meras adscripciones administrativas a ideas abstractas, por muy universales que sean.
Decía Agustín de Foxá que morir por la democracia es como morir por el sistema métrico decimal.
Era una forma de decir, como también dice J.D. Vance, que un cementerio es sagrado no porque sea un trozo de terreno construido de acuerdo a las normas sanitarias y urbanísticas del ayuntamiento de turno, sino porque en él están enterrados nuestros antepasados.
Que una foto de tu hija fallecida en un atentado de ETA no es sólo un papel impreso con tinta, como comprobará cualquier abertzale que escupa sobre ella.
O que una bandera no es «sólo» un trapo de colores.
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Las abstracciones son la principal de las promesas del comunismo, el padre putativo del progresismo.
Si no lo fueran, si el comunismo prometiera realidades y no abstracciones, ya habría sido juzgado por sus resultados y no por sus intenciones. De hecho, no habría llegado vivo a noviembre de 1917.
Yuri Bezmenov, periodista y ex informante de la KGB, se hizo conocido, tras desertar en 1970 de la Unión Soviética, por sus revelaciones sobre los mecanismos de subversión ideológica del comunismo.
Decía Bezmenov que el objetivo de la subversión ideológica no es “fabricar” comunistas, sino alterar la percepción de la realidad de los ciudadanos occidentales sustituyéndola, precisamente, por abstracciones.
¿Por qué? Porque nadie se sacrifica por una abstracción.
Un ciudadano enterrado en abstracciones (como la del patriotismo constitucional) es carne de cañón y es incapaz de aplicar el sentido común a los problemas más elementales.
Y por eso el único remedio contra la subversión ideológica del comunismo, decía Bezmenov, no son las abstracciones, sino la religión.
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La idea de que el comunismo es el reverso oscuro del cristianismo, o mejor dicho su caricatura, no es nueva. De hecho, el cristianismo primitivo hablaba de Satán como del «gran imitador». Y en la teología medieval era habitual el uso de la fórmula Diabolus simia Dei («el diablo es el mono de Dios»).
No es casualidad, o como mínimo es una casualidad llamativa, que el principal argumento en favor del aborto sea el reverso perfecto de la frase que pronuncia Jesucristo en la Última Cena: “Este es mi cuerpo”. Siendo ambas frases, en sus intenciones y consecuencias, el reflejo especular de la otra.
Tampoco es casualidad que el mencionado Peter Singer, que tan pocos problemas tiene con el infanticidio, sea el autor de la idea de que nuestra «consideración moral» debe extenderse a los animales dado que es la capacidad de sufrir, y no la razón o la pertenencia a la especie humana, el criterio por el que debemos guiarnos a la hora de determinar qué vidas merecen nuestra misericordia.
O sea, que un ratón que sufre es más merecedor de compasión que un niño discapacitado.
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Según el filósofo ruso Nicolás Berdyaev, el bolchevismo surge de raíces cristianas rusas (como el mesianismo apocalíptico), pero lo invierte. En lugar del Reino de Dios, ofrece un reino del Anticristo terrenal, donde el proletariado reemplaza a los elegidos y la revolución sustituye a la redención divina.
Berdyaev decía también que el comunismo es el destino final de las sociedades cristianas fallidas. En esas sociedades fallidas, la redención colectiva es reemplazada por la revolución, el reino de Dios por el paraíso comunista, y la salvación, por el crimen y el asesinato.
La idea puede rastrearse también en Fiódor Dostoyevski (en el Gran Inquisidor de Los hermanos Karamazov, por ejemplo).
O en el filósofo político germano-estadounidense Eric Voegelin, que sostiene que las ideologías son religiones políticas que imitan la estructura cristiana con un paraíso futuro, una escatología propia y un mesías en forma de proletariado, pero invertidos, dado que rechazan la trascendencia divina.
René Girard decía que el comunismo pervierte uno de los mensajes nucleares del cristianismo (“Dios escogió lo tonto del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió a los débiles para avergonzar a los poderosos”) y lo sustituye por un falso victimismo que usa cínicamente a los pobres para justificar los crímenes ejecutados en nombre del progreso.
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Quien esté interesado en el tema puede explorar los (malísimos) poemas juveniles de Karl Marx, donde jura venganza contra Dios y consagra su alma al «mono de Dios».
Obviamente, esos poemas son sólo tontuna gótica adolescente producto de la moda romántica de la época. Poco más que malas imitaciones de Goethe y Schiller.
Pero no deja de resultar llamativo que obras como Invocación de uno en desesperación (1837) anticipen con tanta precisión el horror del comunismo:
Así que un dios me lo ha arrebatado todo,
en la maldición y el tormento del destino.
Todos sus mundos se han ido sin retorno.
¡Nada me queda más que la venganza!
Construiré mi trono en lo alto,
fría y tremenda será su cima.
Por baluarte, el terror supersticioso.
Por mariscal, la agonía más negra.
Quien lo mire con ojos sanos,
se volverá pálido de muerte y mudo,
atrapado por la mortalidad ciega y fría.
Que su felicidad prepare su tumba.
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Pero, volviendo a España S.A.
Y, más concretamente, al cisma generacional que están generando en nuestro país los fenómenos de la inmigración masiva, la destrucción del mercado de la vivienda y la inviabilidad del sistema de pensiones, sumados a la degradación institucional y civil generada por el sanchismo.
España S.A. ve la vivienda como un servicio inmobiliario disponible para cualquiera, pobre o rico, legal o ilegal, que aterrice en el país.
La España Hogar ve la vivienda como la condición sine qua non para formar una familia.
En el primer semestre de 2025, la compra de vivienda por extranjeros rozó máximos históricos (más de 71.000 operaciones).
Los extranjeros no residentes pagan 3.126 €/m², mientras que los residentes pagan 1.912 €/m².
Es decir, estamos importando clientes con alto poder adquisitivo que desplazan a nuestros propios hijos. Al mismo tiempo, estamos importando también millones de clientes con bajo poder adquisitivo que están tensionando los precios de la escasa vivienda barata disponible hasta extremos ridículos.
El precio del alquiler alcanzó un máximo histórico de 1.080 € de media a finales de 2024. Un joven español debe destinar ya el 92,3% de su salario neto si quiere vivir solo.
En 2026, dos años y medio después de la aprobación de la ley de vivienda de Pedro Sánchez, los precios de compra y de alquiler seguirán subiendo en España muy por encima del poder adquisitivo de los salarios.
En la España S.A. del progresismo, si el cliente local no puede pagar, se busca uno internacional. Un nómada digital, un jubilado alemán o una docena de inmigrantes dispuestos a vivir en un piso patera.
En la España Hogar, esto sería impensable.
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España S.A. necesita «unidades de trabajo» para pagar pensiones. No importa de dónde vengan y ni siquiera si esa idea, la de que los inmigrantes pagarán nuestras pensiones, es cierta o sólo un mantra que se repite sin mayor conexión con la realidad.
Pero la España Hogar necesita continuidad cultural para sobrevivir.
En 2024, los nacimientos cayeron en España otro 0,8%, con una tasa de fecundidad de 1,10 hijos por mujer. La población total aumentó (casi 50 millones en 2025), pero exclusivamente gracias a la inmigración.
A pesar de que el crecimiento natural en España (nacimientos vs. muertes) es negativo, el INE celebra el aumento de población como un éxito económico, dado que eso supone más consumidores y por tanto más contribuyentes, ignorando la dilución de la cultura que generó originalmente la prosperidad a la que aspiran esos recién llegados.
Para el Director Financiero de España S.A., un inmigrante de 25 años es más rentable y más barato que un bebé español (que tarda dieciocho años como mínimo en producir).
Para la España Hogar, esto implica una sentencia de muerte.
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Para el patriotismo constitucional, el simple hecho de estar te hace merecedor de todos los beneficios del ser.
Y como no existe más conexión entre pasado, presente y futuro que la mera continuidad administrativa del BOE, el hecho de que la clase media que produjo la España actual esté desapareciendo a ojos vista es irrelevante dado que lo importante, lo verdaderamente trascendental, es la continuidad del Estado y su armazón burocrático. Mientras sobreviva La Máquina, ancha es Castilla.
Esto es una idea legítima en democracia. Pero también es un arriesgado experimento social. Sus resultados están empezando a aflorar hoy en las sociedades occidentales en forma de caos y de una quiebra emocional cada vez mayor entre sexos, clases sociales, edades e ideologías.
Está por demostrar que ese caos sea creativo y no meramente destructivo. Porque, de momento, la perpetuación del Estado se está consiguiendo sólo gracias a la destrucción de los ciudadanos.
Al final, la KGB ha triunfado a título póstumo y el Estado ha acabado convirtiéndose en «el mono» de la Nación. Por eso apenas produce ya nada más que monerías.