- El espantajo de la extrema derecha se ha convertido en un excelente comodín para camuflar el fracaso en la gestión de lo público, verdadera causa del creciente descontento
Me recordaba un colega al día siguiente de las elecciones en Castilla y León la leyenda de aquel reino en el que el enfrentamiento entre dos nobles ocasionaba constantes problemas al monarca. Este, preocupado por el cariz cada vez más violento de la rivalidad, hizo llamar a uno de ellos y le dijo: “Pídeme lo que quieras y lo tendrás, pero te advierto que a tu enemigo le daré el doble”. Aquel, tras meditar unos segundos, respondió: “Quítame un ojo mi señor”.
En eso estamos. En dejar ciego al adversario, aun a costa de sufrir, en carne propia, un daño irreparable. Lo malo es que esa ceguera la acabamos sufriendo todos. “Disponemos de élites políticas de muy baja calidad y liderazgos efectivos inexistentes”, apunta el profesor Rafael Jiménez Asensio, lúcido estudioso de la cosa pública. Y prosigue: “La política no sabe gobernar con mirada estratégica, vive atada a la contingencia. Solo quieren ganar elecciones para estar en el Gobierno. No para hacer realmente la vida más feliz a la ciudadanía ni resolver los graves problemas siempre pendientes”.
PSOE y PP están ante la que probablemente sea una oportunidad única en esta legislatura de frenar, y a ser posible revertir, esta dinámica autodestructiva que, instalada en la contingencia, alimenta el descrédito de la democracia. Porque, hasta la fecha, la ausencia de mirada estratégica y de certezas han sido los principales factores animadores de radicales y populistas. Como ha sido el grosero tacticismo que condujo al absurdo adelanto electoral en Castilla y León el responsable de haber transmutado estabilidad en desconcierto. En definitiva, es la muy baja calidad de los actuales liderazgos la que ha vuelto a confirmar que la mala política es aquella que crea problemas donde no los había. ¿Queda alguna esperanza?
PSOE y PP están ante la que probablemente sea una oportunidad única de frenar la dinámica autodestructiva que alimenta el descrédito de la democracia
No mientras nuestros dirigentes se sigan haciendo trampas en el solitario. No mientras, de acuerdo con el argumentario suministrado a diario con el desayuno, se señalen las consecuencias y no las causas, como acaba de hacer Nadia Calviño: “Lamentablemente no estábamos vacunados contra la extrema derecha”. El espantajo de la extrema derecha se ha convertido en un excelente comodín para camuflar el fracaso. Y no me refiero solo al fracaso en las urnas, sino al que constituye el verdadero problema de fondo, el que da oxígeno a las posiciones más radicales: el fracaso en la gestión de lo público; la cada vez más extendida sensación de que esta dirigencia política todavía no ha alcanzado su techo de ineptitud.
La radiografía que hace el profesor Jiménez Asensio es desoladora: “No funciona el principio de separación de poderes; el Parlamento es una institución sin pulso que ha cedido graciosamente su potestad legislativa al Ejecutivo; los partidos políticos ya no son lo que eran, están adosados al poder; el Estado es un conglomerado de estructuras territoriales adosadas que hacen lo mismo; la alta administración está colonizada por la política, sin resquicio alguno a la profesionalización efectiva; las administraciones públicas no son tractoras de (casi) nada, son máquinas repartidoras de recursos públicos ya tasados; la transformación digital está empeorando los servicios públicos, con abandono de la atención ciudadana; un país que es incapaz de promover reformas y transformación si no nos las exige la UE (que siempre procuramos orillar), es un fracaso colectivo…”. (Ver postdata). ¿De verdad, señora Calviño, que el auge de la extrema derecha es nuestro principal problema?
La muy baja calidad de los actuales liderazgos se traduce en incapacidad para aparcar las diferencias y afrontar de una vez los problemas de fondo que arrastra el país
Basta. Basta de sacar a pasear el muñeco de la extrema derecha para soslayar la propia responsabilidad. La extrema derecha, en España, es un fenómeno minoritario. Con repuntes coyunturales, pero de momento minoritario. Lo que no es residual es el cabreo atmosférico de un creciente sector de la ciudadanía, que ayer votaba Ciudadanos y hoy vota a Vox a Soria Ya o a la Unión del Pueblo Leonés, con una clase política que no quiere ver más allá de la siguiente cita en las urnas. Son distintos, pero la puntual robustez de Vox y de las formaciones locales que han surgido en varias provincias tiene una raíz común: las luces cortas y la incompetencia de quienes ostentan el poder; la incapacidad para aparcar las diferencias y afrontar de una vez los problemas de fondo que arrastra el país; el sistemático rechazo del consenso como método de estabilidad y regeneración.
Tiene razón Arcadi Espada: “La política española ha entrado en un período de descomposición del que no se vislumbra final. Un acuerdo entre Psoe y Pp puede ser útil para empezar a regenerarla. No es un acuerdo imposible”. Si quedara un gramo de inteligencia en PP y PSOE, uno y otro debieran hacer todo lo posible por convertir el mal resultado obtenido por ambos partidos en Castilla y León en una oportunidad. Una oportunidad para el acuerdo. Una nueva oportunidad para que la política recupere su verdadera razón de ser; para que los políticos dejen de ser el principal problema y algún día vuelvan a formar parte de la solución.
Soy escéptico, pero hay que intentarlo. Vivimos en una burbuja que oculta situaciones de verdadera emergencia nacional; sobre una bomba de relojería cuya mecha nadie parece estar en disposición de apagar. Pedro Sánchez y Pablo Casado tienen en sus manos parte del remedio; sobre todo el primero, que es el principal gestor del poder y el arrendatario de la iniciativa. No se trata solo de Castilla y León. Se trata de España. Ustedes, Sánchez y Casado (y sus conciencias), verán.
La postdata: “Deterioro profundo del ecosistema público”
Se titula “La (¿irreversible?) descomposición de lo público”. Autor: Rafael Jiménez Asensio. Es un documento imprescindible para entender la verdadera situación del país y una enumeración escalofriante de las anomalías que, más allá de las más notorias, como la no renovación del Consejo del Poder Judicial o los intentos de restringir la autonomía de otros organismos independientes, están convirtiendo a España en la bomba de relojería a la que me he referido unas líneas atrás. Merece la pena leer el texto íntegro. Aquí les dejo un adelanto:
“Se detecta un deterioro profundo del ecosistema público, que comienza a ofrecer síntomas evidentes de descomposición. Lo grave de la situación no es tanto el presente, que lo es, sino especialmente el futuro; pues el deterioro del actual sistema político-administrativo en España tendrá inevitables consecuencias devastadoras sobre el futuro del país y de sus próximas generaciones. La pandemia ha consolidado (aunque venía de lejos) una forma de hacer política y de gestionar lo público basada en la contingencia (a veces chapucera) y en la inmediatez. Hay síntomas muy preocupantes de ineptitud política e ineficacia gestora, amén de dispendio constante de recursos públicos, ahora “abundantes” (por las vacaciones de las reglas fiscales, el endeudamiento y los fondos europeos) y dentro de poco escasos (por los planes de reequilibrio que habrá que aprobar). Y, en ese momento, no muy lejano, aflorarán crudamente los males nunca resueltos”.