Josep Martí Blanch-EL CONFIDENCIAL
- No va a haber en el corto plazo —es decir, durante esta legislatura que será incompleta— un nuevo pulso por parte del independentismo
El espectáculo murciano, la astracanada madrileña o el esperpento en el Congreso van dejando en nadería la política catalana. En otras circunstancias el foco informativo estaría situado encima de ERC, JxCAT y la CUP. Se daría cuenta al dedillo de las negociaciones imposibles entre las tres formaciones que, aún apurando los plazos que el Estatuto permite, solo alcanzarán para poner en marcha un Gobierno que será inestable y provisional desde el primer día y que fijará como objetivo de máximos —según confiesan los propios protagonistas— llegar con vida hasta la mitad de la legislatura.
España puede estar tranquila. No va a haber en el corto plazo —es decir, durante esta legislatura que será incompleta— un nuevo pulso por parte del independentismo. Habrá una continua representación que pretenderá mantener en pie esa amenaza. Pero tanto ERC, JXCAT (a excepción del torrismo que ahora representa la nueva presidenta del parlamento, Laura Borràs) como los antisistema de la CUP son conscientes de la de debilidad e imposibilidad de cualquier planteamiento rupturista. La lección está aprendida.
La extrema izquierda no va a estar en el Gobierno. Al menos es lo que en estos momentos tienen decidido. Prefieren la estrategia de incentivar y capitalizar el malestar social haciendo un marcaje severo al ejecutivo en cuanto este dé el primer paso. Con el permiso del covid-19, su idea es movilizar la calle para presionar y eso no se puede hacer si asumes responsabilidades de Gobierno. El discurso que preparan los anticapitalistas es abonar el discurso desde el primer minuto que el ejecutivo de ERC y JXCAT, que ellos habrán hecho posible con su abstención o voto favorable, no es ni lo suficientemente independentista ni lo suficientemente radical en el plano ideológico.
JXCAT, por su parte, quiere aprovechar esta semilegislatura para recuperar un perfil centrista en la gestión de políticas sectoriales y actuar de freno a los excesos izquierdistas en los que pueda incurrir ERC, ‘motu proprio’ o derivados de la presión de los antisistema.
Es por ello que dan por pagada la factura al torrismo con la elección de Laura Borràs en la presidencia del Parlamento y reservan las consejerías para perfiles más pragmáticos desde el punto de vista independentista. Que en estos momentos ni personajes como Joan Canadell, una de las voces más radicales del independentismo y diputado de JXCAT, ni Josep Costa, vicepresidente del parlamento en la anterior legislatura y azote del soberanismo moderado, estén en las quinielas para entrar en el Gobierno (el segundo podría abandonar la política) demuestran que también el partido de Puigdemont apuesta por la serenidad, aunque para disimular y hurgar en el hígado de ERC toque envolverla de ruido y proclamas.
Por último, los republicanos serán los que van a tener que manejar más contradicciones. La de ser el partido soberanista que apostó con mayor firmeza por el diálogo con el Gobierno de España, sin que Pedro Sánchez tenga de momento ninguna prisa por cumplir con su palabra, será la más evidente y de la que mayor partido intentarán sacar sus rivales. Pero también van a desangrarse los republicanos intentando cerrar un círculo imposible al no poder satisfacer a la CUP —el rival a su izquierda— ni a JXCAT —su rival a la derecha— a la vez. Así que lo más probable es que acaben en terreno de nadie en el plano ideológico y queden mal con todo el mundo, las derechas y las izquierdas.
La pregunta es: ¿y el órdago independentista? Ni está ni se le espera en estos momentos. Solo se trata de iniciar una legislatura, gobernar el tiempo que se pueda y dejar pasar hasta que lleguen las próximas elecciones. Con este panorama no es nada extraño, pues, que los espectáculos que se representan en otros escenarios de la península resulten más atractivos para la audiencia. Ahora bien, no debe olvidarse que los votos independentistas siguen ahí. Y el problema debe abordarse. Los tiempos muertos no duran eternamente.