Lo que ha pasado en España en estos treinta años es una historia de normalización democrática que desgraciadamente no ha podido ser plena por culpa del terrorismo de ETA.
El miércoles se conmemoró en España treinta años de aquel intento de golpe de Estado, televisado en directo a todo el mundo, en el que un puñado de militares nostálgicos del franquismo intentó reventar la todavía débil democracia española y regresar a la dictadura, sin importar que provocara con ello una nueva guerra civil.
La historia la conocen todos. ¿Quién no ha visto las imágenes de ese bochornoso espectáculo de guardia civiles disparando al techo del hemiciclo del Congreso español, mientras los aterrorizados diputados se escondían debajo de sus asientos?
Como hace cinco años, cuando se conmemoró el 25 aniversario de ese golpe de Estado que fracasó, me vino a la memoria recuerdos personales de ese día histórico que viví de niño en Tarifa, el punto más al sur de España.
¿Dónde estabas el 23-F? La pregunta es recurrente cada aniversario entre los españoles, tanto como preguntar a un mexicano dónde estabas cuando el terremoto del 85.
Mis recuerdos se difuminan poco a poco, pero dos resisten al paso del tiempo. El primer recuerdo es muy visual: me veo jugando en la calle con mi hermano Pedro y otros niños del barrio, y acto seguido observo a mi madre y a la de mis amigos corriendo hacia nosotros con el miedo en la cara, y casi sin mediar palabra, arrastrarnos a las casas y encerrarnos. El segundo recuerdo es menos visual, pero con mucha carga de adrenalina: me veo pegado a la radio y veo a mi padre dando vueltas con gran nerviosismo. No entendía la gravedad de lo que estaba sucediendo o lo que podría suceder, pero sí comprendía que era un momento histórico y que un locutor, igual de nervioso que mi padre, estaba narrando en vivo un momento histórico. Aquella larga tarde y noche de incertidumbre, hasta que habló el rey en defensa de la democracia, pasó a ser conocida como la “noche de los transistores”. Esa noche seguro que no lo decidí —tenía doce años—, pero con el tiempo supe que fue precisamente entonces cuando decidí que lo que quería hacer de mayor era contar lo que estaba pasando.
Y lo que ha pasado en España en estos treinta años es una historia de normalización democrática que desgraciadamente no ha podido ser plena por culpa del terrorismo de ETA. Ese mismo año de 1981, el grupo separatista vasco asesinó a 32 personas y desde entonces, año tras año, “celebró” que en España triunfase la democracia con atentados terroristas contra militares y civiles. Desde el fallido golpe de Estado hasta el año pasado, los etarras han matado a 519 españoles, de los que 25 eran niños. No importaba que el país fuera un modelo de transición democrática para otros países que tuvieron la desgracia de sufrir una guerra civil o caer en una dictadura. Los terroristas de ETA han asesinado sin piedad y su brazo político, Batasuna, siempre lo festejó y sólo salió a protestar a la calle cuando la policía arrestaba a uno de sus “soldados” etarras.
Los partidos democráticos españoles entendieron muy tarde, pero entendieron finalmente, que no había forma humana de hacerles comprender a estos separatistas vascos que podían expresar en las urnas sus opiniones, sin necesidad de ir colocando bombas o disparando cobardemente tiros en la nuca. Se necesitó crear una ley antiterrorista —la Ley de Partidos— que endureció las penas de cárcel por terrorismo e ilegalizó en 2003 al partido que apoyaba la lucha armada en vez de la democrática.
Ahora que Batasuna se ve fuera de la legalidad y a ETA, su brazo armado, prácticamente vencido, los batasunos anuncian que, ahora sí, consideran que la lucha armada no es el camino. Pero no engañan a nadie: esta repentina conversión responde únicamente al deseo de volver a ser legalizados a tiempo para las elecciones locales de mayo.
Falta aún que emita una sentencia el Tribunal Supremo, pero para quienes llevamos décadas viendo pasar ataúdes mientras los integrantes de Batasuna se paseaban como matones mafiosos por las calles de las ciudades vascas, es difícil asistir impasibles a esta repentina conversión democrática.
Treinta años después del triunfo de la democracia española sobre los golpistas, el brazo político de ETA podría volver de nuevo a la legalidad si hay sentencia favorable.
La grandeza de la democracia consiste, precisamente, en acatar la ley, aunque uno sienta asco. Si Batasuna es finalmente legalizada y a partir de ahora juega a ser democrática, habrá que hacer de tripas corazón y reintegrar a sus militantes, aunque para mí esos vascos radicales cargarán siempre con la vergüenza de haber apoyado durante décadas el terrorismo en plena Europa democrática.
Fran Ruiz, La Crónica de Hoy (México), 22/2/2011