IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • El dinero público no es ilimitado. Por eso el agujero es difícil de cubrir y exigirá un esfuerzo doloroso

Hace unos años, titular así un comentario te llevaba de bruces al oscuro almacén en el que se apilan los odiosos ‘neocons’ y los odiados neoliberales. Hoy no, hoy te conduce directamente al infame gremio de los que comen niños crudos los viernes de Cuaresma. Así es la vida de dura. Pero antes de emitir sentencias capitales, vamos a dar un paseo por las cifras. No se alarme, solo son unas pocas. Dos son muy conocidas: la deuda pública alcanza un total de 1,42 billones de euros y desde 2008 todos, insisto todos, los Presupuestos públicos se han cerrado con déficit. Es decir, con unos gastos superiores a los ingresos.

Otras dos menos conocidas: el coste de los intereses que pagamos por financiar esa deuda tan inmensa es de 31.675 millones anuales. Le recuerdo que eso ha sido así en un periodo de tiempo en el que los tipos han sido nulos. Igualmente le aviso que esto no va a ser así en el futuro, pues el Banco Central Europeo no puede aguantar -a pesar de sus deseos más íntimos y de las presiones más agudas de los países endeudados- una situación como la actual, que conjuga intereses nulos con inflaciones cercanas a los dos dígitos y subiendo… Y, en medio de todo esto y como resumen, el equipo del IESE liderado por Pablo Fernández ha calculado que el patrimonio neto del Estado es negativo en 579.000 millones de euros.

Ahora imagine una empresa en la que un patrimonio negativo de esa magnitud (a escala, claro) coincidiera con unas pérdidas constantes durante 15 años y una previsión de pérdidas futuras en aumento. ¿De dónde cree que van a salir los miles de millones que a estas altura costará ya la actualización de las pensiones?, ¿de dónde la compensación a los salarios de los funcionarios públicos, que no querrán quedarse atrás?, ¿de dónde la larga relación de subvenciones que promete el Gobierno a cualquier colectivo que se le acerque con un pancarta reivindicativa? Eso es, del mismo saco, plagado de agujeros y telarañas, en el que se han convertido las arcas públicas. Por más que el Gobierno insista en mantener los impuestos, incluso en gravar a la propia inflación, con su negativa a bajarlos y su oposición a deflactarlos, el dinero no llegará, no será suficiente.

No hay peligro hasta que se canse el BCE. Si lo hace, los mercados exigirán condiciones muy duras

Es evidente que las Cuentas públicas no funcionan de la misma manera, ni con los mismos principios contables, que las empresariales. Ni los Presupuestos son una cuenta de resultados, ni existe algo parecido a un balance. ¡Qué suerte! Pero la comparación sirve para situarnos. Bueno, pues una empresa que tuviera sus cuentas auditadas y atravesara por una situación similar tendría un grave problema con el ‘going concern’, con la preocupación continua. La ‘empresa en funcionamiento’ es un concepto contable que indica que la empresa cumplirá con sus obligaciones financieras, cuando venzan. Si hubiera dudas razonables sobre ello, tendría consecuencias graves como valorar los activos de la empresa a valor liquidativo en lugar de al razonable. Pasaría de ser ‘empresa en funcionamiento’ a ‘empresa en liquidación’.

¿Sucederá tal cosa aquí? No. El Estado está quebrado, desde un punto de vista técnico contable, pero no va a quebrar de manera legal. Tiene la suerte de que el BCE compra toda la deuda que emitimos y lo hace a un precio de derribo. ¿Cuándo se cansará? Cuando no pueda soportar la presión de la inflación y, ante la peligrosidad de las subidas de tipos sobre la estabilidad de los Estados adeudados, opte por priorizar la reducción de sus compras de deuda. ¿Y qué sucederá entonces? Que tendremos que ir a financiarnos al mercado y que los inversores nos exigirán una prima de riesgo y unas condiciones previas muy duras. Tan duras, que acostumbran a derribar gobiernos.

El agujero creado por nuestras insensateces presupuestarias, agrandado por la pandemia y agravado por la guerra de Ucrania, no será sencillo de cubrir y exigirá un esfuerzo doloroso. Eso es consecuencia de creer que el dinero público no solo es de todos, sino que también es ilimitado. Pues no lo es. ¡Qué faena!