JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • Las provincias más olvidadas se suman al ‘qué hay de lo nuestro’ de los nacionalistas

Recientes sondeos de intención de voto conceden a un partido que se presentase a las elecciones generales con la marca de España vaciada hasta quince escaños. Teniendo en cuenta que Pedro Sánchez ha precisado de los votos de once partidos para sacar adelante los últimos Presupuestos, la irrupción de una nueva fuerza puede alterar considerablemente los precarios equilibrios entre bloques y debilitar a los partidos mayoritarios. Sin embargo, las fuerzas nacionalistas que ya operan en clave de objetivos identitarios y que consiguen drenar abundantes recursos hacia sus particulares intereses no resultarían perjudicadas. Esa es la paradoja del movimiento que dice pretender «reequilibrar el país».

A la vista de la extraordinaria rentabilidad que a lo largo de décadas han obtenido los partidos nacionalistas actuando como bisagras para completar mayorías tiene lógica que las provincias más pobres, olvidadas y despobladas de España hayan decidido emularlos y plantarse en la carrera de San Jerónimo con un único programa: ¿qué hay de lo nuestro? En lugar de reforzar a las grandes fuerzas políticas y obligarles a preguntarse qué hay de lo de todos, parecen dispuestos a participar en la gran subasta nacional. Pero no es sencillo llenar la España vaciada ni convertir Cuenca en Silicon Valley. Eso no se consigue a golpe de talón del presupuesto público, sino con el impulso de la iniciativa privada.

España está salpicada de estaciones de AVE sin pasajeros, aeropuertos sin tráfico, polideportivos que se caen o bibliotecas a las que no va nadie. Aunque la angustia de tantos españoles que se sienten abandonados por la falta de impulso y cuidado del mundo rural está plenamente justificada, las culpas están repartidas entre lo público que no ha dedicado una preferente atención a modernizarlo y la iniciativa privada que ha tardado mucho en poner en valor los recursos del sector de alimentación, turismo o forestal. La pregunta es si un partido nutrido de votos de todas las ideologías, sin articulación y disciplina será más eficaz que unas grandes fuerzas que no estén hipotecadas por el interés de los nacionalismos. Ese es el principal problema para el interés común.

Los nacionalistas condicionan los Presupuestos y la legislación común y levantan barreras lingüísticas, educativas y políticas para que el resto no pueda influir en sus territorios. La fórmula de crear partidos finalistas no parece la mejor solución. Sería como organizar el Parlamento a base de grupos como ‘Por la Defensa del Planeta’, ‘Contra la Homofobia’ o el de los ‘Cazadores Unidos’. Un Congreso abarrotado de intereses locales. Una torre de Babel política.