Isidoro Tapia-El Confidencial
En primer lugar lo que ha fallado es nuestra capacidad para darnos cuenta de que algo ha fallado. Fernando Simón se ha dedicado a decir a los políticos lo que querían oír
¿Qué ocurre en España? ¿Qué razones explican que fuésemos uno de los países más azotados por la primera oleada del coronavirus y que la segunda haya llegado antes que a ningún otro sitio? ¿Por qué la economía española ha sufrido el mayor batacazo entre los países de nuestro entorno? ¿Vivimos acaso los estragos de una maldición bíblica o es el resultado de la acumulación de errores propios?
Hace tan solo unos meses pensábamos que la crisis del Covid-19 tenía una naturaleza simétrica y sincrónica: que atacaba por igual a todos los países. ¿Cómo es posible que en apenas un trimestre después la crisis haya mutado hacia un golpe completamente asimétrico? ¿Cómo explicar que la economía española haya caído más del doble que la alemana, o incluso un cincuenta por ciento más que la italiana, un país donde el turismo tiene un peso similar y que también fue uno de los más azotados por la primera oleada del virus? ¿Estamos en definitiva haciendo algo mal? ¿Hay algo que debiéramos corregir?
En ‘Crisis. Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos’, Jared Diamond analiza la respuesta de diferentes países a crisis pivotales en su historia: Finlandia y Alemania tras la II Guerra Mundial, Japón tras la llegada del comodoro Perry y la subsiguiente restauración Meji, o Chile tras el golpe de Estado de Pinochet. El libro, con algunos errores fácticos y ciertas generalizaciones forzadas, contiene también una interesante perspectiva sobre cuáles son las mejores respuestas colectivas a las crisis. Diamond enumera hasta doce factores comunes en aquellos países que mejor han respondido en tiempos de zozobra, empezando por el más importante: la capacidad de introspección, lo que Diamond denomina “honest self-appraisal”. Lo más curiosa es que si se repasan los doce factores, concluimos que en España hacemos agua prácticamente en todos.
Hay doce factores comunes en aquellos países que mejor han respondido en tiempos de zozobra. España ha hecho agua prácticamente en todos
Hace unos días, algunos de los científicos más reputados de nuestro país firmaron una carta conjunta en la que pedían un examen independiente de los errores cometidos por España en la gestión de la pandemia. El objetivo, decían, es detectar los errores para corregirlos. Para evitar que sucedan de nuevo.
Gestión deficiente
En nuestro país, sin embargo, quizás por un excesivo peso de los marcos morales judeocristianos, es difícil separar el error de la culpa. Cuando se habla de buscar errores se entiende que de lo que se trata es de encontrar culpables. Cuando en realidad son cuestiones muy distintas. No existen precedentes de un ejercicio colectivo de “self-appraisal” en nuestro país que no haya derivado en una caza de brujas. Y sin embargo nunca ha sido más necesario hacer un ejercicio honesto de lo que ha funcionado mal. Porque son muchos los indicios que apuntan que la gestión de la crisis ha sido muy deficiente, y sería imperdonable que volviésemos a cometer los mismos errores en los próximos meses.
Pongamos dos ejemplos: a principios del mes de abril la ministra de exteriores Arancha González Laya declaraba a la cadena británica BBC que la estrategia española se basaba en tres pilares: el uso generalizado de máscaras y desinfectantes, tests masivos para detectar a los asintomáticos y el uso de la tecnología para rastrear a los portadores del virus. De aquello hace cuatro meses. Lo más sorprendente, tal vez, no es que nada de lo que entonces se decía de haya llevado a cabo. Lo que hace arquear las cejas es que ya entonces se tenía perfectamente claro lo que había que hacer. ¿Por qué entonces no se ha hecho?
Algo parecido ocurre con la polémica sobre los rastreadores en la Comunidad de Madrid. El 13 de mayo, la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso informaba en Twitter que la Comunidad había solicitado el paso a fase 1 con un informe del que destacaba tres puntos: la capacidad asistencial, la capacidad para realizar análisis PCR y los “equipos rastreadores en salud pública para detectar posibles casos”. ¿Cómo es posible que la Comunidad haya tardado tres meses en sacar a licitación los contratos sobre estos mismos rastreadores?
Algo parecido ocurre con la Comunidad de Madrid.¿Cómo es posible que haya tardado tres meses en sacar a licitación los contratos sobre estos mismos rastreadores?
Sigamos con los ejemplos: después de varios meses de informaciones contradictorias, ya está disponible la app desarrollada por el Gobierno para rastrear los contactos, “Radar Covid” (por cierto, animo a todos los lectores a descargársela). Sin embargo, como la propia Secretaria de Estado de digitalización ha informado, ahora mismo “registra los contactos” pero es necesario para que la app funcione correctamente que “los sistemas de salud de las CCAA se integren en la misma”. Es inevitable hacerse la siguiente pregunta: durante meses, ha estado en vigor un estado de alarma que ha permitido al Gobierno decretar las franjas horarias en las que podíamos pasear, o incluso prohibirlo por completo. ¿No se podía haber aprovechado este período para mejorar la recolección de datos, e “integrar” a las CCAA?
Los datos del impacto del COVID en España son muy malos. Pero no, no es una maldición bíblica. Es el resultado, en primer lugar, de que en marzo reaccionamos demasiado tarde. Y, por razones distintas, vamos camino de que vuelva a suceder lo mismo. De que dejemos crecer la bola de nieve hasta el punto en el que sólo las medidas más duras de confinamiento resulten efectivas.
¿Qué ha fallado?
¿Qué ha fallado, entonces? En primer lugar, como diría Diamond, nuestra capacidad para darnos cuenta de que algo ha fallado. Cuando le preguntaron a Fernando Simón por la carta de los científicos en ‘Lancet’, respondió con cierta displicencia que los científicos que “saben sobre la pandemia” ya están trabajando para el sistema de salud pública. El caso de Fernando Simón es paradigmático: la discusión pública se ha centrado en el modelo de motocicleta que utiliza o en donde veranea, asuntos por completo intrascendentes. Lo que es verdaderamente grave es que su papel a lo largo de la pandemia ha sido exactamente el contrario del que cabría exigirle. De un técnico se espera que sea la persona que les diga a los políticos aquello que no quieren oír. Simón, por el contrario, se ha dedicado a decir exactamente a los políticos lo que estos querían oír en cada momento, o lo que es peor, a justificar con un manto técnico decisiones que apestaban a política. Quizás lo que mejor evidencia su papel durante la crisis son las muchas debilidades de la Administración pública española, en la que los técnicos son más bien figurantes, y en la que las lealtades se recompensan y las voces discordantes quedan proscritas.
En primer lugar, como diría Diamond, lo que ha fallado es nuestra capacidad para darnos cuenta de que algo ha fallado
Tampoco es una maldición bíblica el gravísimo impacto de la crisis sobre la economía española. Muchos analistas llevamos advirtiendo desde hace meses que lo que se nos venía encima era prácticamente una tormenta perfecta. En primer lugar, por el propio impacto del virus, más extendido en España que en otros países cuando se decretaron las medidas de confinamiento. En segundo, por la propia dureza del confinamiento. A mayor rigor de las medidas, mayor paralización de las economías. Y, finalmente, por las debilidades estructurales de la economía española, con mayor exposición al sector del turismo, el comercio minorista y la restauración, por el pequeño tamaño de nuestro tejido empresarial, por la estructura del mercado laboral y el peso de los empleos temporales, o por la debilidad de partida de nuestras cuentas públicas. Teníamos todos los factores que nos hacían más vulnerables a la crisis. No es una maldición bíblica, todo lo contrario. Llevamos décadas sin abordar reformas que sabemos imprescindibles. Como en el caso de los tests o los rastreadores, sabemos perfectamente lo que tenemos que hacer desde hace mucho tiempo. Simplemente no lo hemos hecho.
Las debilidades estructurales de la economía española, con mayor exposición al sector del turismo, el comercio minorista y la restauración
Como bien relata Jared Diamond, la crisis son como las escaleras. Sirven para subir, pero también para bajar. Alemania en 1945 era un país devastado, físicamente extenuado y con una herida moral todavía más profunda, la de haber permitido las atrocidades del nazismo. Varias décadas después, Alemania no solo se ha convertido en una locomotora económica, sino en un bastión de estabilidad gracias a su decisiva contribución a la construcción europea. Por el contrario, Chile en 1973 era un país con una larga tradición democrática, un pequeño oasis dentro de la fragorosa historia de América Latina. Cómo pudo ocurrir precisamente allí un régimen tan fanático como el de Pinochet es algo que todavía intriga a muchos historiadores. Pero es que las escaleras tienen dos sentidos. Pueden servir para subir al cielo o para bajar a los infiernos. Nos toca decidir ahora a nosotros hacia cuál de los dos destinos queremos dirigirnos.